viernes, 5 de agosto de 2022

(1794) La situación en el sur de Chile era desesperada. Los mapuches habían matado a muchos españoles. El nuevo Gobernador, Pedro Porter, decidió ir a salvar a los españoles cercados en Boroa, y logró una gran victoria.

 

     (1394) El ambiente en Chile cuando fue nombrado Gobernador Pedro Porter era desastroso: “Toda la amplia región que se extiende entre los ríos Biobío y Maule, poblada hacía poco por los españoles, y dividida en haciendas en las que progresaba la agricultura y la ganadería, había sido asolada por los indios. El levantamiento de los indígenas le costó a los españoles, además de su ruina económica, la pérdida de unos trescientos hombres muertos, y de un número quizá mayor de mujeres y de niños que cayeron en un espantoso cautiverio. En la región austral, Chiloé, la ciudad de Valdivia y el fuerte de Boroa podían mantenerse a la defensiva, pero allí se había extendido el alzamiento de los indios, y la guerra hacía considerables estragos. Ya a principios de 1655, el corregidor de Chiloé, don Cosme Cisternas, alarmado por el inicio de la peligrosa situación, desplegó contra los indígenas el más desapiadado rigor. Apresó a muchos caciques, y en ese año y el siguiente les aplicó la pena de muerte a más de veinte. En Boroa, mandaba el capitán don Miguel de Aguiar, hombre de rara entereza, que, en aquella terrible crisis, supo cumplir sus deberes mejor que la mayoría de los jefes militares. No tenía a sus órdenes más que cien soldados escasos, pero decidió defenderse con ellos a todo trance, convencido de que no había capitulación posible. Hizo salir a todos los indios amigos que le servían como soldados auxiliares, no sólo porque no le inspiraban confianza, sino para desembarazarse de bocas inútiles. Reforzó cuanto pudo las defensas de la plaza y cubrió con cueros los techos pajizos para ponerlos a cubierto de las flechas incendiarias de los indios. En la defensa desplegó Aguiar una energía incontrastable, resistiendo denodadamente con sus mosquetes y con dos pequeños cañones los reiterados ataques del enemigo. Pero, afortunadamente, estos indios, a pesar de ser considerablemente numerosos,  y aunque desplegaban gran ardor en esos ataques, no supieron aprovecharse de las ventajas de su situación. De todos modos, aquella plaza necesitaba un socorro rápido y eficaz, sin el cual se vería irremisiblemente condenada a un final desastroso”.

     Ese era el panorama que encontró el gobernador Pedro Porter al llegar a Chile. Los mapuches estaban eufóricos, convencidos de la victoria definitiva y teniendo acorraladas y sometidas a sus ataques las muy largo tiempo martirizadas poblaciones del sur: “El Gobernador, cuyo principal interés era aprovechar inteligentemente y al máximo la valentía de sus hombres, se propuso en primer lugar dominar la comarca vecina a Concepción para proveer de víveres a esta ciudad y para mantener libres sus comunicaciones con Santiago. Mandó por delante a parte de sus hombres hacia los campos vecinos, y consiguieron dispersar a los indios y apresar a los más inquietos. Luego, con el propósito de consolidar estas ventajas, el mismo Gobernador se puso en campaña con un cuerpo considerable de su ejército. En los campos de Conuco, a unas doce leguas al noreste de Concepción, atacó el 20 de enero de 1656 a los escuadrones de indios que allí se habían reunido, y después de una reñida pelea, los dispersó causándoles muchas pérdidas. Para mantener sometidos a los indios de esos lugares, fundó allí un fuerte, al cual dio el nombre de San Fabián, en honor del santo que la Iglesia celebra ese día, y al cual le atribuyeron la victoria. Luego regresó a Concepción sin experimentar ningún contratiempo”.

    

      (Imagen) El valioso gobernador PEDRO PORTER CASANATE va a empezar con buen pie sus enfrentamientos a los terribles problemas de Chile: “En las juntas de guerra que el Gobernador celebró con sus capitanes, se habló de la necesidad de auxiliar pronto a los defensores de Boroa. ‘Dejarlos de socorrer, a juicio de unos, iba contra el buen nombre de los españoles y contra  la piedad cristiana. Ayudarles era, en concepto de otros, un intento muy dificultoso, que suponía exponerse a que se perdiera todo el  reino de Chile’. El Gobernador, mostrando ‘que confiaba más en Dios que en las fuerzas humanas’, decidió que se llevase a cabo esa expedición. Porter Casanate pidió ayuda a la ciudad de Santiago, y  el Cabildo acordó que los vecinos fueran a la campaña. El Gobernador organizó una columna de setecientos infantes españoles y de algunos jinetes. Tomó el mando el maestre de campo don Francisco Núñez de Pineda, el más tenaz instigador de este ataque, teniendo como segundo jefe al antiguo gobernador de Chiloé don Ignacio Carrera, y partieron de Concepción a finales de febrero de 1656. Esta ciudad y la de Santiago se quedaron haciendo rogativas religiosas para proteger a aquellos audaces expedicionarios. Los indios pobladores del territorio enemigo se pusieron nuevamente en armas, seguros de deshacerse de los españoles, pero el fuego de la artillería les obligó a dispersarse. Los indios fugitivos de aquella primera jornada fueron a dar la voz de alarma a las tribus del interior, pero estas no podían oponer una resistencia eficaz a un cuerpo de españoles tan bien organizado. Los setecientos soldados llegaron el 18 de marzo a Boroa sin grandes dificultades. Los indios sitiadores de la plaza, seguros de que serían derrotados. no se atrevieron a presentar batalla a los expedicionarios, y se retiraron dispersándose por los campos inmediatos. Los defensores de Boroa, entre los cuales se hallaba el hijo primogénito del mismo Núñez de Pineda, recibieron este socorro con el mayor contento, y se dispusieron a evacuar la plaza que durante trece meses habían conseguido mantener contra los obstinados ataques de los indios. Burlaron las asechanzas de los indios que pretendían impedirles el paso del río Biobío, y el 29 de marzo entraron en Concepción en medio de la enorme alegría de todo el pueblo. Después de las repetidas desgracias ocurridas desde un año atrás, esta campaña que, sin embargo, no suponía un triunfo definitivo de las armas españolas, fue celebrada como una gran victoria. En todos los templos del reino de Chile se hicieron fiestas religiosas para dar gracias al cielo por un éxito en el que se creía ver el término de tantos y tan dolorosos desastres”.




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