(541) Se confirma lo que decía Cieza sobre la voluntad expresa de Vaca
de Castro de cortar de momento la difusión de noticias relativas a lo que
estaba ocurriendo: “Aunque del puerto de la Ciudad de los Reyes, donde estaban
muchos navíos detenidos por mandato de Vaca de Castro, vinieron a pedir
licencia para poder ir a Tierra Firme (Panamá) y a España, no la quiso
dar, lo que no se tuvo por pequeño agravio”.
Todo ya dispuesto, y encargado el Licenciado La Gama de rematar (nunca
mejor dicho) su tarea de juzgar a los almagristas acusados de graves crímenes,
Vaca de Castro, con el resto de la tropa, se puso de camino en dirección al
Cuzco. Pero algo muy importante se le había olvidado, y, al amanecer, sin que
nadie se diera cuenta, volvió con escasa compañía a Huamanga: “Cuando le vieron
en la plaza, todos se asombraron. La causa fue que muchos de los que escaparon
de la batalla se metieron en algunas casas. Dio orden de que los sacasen. Así
se hizo, y, tras ser entregados al Licenciado La Gama, hizo justicia”.
Realizado el encargo, Vaca de Castro
volvió a juntarse con su gente, siguiendo después su marcha hacia el Cuzco. Resulta
bastante claro que los acusados se veían indefensos frente a procesos
sumarísimos que estaban puestos en manos de unos pocos funcionarios, y sin la
más mínima posibilidad de apelar las sentencias. Tampoco cabe duda de que, si
hubiesen ganado la batalla los almagristas, el comportamiento habría sido el
mismo
Algo que hay que tener en cuenta ahora es que, bajo el mando de Vaca de
Castro, a los pizarristas les resultó fácil permanecer fieles a la Corona, ya
que se trataba de derrotar a Diego de Almagro el Mozo, responsable de la muerte
de Pizarro. Terminada la batalla de Chupas, y ejecutado el Mozo, las guerras
civiles parecían haber acabado definitivamente. Dos circunstancias iban a
reavivar las llamas. Se produjo un gran malestar entre muchos conquistadores
por las nuevas leyes dictadas para proteger a los indios recortando los
derechos de los encomenderos. Y ocurrió que Gonzalo Pizarro, que no había sido
protagonista en la batalla de Chupas, puesto que andaba medio perdido en su
terrible aventura del Amazonas, una vez vuelto, fue entronizado por los
encomenderos para dirigir la rebelión de protesta contra las disposiciones de
la Corona.
Precisamente en estos momentos de su narración, Cieza saca al escenario
al tanto tiempo ausente Gonzalo Pizarro: “E, porque conviene que tratemos de la
vuelta al Perú de Gonzalo Pizarro, hablaremos de su salida de la Canela (territorio
amazónico)”. Los supervivientes del terrible viaje sabían ya, por informes
de los indios, la ruta que tenían que seguir para volver, por fin, a los
territorios de Quito, pero aún les faltaba hacer un recorrido mortífero, en el
que perdieron la vida otros ocho españoles. Con grandes dificultades, lograron
alcanzar un poblado de indios belicosos, y someterlos. Allí encontraron
abundante comida los fantasmagóricos soldados: “Habían avanzado por descampados
comiendo los caballos, sin dejar ninguno, ni perros, ni cuero de silla, ni nada
que con sus dientes pudieran despedazar. Entraron en el poblado a pie,
descalzos e tan transfigurados, que casi no podían unos a otros reconocerse”.
(Imagen) Hubo un tal Pedro de Usedo del Águila que, para conseguir un
Hábito de Santiago, y una renta como compensación por una mina de azogue que le
habían suprimido, presentó, entre otros, los méritos de su suegro, DIEGO
PANTOJA DE CHAVES, que fue quien los redactó. Este Pantoja nos va a servir para
comprender la angustia de los participantes en las guerras civiles. Como otros
muchos, tuvo que chaquetear para salvar la vida. Llegó a las Indias en 1535.
Estuvo en la tremenda campaña de Chile con Almagro. Al contar en su hoja de
méritos cómo le fue a la vuelta, miente, por omisión o comisión, varias veces.
No menciona que, al volver de Chile, luchó
en el bando almagrista en todas las guerras civiles, como le vemos ahora en la
batalla de Chupas, donde fue ejecutado Almagro el Mozo. Él quedó libre de toda culpa. Sin duda,
después apostó, ya para siempre, por servir al Rey. Pero hubo un incidente
extraño. Cuenta que el salvaje pizarrista Francisco de Carvajal se limitó a
apresarle cuando, como sabemos, ejecutó a su jefe, Lope de Mendoza. Dice que
Carvajal le permitió después ir a vivir al Cuzco. ¿Por qué, si mataba a casi
todos los que cogía? Tras cinco meses de vida tranquila, lo llevó Carvajal a
Lima para que Gonzalo Pizarro decidiera sobre su destino. Estando ya en la
ciudad, el aterrorizado Pantoja se enteró de que iba a llegar un barco al
puerto del Callao bajo el mando del gran pizarrista Lorenzo de Aldana, cuya
fama de hombre razonable estaba muy consolidada, y trató de escapar. Lo
atraparon, pero, sabiendo que Gonzalo Pizarro tenía la intención de matarlo,
huyó de nuevo, y consiguió ponerse a las órdenes de Aldana. Desde ese momento,
su trayectoria fue lineal: siempre al servicio de la Corona. Quizá DIEGO
PANTOJA DE CHAVES solo fuera un hombre
muy hábil obligado a sortear constantes peligros de muerte. Se sabe que aún
vivía el año 1582: un superviviente nato.
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