miércoles, 20 de noviembre de 2019

(Día 959) Nuevas alabanzas y críticas de Cieza a Vaca de Castro, quien estaba entusiasmado porque se había encontrado mucho oro en el río Carabaya. Alonso de Alvarado se decidió a ir a España.


     (549) Como vemos, vencida la batalla de Chupas, la actividad de Vaca de Castro era muy intensa, pero en otro tipo de ocupaciones. Da la sensación de que Cieza nos saca a ratos la presencia de Gonzalo Pizarro para ocultarla enseguida, como si quisiera dar a entender que su figura resultaba de mal agüero. Lo deja, pues, de lado, y sigue mostrándonos a Vaca de Castro en acción. El clima de paz tras la derrota de los almagristas provocó entre los españoles una racha de optimismo. Dio también la casualidad de que entonces se descubrió mucho oro “en las más ricas minas que se han visto en estos reinos y en un río llamado Carabaya, del que muchos sacaban en una batea hasta mil pesos de oro”.
     Y nuevamente Cieza denuncia el sufrimiento de los nativos: “Como la riqueza fuese tan grande, los españoles echaban a trabajar grandes cuadrillas de indios, y, siendo el clima de aquellas tierras muy diferente de la del Perú,  murieron  gran número de ellos. Con ellos mismo sacó harta cantidad Vaca de Castro, el cual, teniendo para sí solo el aprovechamiento de la coca, juntó también por esta vía muchos dineros para los gastos tan excesivos que tenía por su vanidad, e por querer tener más respeto que el que correspondía a un gobernador”.
     Critica a Vaca de Castro, pero acto seguido alaba una medida suya que protegía a los indios. Legisló sobre las minas, y, en concreto, el cronista se refiere a una medida que evitaba el traslado forzoso y en cadenas de los nativos que se necesitaban para servir a los españoles mineros. Vaca de Castro puso de nuevo en funcionamiento el sistema inca de tener en sus vías de comunicación los llamados ‘tambos’, aposentos entre distancias fijas bien surtidos de lo necesario y atendidos por indios: “Fue una orden muy acertada e provechosa en aquel tiempo, para que tuviesen lo necesario los españoles que andaban por aquel reino, y para que, si alguno sobrepasaba lo permitido, se le castigara con rigor. De esta manera los caminos estaban bien provistos, y los españoles pasaban por ellos sin trabajo”.
     Y fue entonces cuando el gran Alonso de Alvarado partió para España, aunque quisieron convencerle de que se quedara. Con este viaje, Alonso tendrá otra proyección militar, porque volverá un tiempo después acompañando a Pedro de la Gasca, otro grande, y tendrá que luchar contra el rebelde Gonzalo Pizarro, a pesar de haber sido tan leal a su hermano, el Gobernador Pizarro. Ya lo comenté anteriormente, y también cómo acabó su vida. Pero será Cieza quien, bastante más tarde, nos lo explicará con emoción.
     Ahora nos habla de su salida: “Como ya la guerra había acabado, y todo el reino quedaba en poder del Rey, el Capitán Alonso de Alvarado acordó ir a España para dar cuenta a su Majestad de lo sucedido, y llegó a Panamá cuando traía una copia de las ordenanzas que enviaba Su Majestad un tal Diego Aller, quien dijo que después llegaría como virrey Blasco Núñez Vela. Como estaban en Panamá el Capitán Peransúrez y el Contador Juan de Cáceres y otros vecinos del Perú, trataron de persuadirle para que volviese a Perú a defender su hacienda e suplicar que se suavizaran las ordenanzas”.

     (Imagen) Acabamos de enterarnos de que el licenciado DIEGO VÁZQUEZ DE CEPEDA le quitó la vida, por orden de Gonzalo Pizarro, a Alonso Pérez Martel. Se diría que su biogafía apesta por su oportunismo. Era de Tordesillas (Zamora), ambicioso y espabilado. Pronto ejerció como oidor judicial de Canarias, y después, fue presidente de la  recién creada Audiencia Real de Perú, adonde llegó acompañado de Blasco Núñez Vela, el primer virrey de aquel territorio. Lo insensatez que ocurrió a continuación resulta difícil de comprender. Cuando se rebeló Gonzalo Pizarro, el licenciado Cepeda y otros oidores lo respaldaron contra el virrey, a quien incluso enviaron preso hacia España. Pero, aunque Núñez Vela logró escapar, preparar un ejército y luchar contra Gonzalo, resultó derrotado y asesinado. Cepeda y los oidores imaginaron ingenuamente que Gonzalo Pizarro los respetaría como máxima autoridad del territorio, bajo la dirección de Cepeda, pero no les quedó más remedio que someterse a su dominio. Reconocieron oficialmente a Gonzalo como Gobernador de Perú, y anularon las Nuevas Leyes, todo ello condicionado a lo que el Rey decidiera definitivamente. Esa fidelidad a Conzalo se rompió en Jaquijaguana, cuando Pedro de la Gasca luchó contra él. Cepeda, al ver la batalla perdida, se pasó al bando contrario, y, tras la derrota y muerte de Gonzalo Pizarro, salvó la vida. Sin embargo, en 1549 Cepeda fue enviado preso a España, y sometido a juicio por sus andanzas pasadas. En el documento de la imagen, del año 1533, se ve que tenía más enemigos: un tal Alonso Barrionuevo lo había denunciado “por ciertos delitos que el licenciado Cepeda, preso en la cárcel real de la Corte, había cometido en Perú”. DIEGO VÁZQUEZ DE CEPEDA murió en la cárcel de Valladolid hacia 1555, y, al parecer, envenenado por sus propios parientes.



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