miércoles, 17 de agosto de 2022

(1804) El Gobernador Meneses era un conflicto ambulante. Descuidó sus obligaciones, presumió de los éxitos de los demás, se casó sin permiso previo del Rey y sacó de quicio a un obispo de gran prestigio: Diego de Humanzoro.

 

     (1404) Francisco de Meneses tenía una lengua viperina y desprestigiaba todo lo que Peredo había conseguido, pero no acababa de prepararse para llevar ataques contra los mapuches. Se dedicaba a asuntos administrativos de la gobernación y retenía a su lado a la tropa que había traído de España. Pero los indios no perdían el tiempo. Un mapuche llamada Caniulevi, que se había fugado de Lota, donde estaba al servicio de los españoles, llegó a la zona de Arauco, reunió a unos dos mil guerreros, y empezó a acosar a los españoles. Don Ignacio Carrera ejercía el puesto de Comandante General de la zona, y atacó con sus hombres a los indios por dos frentes el 11 de abril de 1663.  A pesar de las ventajas en número de los indios, consiguió que se retiraran, aunque perdiendo siete soldados, pero les causó a los enemigos daños mucho mayores: “Esta victoria liberó a la plaza de Lota de todo peligro por el momento, pero la situación del ejército español comenzaba a ser preocupante. No sólo se notaba el malestar por el cambio del gobernador, sino que, además,  la tropa sufría la falta de sus sueldos y escasez de vestuario y provisiones. Meneses, sin embargo, estaba decidido a no salir de Santiago. Lo que sí hizo fue celebrar con gran estrépito el triunfo alcanzado en el sur por Carrera, anunciándolo como el principio de los grandes hechos militares que iban a consumarse bajo su gobierno”.

     Pero Francisco de Meneses estaba entonces centrado en otros asuntos, y, uno de ellos, además de ser muy especial, lo llevó a cabo saltándose las normas: “Apenas llegado a Chile, Meneses había conocido a una joven tan hermosa como distinguida por su rango y por su carácter, la cual le produjo una gran impresión. Era hija del maestre de campo don Francisco Bravo de Sarabia, antiguo corregidor de Santiago, y de doña Marcela de Inestrosa,  ambos de la más alta aristocracia colonial. A pesar de su edad, de cerca de cincuenta años, y de las tajantes prohibiciones de las leyes vigentes, Meneses decidió contraer matrimonio con ella, no como lo habían hecho antes otros dos gobernadores, don Alonso de Sotomayor y Alonso de Ribera, es decir, públicamente y pidiéndole al Rey la aprobación previa de su enlace, sino sin dar cuenta a nadie y creyendo absurdamente que un hecho de tanta consecuencia podía quedar oculto. El matrimonio de Meneses fue celebrado con un total secreto, pero, sin que nadie se atreviera a asegurarlo, había  rumores persistentes de que era un hecho cierto, porque la gente observaba que el Gobernador otorgaba a la familia de su esposa distinciones y favores que no le correspondía hacer. Un matrimonio contraído en esas condiciones y con violación de leyes expresas, desautorizaba a Meneses ante sus gobernados, y facilitaba que se le hicieran graves acusaciones ante el Rey. A pesar de todo, estas acusaciones habrían sido menos generales si el Gobernador hubiera compensado su falta con actos de buena y justa administración  pública, teniendo buenas relaciones con sus gobernados y con las autoridades en las que habría debido buscar su apoyo. Pero Meneses, que, como veremos más adelante, dio lugar a que desde los primeros días de su gobierno se pusiera en duda su probidad, parecía complacerse en desafueros, atropellos y pleitos con todos los funcionarios públicos que no se hacían instrumentos de su voluntad”.

 

     (Imagen) Nos cuenta lo siguiente Diego Barros: “Gobernaba la diócesis de Santiago el obispo DIEGO DE HUMANZORO, quien gozaba de prestigio ante el rey de España. Era un franciscano, nacido el año  1601 en Azcoitia (Guipúzcoa), que fue a Perú, donde ejerció los más altos puestos de su orden. Como guardián del convento del Cuzco y más tarde como obispo de Santiago, desplegó una gran entereza en la defensa de lo que consideraba justo. En Chile había tenido enfrentamientos con la Real Audiencia, pero se mantuvo en buena armonía con el gobernador Peredo, cuyo carácter religioso y conciliador lo alejaba de toda oposición al poder eclesiástico. El gobernador Don Francisco de Meneses, espíritu turbulento, encontró en el obispo un adversario formidable. Era costumbre que, antes de hacer su entrada solemne a la ciudad, el Gobernador fuese visitado por el obispo. El cual,  de esa visita, salió disgustado con Meneses porque no le había guardado ciertas atenciones de la rutinaria etiqueta”. Y así empezó un ridículo pique. El día siguiente (23 de enero de 1664), le correspondía al gobernador ir a la catedral de Santiago para asistir a la misa que celebraba su llegada, pero el obispo, faltando a la cortesía preceptiva, no salió a recibirle a la puerta de la iglesia. Sabido el desplante, el Gobernador mantuvo ‘el pique’, y se largó a otra iglesia, la de Santo Domingo, donde se celebró la ceremonia protocolaria: “Esta descortesía mutua fue muy comentada en toda la ciudad. Gracias a algunos mediadores, el Gobernador fue mejor recibido en la catedral el dos de febrero, y pareció restablecida la armonía. Pero la paz entre aquellos dos hombres no podía ser duradera. Meneses no disimulaba su mala voluntad contra el Obispo, a quien acusaba de haber provocado el alboroto que tuvo lugar el día en que el Gobernador intentó sacar a Peredo del convento de San Francisco”. Aquello se convirtió en un ridículo enfrentamiento mutuo. Discutían por cosas como la preferencia de asiento en las fiestas públicas, o por el cumplimiento de ciertas prácticas ceremoniales. La ruptura se hizo más violenta el 1º de setiembre porque Meneses presentó en la Real Audiencia, en presencia de numerosa gente, un extenso memorial de acusaciones contra el Obispo, todas consistentes en desacatos a la autoridad civil. El Obispo manifestó después que, tras exponer sus acusaciones, el Gobernador presionó a los oidores para que decidieran condenarlo a salir desterrado de Chile. Y, de hecho, uno de los oidores le informó al Rey de que el Gobernador les forzó a firmar el documento. El Obispo luego, quizá para escapar del conflicto, se fue a misionar a la zona de Cuyo. El cuadro de la imagen es una copia del que existe en la iglesia de San Francisco, de Santiago de Chile. Tenía mérito plantarle cara al prepotente gobernador.




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