(551) En la conjuración estuvo presente un tal Villalba, quien, escandalizado,
fue hasta el Cuzco y le puso al corriente a Vaca de Castro de lo que se
tramaba. Al saberlo, el gobernador reforzó su guardia, y se reunió con sus
notables para decidir qué hacer: “Todos acordaron que, llegado Gonzalo Pizarro,
si anduviese en alguna cosa que no fuese lícita ni conveniente al servicio de
su Majestad, le cortasen la cabeza”. También le llegó a Gonzalo el chivatazo de
lo que tenían peparado para él los de Vaca de Castro. Y tomó sus precauciones:
“Habló con Juan de Acosta e con otros, diciéndoles que tuviesen ánimo para
matar a Vaca de Castro al tiempo que tuviesen una oportunidad y él les hiciese
una señal”.
Cuando se vieron las caras se creó una situación muy tensa, que pudo haber
acabado fatal: “Llegado a la ciudad Gonzalo Pizarro, salieron algunos a
recibirle, y, como ya era público que Villalba había descubierto la trama, juró
no haber pensado tal cosa, e que Villalba había dicho aquello con mentira, pero
Villalba lo sostenía, volviendo a nombrar a los que estaban en el negocio.
Comprendiendo que habían sido descubiertos, algunos huyeron. Vaca de Castro los
mandó buscar, y, de haberlos hallado, los habría puesto en la horca”.
Vaca de Castro, por si acaso, reforzó su seguridad y nadie podía entrar
en su casa sin permiso de Don Martín de Guzmán, que permanecía en la entrada.
Sin embargo, en un alarde de diplomacia, recibió muy bien a Gonzalo Pizarro:
“Le preguntó sobre la campaña de la Canela, y del gran trabajo que en ella
pasó, y, después de haberle dicho que tranquilizase su ánimo y viviese en
quietud, se despidió de él”. Pero quedaba vivo el resentimiento entre los
hombres de ambos bandos: “Los suyos le insistían a Gonzalo Pizarro en que Vaca
de Castro le quería matar, y a Vaca de Castro le decían también que Pizarro
procuraría matarlo y hacerse con el reino”.
Según Cieza, si se arregló el asunto fue porque entonces los vientos no
eran todavía tan tormentosos: “Como las cosas no estaban aún tan enconosas como
después lo han estado, Vaca de Castro mandó llamar al capitán Gonzalo Pizarro,
y, por una orden de la que daba fe el secretario Pero López, le dijo que se fuese a las Charcas,
donde estaba avecindado,y estuviese allí sin reunir gente que fuese causa de
que se recreciese algún escándalo, so pena de traidor e de pérdida de todos sus
bienes”.
Gonzalo tuvo un amago de resistencia, pero Vaca de Castro consiguió
imponerse: “Dicen que Gonzalo Pizarro tenía todavía la intrnción dañada, y que,
saliendo un día el Gobernador con su guardia, vino Gonzalo Pizarro a hablarle.
Al verle los arcabuceros, quisieron ir a cercarlo, pero Vaca de Castro les
dijo: ‘Deteneos, pues donde Gonzalo Pizarro está, no hace falta otra guardia’.
Oídas aquellas palabras, cesó el propósito que tenía, e partió solamente con
sus criados para la villa de la Plata, donde tenía tantos indios que le daban
más renta que la que tienen en España el arzobispo de Toledo y el conde de
Benavente”.
(Imagen)
No hay duda de que JUAN DE ACOSTA era uno de los hombres de confianza de
Gonzalo Pizarro, al que siempre le fue fiel. Tenía que ser muy joven, ya que
nació hacia 1520 en Barcarrota (Badajoz), lugar de origen del excepcional
Hernando de Soto, y del defensor de la legalidad Gómez de Tordoya, muerto en la
batalla de Chupas. Lo que caracterizó a Juan de Acosta fue su lealtad
inquebrantable a Gonzalo Pizarro, y también una valentía y un coraje
impresionantes en las batallas más arriesgadas, siendo muy duro consigo mismo y
con los enemigos. También es de suponer que fueran así todos los pocos hombres
que, como él, sufrieron y sobrevivieron junto a Gonzalo Pizarro en el infierno
de la expedición amazónica, aunque en las crónicas Juan de Acosta aparece,
además, como hombre excesivamente cruel. Le hemos visto ahora implicado en los
inicios de la tímida y abortada conspiración de Gonzalo Pizarro para matar a
Vaca de Castro. Al retirarse entonces Gonzalo para vivir pacíficamente en La
Plata, también se fue con él Juan de Acosta. Y asimismo volvió a coger las
armas y a ponerse bajo sus órdenes (desarrollando una actividad frenética)
cuando, poco tiempo después, Gonzalo Pizarro encabezó la rebeldía de los
encomenderos contra el virrey Blasco Núñez Vela. Juntos lucharon en la batalla
de Iñaquito, saliendo victoriosos y acabando con la vida del virrey. Cuando
llegó Pedro de la Gasca como representante del Rey, Juan de Acosta fracasó en
un plan suyo para matarlo. Pero hubo un último fracaso trágico: la batalla de
Jaquijaguana. Resultó una victoria fácil para Pedro de la Gasca porque gran
parte de los soldados de Gonzalo Pizarro lo abandonaron. Apresados él y sus
fieles, fueron ejecutados. Entre ellos estaba JUAN DE ACOSTA, a quien ahorcaron,
y cuya cabeza fue colocada en la plaza mayor del Cuzco. Era el año mil quinientos
cuarenta y ocho.
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