(1401) El Rey Felipe IV tenía decidido,
incompresiblemente, cesar a Ángel de Peredo como gobernador interino de Chile y
nombrar a alguien que lo fuera de forma fija. Pero, a pesar del buen trabajo
que había hecho Peredo, el Rey mantuvo su decisión, sin que se sepa muy bien
por qué. El caso es que los deseos del
Rey se vieron repetidamente frustrados por distintas fatalidades. Se malograron
sucesivamente los nombramientos de Juan de Balboa Mogrovejo y del obispo
Dionisio Cimbrón, y, por fin, en 1663, recayó la titularidad en un personaje
muy complicado. Se trataba de Francisco de Meneses Brito, de quien, ya de
entrada, aporta unos datos pintorescos el historiador Diego Barros: “El Rey,
mediante una cédula de 4 de febrero de 1663, efectuó un nuevo nombramiento a favor de un
caballero de antecedentes muy extraños. Se
trataba de don Francisco de Meneses Brito. De origen portugués y vástago de una
noble familia, servía desde hacía unos veinticinco años en el ejército español.
Más que a la milicia, era aficionado a los perros y caballos, y había adquirido
gran reputación por su destreza de jinete y por su maestría en las lidias de
toros. Como militar de caballería, había servido en Milán, en Flandes, en
Portugal y en Cataluña, hallándose en numerosas batallas. Pero, en cada
expedición, había cometido actos de desobediencia a sus superiores, o había
tenido querellas, riñas y duelos con muchos de sus camaradas. Sometido a
proceso en algunas ocasiones por insubordinación, había evitado el castigo
gracias a protectores que lo amparaban. Este carácter inquieto y turbulento, su
inclinación a las discordias y la irregularidad de su conducta, le granjearon
desde joven el sobrenombre de Barrabás. A pesar de estos antecedentes, Meneses
tuvo influencias en la Corte para que en febrero de 1663 se le confiara el
gobierno de Chile. Parece que el más eficaz de sus protectores era don Juan de
Austria (coincidía en el nombre con el hijo de Carlos V), el hijo
natural de Felipe IV y el General más acreditado de España, bajo cuyas órdenes
había militado Meneses”.
Como era de esperar, Felipe IV le dejó
claro a Francisco de Meneses que, al llegar a Chile, tenía que evitar batallas
sangrientas con los mapuches, y procurar pacificarlos con un trato humanitario,
siguiendo la pauta de convencer, en lugar de la de vencer. Dar ese consejo
parecía un gran absurdo, dado el carácter de su nuevo gobernador: “Era evidente
que el nuevo gobernador tenía ya en España poca confianza en el poder de esas
declaraciones con que el monarca pretendía someter a los indios de Chile. La
impetuosidad de su carácter le hacía comprender que solo por la fuerza de las
armas podría reducir a aquellos bárbaros. Meneses hubiera querido llevar una
ayuda considerable de tropas, pero, en vez de los mil hombres que el año
anterior ofrecía enviar el Rey, sólo se habían reunido unos trescientos. con un
acopio de armas para equipar algunos centenares más. Ya que no le era posible
obtener un refuerzo mayor, consiguió, al menos, que el monarca hiciese, en
favor del ejército que le servía en Chile, una declaración en una real cédula
de 20 de febrero de ese año en los términos siguientes: ‘Teniendo presente que
la guerra de Chile siempre se ha considerado muy ardiente y ofensiva,
reputándola con igual estimación a la que se profesa en los demás ejércitos
míos, he resuelto declararla por guerra viva, para que los militares que me
sirven en Chile gocen de todos los honores y privilegios que están concedidos a
los ejércitos de España, Italia y Flandes”. Queda claro que la fama que tenía
Chile de lugar especialmente duro para los militares por la pesadilla mapuche,
era bien conocida en la Corte.
(Imagen) Es difícil comprender por qué el
Rey no mantuvo a Ángel de Peredo como gobernador de Chile, siendo tan eficiente
y querido. Y más aún, que le diera el cargo a FRANCISCO DE MENESES BRITO,
alguien sumamente conflictivo, y apodado Barrabás. Esta ‘joya’ nació en Cádiz
el año 1615. Había luchado más de 30 años en las guerras de Nápoles, Milán,
Flandes y Cataluña. Llegó a Madrid con mensajes secretos cuando Felipe IV no
encontraba a nadie que quisiera ser gobernador de Chile. Le ofreció el puesto a
Meneses, y lo aceptó el 4 de febrero de 1663 , llegando a Santiago en enero de
1664. Desde un principio, la actitud de Meneses desconcertó a la sociedad, y,
con sus maneras prepotentes, lo primero que hizo fue someter a una serie de
acusaciones al ejemplar Ángel de Peredo, de las que, como era de esperar, salió
bien librado. Luego se casó, sin el preceptivo permiso previo del Rey, con
Catalina Bravo de Sarabia. Acto seguido, le dio por acosar al obispo de
Santiago, Diego de Humanzoro, el cual se trasladó a otra localidad para evitar
que lo desterrara. Lo que no esperaba Meneses era que el obispo lo denunciase
ante el Rey con una carta que más tarde produciría la caída de ‘Barrabás’. Hizo
también numerosas maniobras para enriquecerse con sobornos o con apropiaciones
de los bienes públicos. Desde el inicio aceptó regalos, adjudicó puestos
públicos que se convirtieron para él en una fuente de riqueza, y sus
especulaciones comerciales tocaron todos los campos de la economía. Tuvo, sin
embargo, algunos éxitos militares de importancia, con los que consiguió
repoblar varios fuertes que habían sido abandonados. Pero encontró un mal
enemigo. Manuel de Mendoza, veedor del ejército, quiso matarlo. Meneses lo
había destituido porque trataba de impedirle algunos trapicheos ilegales, y
Mendoza le disparó, pero erró el tiro. La denuncia legal le costó que el mismo
gobernador lo condenara a muerte, y fue ejecutado dos meses después. En 1667 ya
se estimaba que la caída de Meneses era algo inminente. El Rey, conociendo las
cartas del obispo, los informes de la Audiencia y un gran número de denuncias generales,
decidió nombrar como virrey del Perú a Pedro Fernández de Castro, con poder
para investigar lo que ocurría en Chile. Y, al saber que Diego Dávila Coello y
Pacheco llegaba como nuevo gobernador, Francisco de Meneses intentó huir, pero
fue encarcelado. Sometido a juicio con numerosísimos cargos, su familia y
poderosos amigos ralentizaron el proceso tanto tiempo, que FRANCISCO DE MENESES
BRITO murió en Lima el 17 de diciembre de 1679 sin que todavía se hubiera
dictado la sentencia. El carácter es el destino, y el suyo le llevaba siempre
por caminos nefastos.
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