(1400) El
gobernador Ángel de Peredo tenía ya terminado a finales de septiembre de
1662 el trazado de la nueva ciudad (la actual Lota): “Entonces regresó a
Concepción dejando allí setecientos soldados españoles y ciento cincuenta
indios amigos. Un mes más tarde volvió a salir de campaña con más de mil
soldados, yendo hasta Yumbel, donde estuvo la otra plaza militar que defendía
el valle central del territorio. ‘Puestas las manos en la obra y refundación
del fuerte de San Felipe de Austria (Yumbel), en el mismo sitio en que antes
estaba -escribió el Gobernador- se cerró la muralla, y luego se fueron haciendo
rápidamente los edificios. Los indios rebeldes de la parte de esta frontera,
encogieron sus ánimos y repitieron mensajeros aun antes de saber que me hallaba
poblando este tercio, y después de haberlo sabido, vinieron de todas partes,
prometiendo unánimemente aceptar la paz’. La verdad es que los indios,
escarmentados por las últimas campañas del gobernador Pedro Porter Casanate, y
convencidos de que no podían oponer una resistencia suficiente, recurrían al viejo truco de ofrecer
fingidamente la paz. No obstante, estas negociaciones sirvieron para rescatar a
muchos españoles que desde 1655 vivían en cautiverio (un horror), y para
asegurar la recuperación de toda aquella porción del territorio. Peredo fundó
en enero de 1663 algunos otros fortines, hasta las orillas del río Laja, para
asegurar la quietud de toda esa región”.
El buen resultado de estas primeras
campañas aumentó el optimismo de Ángel
de Peredo, y tuvo la esperanza de poder acelerar la conquista de todo el
territorio enemigo, aunque reconocía que no contaba con recursos suficientes
para lograrlo: “Aseguro a V.M. -le escribió al Rey- que mi espíritu no sosegará
un punto hasta ver en paz este reino, y conseguir poner el orgullo de estos
bárbaros a los pies de V.M. y bajo la obediencia de la Iglesia. Lo cual se
conseguiría con mil hombres que V.M. enviase de España, más los que hoy tiene
este ejército para rehacer las antiguas poblaciones. Y advierto a V.M. que no
ha de costar tanto su conducción desde España hasta aquí por Buenos Aires, como
si viniesen
del Perú, pues allí tiene de costo cada soldado con sus armas unos trescientos
pesos, y son de tan mala calidad, que no valen nada para la guerra, por ser
mestizos y criados en las delicias del Perú, flojos y de ningún provecho para
el trabajo. Y, si ahora se halla V.M. sin medios para enviar esta gente debido a
la guerra de Portugal, sírvase V.M. mandar cien españoles que sean sargentos,
alféreces y capitanes, para que aquí se puedan crear cabos, pues está este
ejército tan falto de hombres de importancia para los puestos, que no se pueden
escoger hoy cuatro de valía suficiente”. Y, en otra carta anterior en la que
pedía ese mismo refuerzo de tropas, Peredo indicaba, además, la necesidad de
“que vengan con arcabuces vizcaínos y algunos mosquetes, porque los que se
hacen en Perú cuesta cada uno cuarenta y dos pesos y no son de ningún
provecho”. Para llevar a término esta proyectada pacificación, Peredo
aconsejaba, además, que se hiciera efectiva la incorporación de la provincia de
Valdivia al gobierno de Chile, para dar uniformidad a la acción militar y
administrativa. Lo decía Peredo porque entonces la zona de Valdivia dependía
directamente del virreinato de Perú.
(Imagen) El gobernador Ángel de Peredo
continuó de acierto en acierto, cosa muy difícil en Chile. Pero el historiador
Diego Barros nos dirá, con justicia, que le facilitaron mucho la tarea los
logros del fallecido, e injustamente tratado, gobernador Pedro Porter Casanate:
“Terminados los trabajos que lo ocuparon en la fundación de aquellos fuertes,
el gobernador Peredo se trasladó a Santiago, al comenzar el invierno de 1663,
para atender a los asuntos administrativos. Allí ordenó la repoblación de la
ciudad de Chillán, cuyos vecinos vivían desde ocho años atrás en las estancias
españolas de la ribera norte del Maule (qué vida tan dura). Doscientos
soldados del ejército de Concepción, bajo el mando de los capitanes don Pedro
de Saldías y don José Basilio Rojas y Fuentes, fueron encargados de escoltar a aquella
gente y dirigir la repoblación de la ciudad. Todo esto se hizo sin resistencias
ni dificultades de los indios. Poco más tarde, cuando Peredo regresaba de
Santiago, se detuvo algunos días en Chillán para acelerar los trabajos, y proporcionó
a sus vecinos los socorros de que le era posible disponer, haciéndoles pequeños
préstamos de dinero de la caja militar, para que restableciesen sus estancias.
La paz y la seguridad parecían definitivamente asentadas en toda la extensión
de los territorios comprendidos entre los ríos Biobío y Maule, de donde habían
sido arrojados los españoles por el alzamiento general de 1655. Los oidores de la Real Audiencia, que habían
sido tan severos para juzgar al gobernador Porter Casanate, se mostraban
satisfechos de este estado de cosas, e informaban al Rey en términos muy
favorables acerca de la administración de Ángel de Peredo. ‘Los enemigos, con acuerdos
de paz -le decían-, van entregando a todos los cautivos españoles e indios
yanaconas (amigos de los españoles) que tenían en su poder, y a todos
los indios que, siendo criados de los españoles, se rebelaron y abandonaron el
cultivo de sus tierras. Por todo esto, y, principalmente, por las
repoblaciones, se ve al presente el reino de Chile más pacífico que antes, por
el celo y cuidado con que actúa don Ángel de Peredo’. Este resultado no era la
obra exclusiva del gobernador Peredo, pues había comenzado a prepararlo su
antecesor, Porter Casanate, el cual, aunque sufriendo grandes contrariedades,
había adelantado considerablemente la pacificación del país. Peredo consiguió
llevar a cabo las nuevas poblaciones con la gran ventaja de no tener que entrar
en combate ni disparar un tiro. Pero hay que reconocerle que supo gobernar con
grandes dosis de actividad y de prudencia, por todo lo cual se conquistó el
afecto de sus gobernados”. En la imagen, su primer nombramiento en las Indias:
Gobernador de Jaén de Bracamoros (Ecuador, año 1660).
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