miércoles, 24 de agosto de 2022

(1810) El proceso al que fue sometido el pésimo gobernador Francisco de Meneses fue muy largo, y murió antes de que finalizara. El nuevo virrey de Perú, Pedro Fernández de Castro, descendiente de San Francisco de Borja, era muy religioso.

 

     (1410) Así como el juicio de residencia de Ángel  de Peredo terminó limpiamente y sin que se le exigieran responsabilidades, el del exgobernador Francisco de Meneses resultó patético y muy largo: “Su detención en la ciudad de Córdoba (Tucumán) durante un año entero debió originarle grandes molestias, aunque habrían sido mucho mayores de habérsele obligado a residir allí cuando tomó el mando de ese territorio don Ángel de Peredo, a quien había perseguido en Chile con injustificada porfía. Pero el visitador Munive, por insistencia, sin duda, de los parientes de Meneses, dispuso que fuera trasladado nuevamente a Chile. De allí pasó después a Lima, donde el virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos, lo recibió con dureza, y luego lo dejó confinado en la ciudad de Trujillo mientras se continuaba la investigación de su conducta. Más de dos años duró la instrucción de este proceso. El juez Munive pudo comprobar la verdad de muchas de las faltas de las que se acusaba a Meneses y a sus allegados, y se centró en devolver al tesoro real y a los particulares los bienes que había usurpado. Para conseguirlo, embargaba las propiedades que habían sido mal adquiridas, imponiendo, además, multas considerables a los funcionarios que se habían descuidado en el cumplimiento de sus obligaciones. Esos trabajos duraron hasta finales de 1670, pero fueron necesarios muchos años para terminar este proceso. La Reina gobernadora, atendiendo las quejas que contra la administración de Meneses dirigían las autoridades y los pobladores de Chile y del Perú, tomó la medida de adelantar una decisión. En agosto de 1668, apenas pasados cuatro años de los ocho que debía gobernar Francisco de Meneses, doña Mariana de Austria lo destituyó”.

     Después de terminar Lope Antonio de Munive su instrucción del proceso contra Meneses, faltaba la decisión del Concejo de Indias, cuyos preparativos  no empezaron hasta el año 1672 (en cuyo mes de diciembre murió el virrey de Perú): “Comprendía este proceso una enorme variedad de cargos y todos exigían un examen particular. Además, comenzaron a llegar a la Corte alegaciones de Meneses, de sus parientes y partidarios,  que debían perturbar el criterio de los consejeros del Rey, y que eran eficazmente apoyadas en Madrid por el padre mercedario Morales, quien actuaba allí como apoderado del reino de Chile. La familia y amistades de Meneses influían también en las discusiones del Consejo de Indias, y, si no podían obtener la absolución total de un exgobernador cuyos excesos no admitían disculpa, conseguían, al menos, que las penas pecuniarias fuesen mucho menos gravosas. Diez años más tarde, aún se ventilaban los incidentes de este asunto en el tribunal, pero, en el transcurso de ese tiempo, Francisco de Meneses falleció en Trujillo el año 1672. Su esposa, después de obtener del obispo de Santiago una sentencia que declaraba válido su matrimonio celebrado secretamente en 1664, había ido a reunirse con él en Trujillo, demostrando al desgraciado caballero un cariño inquebrantable, que debió servirle de consuelo en medio de las desgracias de sus últimos días. Doña Catalina Bravo de Sarabia, mucho más joven que Meneses, le sobrevivió largos años todavía. En Lima, donde se instaló con sus hijos (4 hijos y 2 hijas), llevó una existencia tranquila, disfrutando de una regular fortuna patrimonial, y murió (hacia el año 1718) con una edad muy avanzada”.

 

     (Imagen) Dejó huella el jesuita San Francisco de Borja. También fue descendiente suyo PEDRO FERNÁNDEZ DE CASTRO Y ANDRADE (Conde de Lemos), el nuevo virrey de Perú, nombrado en diciembre de 1666 por Mariana de Austria, Regente de España debido a la minoría de edad de su hijo Carlos II. Esas intensas emanaciones religiosas de San Francisco de Borja, y su espíritu jesuítico, llegaron a marcar mucho a gran parte de su descendencia. El nuevo virrey fue también un hombre muy devoto, y con una caridad cristiana que le llevó a cometer un error. El líder de los jesuitas en Chile, Luis de Valdivia, lo tuvo muy fácil para convertirlo en un defensor de la ilusoria estrategia de la ‘guerra defensiva’ contra los mapuches, y el virrey la impuso rigurosamente.  Pedro Fernández de Castro fue nombrado Virrey, Gobernador y Capitán General de Perú en 1566, y al año siguiente partió hacia América con su familia. La entrada oficial a la ciudad de Lima fue el 21 de noviembre de 1667. (Se le suele confundir con alguien mayor  que él, con idénticos nombre y apellidos, y también Conde de Lemos). Tuvo una llegada a Lima que resultó de las más brillantes protagonizadas por los virreyes. Su gobierno se caracterizó por la gran cantidad de celebraciones religiosas. Construyó muchas iglesias y estableció la norma de que todos se arrodillasen en las calles cuando la campana de la catedral indicara que se alzaba el Santísimo en la misa mayor. Sus oraciones y rosarios eran habituales, comulgaba diariamente, visitaba a los enfermos en los hospitales, les servía la comida de rodillas y dejaba cuantiosas limosnas. Como ocurría con todos los virreyes, no era tarea suya participar en batallas (a diferencia de los gobernadores, que arriesgaban constantemente su vida), pero organizó algunas campañas militares, una de ellas, con el fin de cerrarle el paso a los piratas. Surgió por entonces un grave conflicto entre quienes trabajaban en las minas, con alborotos multitudinarios, y el virrey se vio obligado a ejecutar a los principales promotores de aquella peligrosa rebeldía. También se dedicó a la construcción en Lima de instituciones públicas, especialmente benéficas, como un hospital para indios enfermos y un lugar de recogida para mujeres vulnerables, y quizá prostituidas, al que se le puso el nombre de Casa de las Amparadas. A primeros de diciembre de 1672, cuando se disponía a celebrar la canonización de Santa Rosa de Lima y la de San Francisco de Borja, sufrió una enfermedad que le ocasionó la muerte, teniendo solamente treinta y ocho años. Pero había ordenado que su fallecimiento no suspendiese las celebraciones religiosas, y, respetando su deseo, se llevaron a cabo con la brillantez de siempre. En la imagen, un cuadro más propio de un rey que de un virrey.




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