(554) Diego de Rojas se fue con cuarenta hombres a la zona que le habían
aconsejado los nativos, escribiéndole primeramente a Felipe Guitérrez para que
se diese prisa en alcanzarlos. El resto los dejó en el campamento bajo el mando
de Diego Pérez Becerra, pero le encargó a Pedro López de Ayala que se acercara
con tres jinetes adonde Felipe Gutiérrez para averiguar si tenían fundamento
los rumores de que pensaba matarlo.
Partió Rojas con su tropa y llegaron a la zona de Tucumán, la
recomendada por los indios. Allí encontraron bastante resistencia por parte de
un cacique. Rojas, con un intérprete, le hizo conocer el protocolario y
habitual ‘Requerimiento’ antes de ocupar terrenos por la fuerza. Como
reaccionaron con amenazas, Diego de Rojas se adelantó, y trató de asustarlos:
“Apretando con las piernas al caballo, empezó a escaramucear por todas partes.
Los indios se asombraban en gran manera de ver la velocidad del caballo e la
furia con que andaba. Al estar solo Rojas, los españoles, empuñando las armas,
arremetieron contra ellos, e comenzaron a alancear en aquellos desnudos
cuerpos, y ellos huían con gran miedo. Diego de Rojas mandó a los españoles que
cesasen de matar, porque al cacique le había pesado la desvergüenza de sus
indios”.
El temor a los españoles se extendió por todo el territorio indígena.
Rojas, viendo que sus hombres eran pocos, decidió volver a Tucumán para unirse
con el resto de su tropa y esperar a la de Felipe Gutiérrez. Explica Cieza que
los incas no habían tenido interés en dominar las tierras de Tucumán, por parecerles
pobres en metales preciosos, de manera que conservaban una relación pacífica y
comercial con sus indios, a los que solo obligaban a vigilar las fronteras incas
para que nadie entrara sin permiso en su territorio. Era un cambio de escenario
para los españoles. Habían conquistado el imperio inca, y esta aventura hacia
el sur iba a suponer un enfrentamiento con pueblos distintos.
Diego de Rojas decidió permanecer en Tucumán (con mucho riesgo) para que
los indios no pensasen que los españoles tenían miedo. Además era una zona bien
provista de alimentos. Encargó al capitán Francisco de Mendoza (van apareciendo
más protagonistas) que fuera a Chicana para traer a la tropa que había dejado
en aquel lugar. Cuando llegó allí se encontró con Pedro López de Ayala, pero siguió
adelante y alcanzó a Francisco Gutiérrez, a quien le puso al corriente de todo
lo que habían hecho los que iban con Diego de Rojas. Sucedió entonces que se
repitió con Gutiérrez exactamente lo mismo, pero a la inversa, que le pasó a
Diego de Rojas. Esta vez los cizañeros se ocuparon de asegurarle a Gutiérrez que Rojas estaba dispuesto a
matarle. La reacción fue también idéntica: Gutiérrez no le dio valor a la artera información.
Incluso aplastó el rumor con una advertencia a sus hombres: “Les pidió que le
tuviesen a él como su capitán hasta que llegasen donde estaba Diego de Rojas,
su compañero, el cual era un hombre que entendía muy bien la guerra de indios,
por haber envejecido en ella y seguídola en Nicaragua y en otras partes, e que,
juntándose con él (Rojas), ellos y él (Gutiérrez) se habían de
poner debajo de su mano e tenerlo por superior, e que no quisiese Dios que él
diese crédito a los dichos que con liviandad le habían contado de Diego de
Rojas, las cuales pláticas entendía que eran bullicios de soldados”. Esas
palabras tenían especial valor viniendo de un hombre que, al margen de sus
defectos y virtudes, había sido Gobernador de Veragua.
(Imagen) Ya sabíamos que el misterioso Francisco César descubrió tumbas
con mucho oro en una zona próxima a Cartagena de Indias, y que murió en aquel
lugar durante una segunda expedición. Pero lo que pocos saben es que era el
mismo que hacia 1528 iba con el marino Caboto en una expedición destinada a las
islas Molucas, pero que se desvió para explorar las riberas del Río de la
Plata. Al volver, se habló mucho de que vieron allá riquezas asombrosas,
creando el mito de la llamada Ciudad de los Césares (quizá porque lo contaba
Francisco César). Es Cieza quien confirma la identidad, porque nos ha dicho
recientemente que lo conoció en Cartagena de Indias y le juró que había visto
esas maravillas junto al gran río platense. La fuerza de ese mito es la que arrastró
a DIEGO DE ROJAS y a sus hombres hacia el territorio de Tucumán. Se
convirtieron en los primeros españoles que avanzaron desde Perú en dirección
sur hasta entrar profundamente en aquellos parajes. Eran recorridos de enormes distancias,
y llenos de penalidades. El mito quedó en nada en cuanto a las fabulosas
riquezas, pero los descubrimientos geográficos resultaron impresionantes, y una
enorme cantidad de tierra se incorporó al imperio español. Dio origen también,
poco después, a una comunicación terrestre de enorme importancia; fue un gran
éxito que estaba previsto entre los objetivos de la campaña. Fijémonos en el
mapa de la imagen. Vemos la ciudad de Santiago del Estero, muy al sur. El
avance de la tropa de Diego de Rojas sentó las bases para que esa ciudad fuera
fundada poco después. Eso hizo posible enlazar por tierra Lima y Buenos Aires,
facilitando enormemente el tráfico, no solo entre las dos grandes capitales, sino
también desde Lima hasta España, sin tener que ir hacia el norte y atravesar
Panamá, y descartando al mismo tiempo el peligroso y largo trayecto por el
Estrecho de Magallanes. Chapeau por la visión demostrada y el esfuerzo
realizado.
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