(1410) Así como el juicio de residencia de
Ángel de Peredo terminó limpiamente y
sin que se le exigieran responsabilidades, el del exgobernador Francisco de
Meneses resultó patético y muy largo: “Su detención en la ciudad de Córdoba (Tucumán)
durante un año entero debió originarle grandes molestias, aunque habrían sido
mucho mayores de habérsele obligado a residir allí cuando tomó el mando de ese territorio
don Ángel de Peredo, a quien había perseguido en Chile con injustificada
porfía. Pero el visitador Munive, por insistencia, sin duda, de los parientes
de Meneses, dispuso que fuera trasladado nuevamente a Chile. De allí pasó
después a Lima, donde el virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de
Lemos, lo recibió con dureza, y luego lo dejó confinado en la ciudad de
Trujillo mientras se continuaba la investigación de su conducta. Más de dos
años duró la instrucción de este proceso. El juez Munive pudo comprobar la
verdad de muchas de las faltas de las que se acusaba a Meneses y a sus
allegados, y se centró en devolver al tesoro real y a los particulares los
bienes que había usurpado. Para conseguirlo, embargaba las propiedades que
habían sido mal adquiridas, imponiendo, además, multas considerables a los
funcionarios que se habían descuidado en el cumplimiento de sus obligaciones. Esos
trabajos duraron hasta finales de 1670, pero fueron necesarios muchos años para
terminar este proceso. La Reina gobernadora, atendiendo las quejas que contra
la administración de Meneses dirigían las autoridades y los pobladores de Chile
y del Perú, tomó la medida de adelantar una decisión. En agosto de 1668, apenas
pasados cuatro años de los ocho que debía gobernar Francisco de Meneses, doña
Mariana de Austria lo destituyó”.
Después de terminar Lope Antonio de Munive
su instrucción del proceso contra Meneses, faltaba la decisión del Concejo de
Indias, cuyos preparativos no empezaron
hasta el año 1672 (en cuyo mes de diciembre murió el virrey de Perú): “Comprendía
este proceso una enorme variedad de cargos y todos exigían un examen
particular. Además, comenzaron a llegar a la Corte alegaciones de Meneses, de
sus parientes y partidarios, que debían
perturbar el criterio de los consejeros del Rey, y que eran eficazmente
apoyadas en Madrid por el padre mercedario Morales, quien actuaba allí como
apoderado del reino de Chile. La familia y amistades de Meneses influían
también en las discusiones del Consejo de Indias, y, si no podían obtener la
absolución total de un exgobernador cuyos excesos no admitían disculpa, conseguían,
al menos, que las penas pecuniarias fuesen mucho menos gravosas. Diez años más
tarde, aún se ventilaban los incidentes de este asunto en el tribunal, pero, en
el transcurso de ese tiempo, Francisco de Meneses falleció en Trujillo el año
1672. Su esposa, después de obtener del obispo de Santiago una sentencia que
declaraba válido su matrimonio celebrado secretamente en 1664, había ido a reunirse
con él en Trujillo, demostrando al desgraciado caballero un cariño
inquebrantable, que debió servirle de consuelo en medio de las desgracias de
sus últimos días. Doña Catalina Bravo de Sarabia, mucho más joven que Meneses,
le sobrevivió largos años todavía. En Lima, donde se instaló con sus hijos (4
hijos y 2 hijas), llevó una existencia tranquila, disfrutando de una
regular fortuna patrimonial, y murió (hacia el año 1718) con una edad
muy avanzada”.
(Imagen) Dejó huella el jesuita San
Francisco de Borja. También fue descendiente suyo PEDRO FERNÁNDEZ DE CASTRO Y
ANDRADE (Conde de Lemos), el nuevo virrey de Perú, nombrado en diciembre de
1666 por Mariana de Austria, Regente de España debido a la minoría de edad de
su hijo Carlos II. Esas intensas emanaciones religiosas de San Francisco de
Borja, y su espíritu jesuítico, llegaron a marcar mucho a gran parte de su
descendencia. El nuevo virrey fue también un hombre muy devoto, y con una
caridad cristiana que le llevó a cometer un error. El líder de los jesuitas en
Chile, Luis de Valdivia, lo tuvo muy fácil para convertirlo en un defensor de
la ilusoria estrategia de la ‘guerra defensiva’ contra los mapuches, y el
virrey la impuso rigurosamente. Pedro
Fernández de Castro fue nombrado Virrey, Gobernador y Capitán General de Perú
en 1566, y al año siguiente partió hacia América con su familia. La entrada
oficial a la ciudad de Lima fue el 21 de noviembre de 1667. (Se le suele
confundir con alguien mayor que él, con
idénticos nombre y apellidos, y también Conde de Lemos). Tuvo una llegada a Lima
que resultó de las más brillantes protagonizadas por los virreyes. Su gobierno
se caracterizó por la gran cantidad de celebraciones religiosas. Construyó muchas
iglesias y estableció la norma de que todos se arrodillasen en las calles
cuando la campana de la catedral indicara que se alzaba el Santísimo en la misa
mayor. Sus oraciones y rosarios eran habituales, comulgaba diariamente,
visitaba a los enfermos en los hospitales, les servía la comida de rodillas y
dejaba cuantiosas limosnas. Como ocurría con todos los virreyes, no era tarea
suya participar en batallas (a diferencia de los gobernadores, que arriesgaban
constantemente su vida), pero organizó algunas campañas militares, una de
ellas, con el fin de cerrarle el paso a los piratas. Surgió por entonces un
grave conflicto entre quienes trabajaban en las minas, con alborotos multitudinarios,
y el virrey se vio obligado a ejecutar a los principales promotores de aquella
peligrosa rebeldía. También se dedicó a la construcción en Lima de
instituciones públicas, especialmente benéficas, como un hospital para indios
enfermos y un lugar de recogida para mujeres vulnerables, y quizá prostituidas,
al que se le puso el nombre de Casa de las Amparadas. A primeros de diciembre
de 1672, cuando se disponía a celebrar la canonización de Santa Rosa de Lima y
la de San Francisco de Borja, sufrió una enfermedad que le ocasionó la muerte,
teniendo solamente treinta y ocho años. Pero había ordenado que su
fallecimiento no suspendiese las celebraciones religiosas, y, respetando su
deseo, se llevaron a cabo con la brillantez de siempre. En la imagen, un cuadro
más propio de un rey que de un virrey.
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