martes, 16 de agosto de 2022

(1803) El envidioso y dañino gobernador Francisco de Meneses se empeñó en desprestigiar y apresar al exgobernador Ángel de Peredo, que se refugió en un convento, y luego escapó a Perú. Incluso sus amigos corrieron peligro.

 

     (1403) Al llegar a Santiago el gobernador Francisco de Meneses se buscó la enemistad de mucha gente, a excepción de aquellas personas que se beneficiaron con él en asuntos de dudosa honradez. Otro aspecto de su mala catadura quedó a la vista de todos por la inquina con que quiso desprestigiar al ejemplar exgobernador interino Ángel de Peredo: “Ya de entrada, se empeñó en alejar al oidor don Gaspar de Cuba y Arce por apreciar mucho al exgobernador interino, del que había enviado al Rey unos informes muy favorables. Para ello, le hizo salir a practicar una visita judicial a la apartada provincia de Cuyo. Acusaba a Peredo de haber creado más oficiales que los que necesitaba el ejército, de haber vendido los cargos militares y de otras numerosas faltas. Le encomendó al jefe militar del ejército de Concepción que mantuviese la más celosa vigilancia sobre todos los actos de Peredo y que no lo dejase salir del país”.

     Entonces Ángel de Peredo, viendo que corría un serie peligro, salió de Concepción, se fue directamente a Santiago, llegando el día 11 de abril, y se mostró dispuesto a defenderse de todos los cargos judiciales que el irascible gobernador pudiera presentar contra él. La gente de Santiago, al conocer lo que ocurría, apoyó a Peredo. Temiendo que se produjera algún motín, Meneses cambió de actitud con el fin de aplacar las protestas, y durante algunos días permaneció dando muestras de cordialidad, incluso a Peredo: “Sin embargo, apenas transcurridos unos ocho días, el Gobernador dio orden de prender a don Ángel de Peredo. Advertido este del peligro que le amenazaba, se asiló en el convento de los franciscanos. La casa que había habitado, que era la del corregidor don Pedro de Prado, fue, como era de esperar, allanada estrepitosamente aquella noche por la tropa. Los soldados entraron y recogieron todos los papeles que hallaron, pero volvieron a su cuartel sin poder cumplir su odiosa misión. Rabioso Meneses por esta contrariedad, se encarnizó más aún contra los amigos de Peredo, y decidió sacarlo de su refugio a viva fuerza, sin respetar los derechos que entonces tenían los conventos. Preparó para ello un plan con el que esperaba impedir toda resistencia. En una noche inmediata, se estaba haciendo en la iglesia del monasterio de agustinas el entierro de una señora principal, doña Catalina de Irarrázabal, con asistencia del mismo Gobernador, del Obispo, de los oidores de la Audiencia y de todas las comunidades religiosas. Un destacamento de veinte soldados se dirigió al convento de San Francisco, hicieron abrir las puertas y, atropellando a los legos que habían quedado de guardia, penetró en las habitaciones en busca de Peredo. Queriendo este evadirse, saltó una pared para ocultarse en un huerto vecino y, aunque en la caída se dislocó un pie, no pudo ser hallado por los agentes del Gobernador. Advertido de lo que pasaba en su convento. el provincial de los franciscanos abandonó apresuradamente el entierro, seguido de toda su comunidad, pero fueron retenidos en las puertas del convento por la tropa de soldados. En medio de los gritos y amenazas consiguientes a aquella turbulenta escena, la campana de la iglesia tocó a ‘entredicho’, señal solemne que se usaba para anunciar un mandamiento de excomunión contra la ciudad entera  por violación del templo o de sus derechos. Las campanas de las otras iglesias repitieron el mismo toque, provocando una gran alarma en toda la población”.

 

     (Imagen) Ya vimos que Francisco de Meneses tuvo un meritorio historial militar en Europa, pero resulta incomprensible que hombre de carácter tan retorcido fuera nombrado Gobernador de Chile. Era, ciertamente, de mala entraña. Por eso el  bueno de Ángel de Peredo tuvo que refugiarse en un convento para que no lo apresara. Contra las protestas de toda la gente, Meneses ordenó a sus soldados que lo sacaran de la sede religiosa, profanando el derecho de asilo que tenían las iglesias. Peredo, aunque con una mala caída, logró huir: “Quiso Dios que no lo encontrasen, porque, de haberle cogido los soldados, la multitud que se había juntado en la calle habría arrasado el pueblo, y más si, como se dijo, llevaban orden de que matasen de un balazo al pobre caballero. Después de salir del convento los militares y de saberse que no habían encontrado al gobernador don Ángel, se sosegaron todos y se fueron marchando por la calle. Burlado en esa segunda tentativa para reducir a prisión a su predecesor, Meneses se manifestó más enconado todavía contra los amigos de este. Sin embargo, no se atrevió a seguir persiguiendo a Peredo, el cual, tras obtener el permiso necesario, volvió a Perú. Luego, don Francisco de Meneses siguió acosando a los amigos de exgobernador. Le quitó el cargo al corregidor de Santiago, don Pedro de Prado. El oidor don Alonso de Solórzano y Velasco fue víctima de las más violentas medidas. Por presión del Gobernador, el fiscal de la Audiencia, don Manuel Muñoz de Cuéllar, se querelló contra el oidor Solórzano, sosteniendo que sus relaciones de familia lo imposibilitaban para ocupar una plaza en la Real Audiencia, y que, además, utilizando esas relaciones, había influido en la última elección de alcaldes y en otros negocios ajenos a su cargo judicial. Es justo advertir que, de tiempo atrás, habían llegado a la Corte quejas de este tipo contra el oidor Solórzano, pero Meneses, que lo habría defendido de esas acusaciones si hubiera podido convertirlo en un instrumento dócil de su voluntad, tomó pie en estos antecedentes para suspenderlo atropelladamente de sus funciones judiciales y para desterrarlo fuera de Santiago. El oidor Solórzano, envuelto en un engorroso proceso, y objeto de una encarnizada persecución, permaneció más de un año privado de su puesto, y solo pudo desempeñarlo en la nueva Audiencia de Buenos Aires, para la cual le envió el Rey estando aun en Santiago privado de su cargo por el gobernador de Chile. La suspensión y el destierro de otro oidor, actos para los cuales no estaba autorizado el gobernador por ninguna ley, fueron, como veremos más adelante, la principal causa que ocasionó la caída de Francisco de Meneses (nacido en Cádiz el año 1615)”.




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