viernes, 12 de agosto de 2022

(1800) El Gobernador Ángel de Peredo tuvo grandes aciertos para aplacar a los mapuches. Y así se le reconoció, pero, en gran parte, se debió al maravilloso trabajo que había hecho su antecesor, Pedro Porter Casanate.

 

     (1400) El  gobernador Ángel de Peredo tenía ya terminado a finales de septiembre de 1662 el trazado de la nueva ciudad (la actual Lota): “Entonces regresó a Concepción dejando allí setecientos soldados españoles y ciento cincuenta indios amigos. Un mes más tarde volvió a salir de campaña con más de mil soldados, yendo hasta Yumbel, donde estuvo la otra plaza militar que defendía el valle central del territorio. ‘Puestas las manos en la obra y refundación del fuerte de San Felipe de Austria (Yumbel), en el mismo sitio en que antes estaba -escribió el Gobernador- se cerró la muralla, y luego se fueron haciendo rápidamente los edificios. Los indios rebeldes de la parte de esta frontera, encogieron sus ánimos y repitieron mensajeros aun antes de saber que me hallaba poblando este tercio, y después de haberlo sabido, vinieron de todas partes, prometiendo unánimemente aceptar la paz’. La verdad es que los indios, escarmentados por las últimas campañas del gobernador Pedro Porter Casanate, y convencidos de que no podían oponer una resistencia suficiente,  recurrían al viejo truco de ofrecer fingidamente la paz. No obstante, estas negociaciones sirvieron para rescatar a muchos españoles que desde 1655 vivían en cautiverio (un horror), y para asegurar la recuperación de toda aquella porción del territorio. Peredo fundó en enero de 1663 algunos otros fortines, hasta las orillas del río Laja, para asegurar la quietud de toda esa región”.

     El buen resultado de estas primeras campañas aumentó el optimismo  de Ángel de Peredo, y tuvo la esperanza de poder acelerar la conquista de todo el territorio enemigo, aunque reconocía que no contaba con recursos suficientes para lograrlo: “Aseguro a V.M. -le escribió al Rey- que mi espíritu no sosegará un punto hasta ver en paz este reino, y conseguir poner el orgullo de estos bárbaros a los pies de V.M. y bajo la obediencia de la Iglesia. Lo cual se conseguiría con mil hombres que V.M. enviase de España, más los que hoy tiene este ejército para rehacer las antiguas poblaciones. Y advierto a V.M. que no ha de costar tanto su conducción desde España hasta aquí por Buenos Aires, como si viniesen del Perú, pues allí tiene de costo cada soldado con sus armas unos trescientos pesos, y son de tan mala calidad, que no valen nada para la guerra, por ser mestizos y criados en las delicias del Perú, flojos y de ningún provecho para el trabajo. Y, si ahora se halla V.M. sin medios para enviar esta gente debido a la guerra de Portugal, sírvase V.M. mandar cien españoles que sean sargentos, alféreces y capitanes, para que aquí se puedan crear cabos, pues está este ejército tan falto de hombres de importancia para los puestos, que no se pueden escoger hoy cuatro de valía suficiente”. Y, en otra carta anterior en la que pedía ese mismo refuerzo de tropas, Peredo indicaba, además, la necesidad de “que vengan con arcabuces vizcaínos y algunos mosquetes, porque los que se hacen en Perú cuesta cada uno cuarenta y dos pesos y no son de ningún provecho”. Para llevar a término esta proyectada pacificación, Peredo aconsejaba, además, que se hiciera efectiva la incorporación de la provincia de Valdivia al gobierno de Chile, para dar uniformidad a la acción militar y administrativa. Lo decía Peredo porque entonces la zona de Valdivia dependía directamente del virreinato de Perú.

 

     (Imagen) El gobernador Ángel de Peredo continuó de acierto en acierto, cosa muy difícil en Chile. Pero el historiador Diego Barros nos dirá, con justicia, que le facilitaron mucho la tarea los logros del fallecido, e injustamente tratado, gobernador Pedro Porter Casanate: “Terminados los trabajos que lo ocuparon en la fundación de aquellos fuertes, el gobernador Peredo se trasladó a Santiago, al comenzar el invierno de 1663, para atender a los asuntos administrativos. Allí ordenó la repoblación de la ciudad de Chillán, cuyos vecinos vivían desde ocho años atrás en las estancias españolas de la ribera norte del Maule (qué vida tan dura). Doscientos soldados del ejército de Concepción, bajo el mando de los capitanes don Pedro de Saldías y don José Basilio Rojas y Fuentes, fueron encargados de escoltar a aquella gente y dirigir la repoblación de la ciudad. Todo esto se hizo sin resistencias ni dificultades de los indios. Poco más tarde, cuando Peredo regresaba de Santiago, se detuvo algunos días en Chillán para acelerar los trabajos, y proporcionó a sus vecinos los socorros de que le era posible disponer, haciéndoles pequeños préstamos de dinero de la caja militar, para que restableciesen sus estancias. La paz y la seguridad parecían definitivamente asentadas en toda la extensión de los territorios comprendidos entre los ríos Biobío y Maule, de donde habían sido arrojados los españoles por el alzamiento general de 1655. Los oidores de la Real Audiencia, que habían sido tan severos para juzgar al gobernador Porter Casanate, se mostraban satisfechos de este estado de cosas, e informaban al Rey en términos muy favorables acerca de la administración de Ángel de Peredo. ‘Los enemigos, con acuerdos de paz -le decían-, van entregando a todos los cautivos españoles e indios yanaconas (amigos de los españoles) que tenían en su poder, y a todos los indios que, siendo criados de los españoles, se rebelaron y abandonaron el cultivo de sus tierras. Por todo esto, y, principalmente, por las repoblaciones, se ve al presente el reino de Chile más pacífico que antes, por el celo y cuidado con que actúa don Ángel de Peredo’. Este resultado no era la obra exclusiva del gobernador Peredo, pues había comenzado a prepararlo su antecesor, Porter Casanate, el cual, aunque sufriendo grandes contrariedades, había adelantado considerablemente la pacificación del país. Peredo consiguió llevar a cabo las nuevas poblaciones con la gran ventaja de no tener que entrar en combate ni disparar un tiro. Pero hay que reconocerle que supo gobernar con grandes dosis de actividad y de prudencia, por todo lo cual se conquistó el afecto de sus gobernados”. En la imagen, su primer nombramiento en las Indias: Gobernador de Jaén de Bracamoros (Ecuador, año 1660).




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