martes, 2 de agosto de 2022

(1791) Seguía la disputa por la gobernación de Chile entre Antonio de Acuña y Francisco de la Fuente. Al llegar el nuevo virrey de Perú, Luis Enríquez, aparcó a los dos, y nombró gobernador interino a Pedro Porter Casanate.

 

     (1391) Como era de esperar, la llegada a Concepción de las órdenes de los oidores de la Real Audiencia de Santiago, por las que se le devolvía a Antonio de Acuña su titularidad como Gobernador de Chile, iban, de momento, a enredar más la situación, ya que Francisco de la Fuente Villalobos se aferraba, sin tener razón para ello, al cargo que ya le habían concedido. El estar ambos lejos de Santiago de Chile facilitaba el mantenimiento de este conflicto: “El gobernador Acuña, viéndose amparado por esa resolución, y apoyado, además, por los descontentos que había creado la política absurda de Francisco de la Fuente, se consideró restituido de nuevo al poder, y confió el mando de las tropas al maestre de campo Fernández de Rebolledo”. Dio la casualidad de que, por entonces, se fueron consiguiendo algunas victorias importantes contra los mapuches, y el conflicto entre los dos candidatos quedó aparcado temporalmente, ya que el peligro de la insurrección de los indios había hecho que vieran necesario mantenerse tranquilos. Pero, cuando el nuevo virrey de Perú, Luis Enríquez de Guzmán, tuvo conocimiento de la confusa situación creada entre los dos pretendientes a la gobernación de Chile, decidió resolverla: “Le mandó al gobernador Acuña que, sin tardanza, se dirigiese a Lima con su familia. Le encargó también a la Audiencia que hiciera cumplir esta orden, y que asumiese el gobierno provisional del reino de Chile hasta que llegase un titular legítimo”.

     Los oidores de la Audiencia enviaron de inmediato a Concepción una orden para que Antonio de Acuña abandonara la gobernación de Chile, se trasladara a Perú y se presentase ante el Virrey:  “Pero el destituido gobernador no quiso hacer caso alguno de estas representaciones ni obedecer las órdenes del Virrey. Al tomar conocimiento de la orden del Virrey, contestó por escrito, en términos categóricos y hasta irrespetuosos, las razones que tenía para no obedecerla. Si estas ocurrencias hubieran sido conocidas por el público, habrían estimulado sin duda alguna las manifestaciones del descontento, y producido quizá un segundo motín en contra del Gobernador. Aunque la Real Audiencia había hecho venir a Santiago a los principales promotores del movimiento revolucionario de Concepción, quedaban en esta última ciudad algunos espíritus inquietos que censuraban duramente la conducta del Gobernador y de sus parientes. En aquel tiempo, estas censuras, aunque no pasasen de ser simples conversaciones, eran consideradas un grave delito. El maestre de campo Fernández Rebolledo (nombrado por Acuña), dando cuenta de ellas a la Real Audiencia, pedía que se le concediese facultad para castigarlas ejemplarmente. En el mismo seno del supremo tribunal, el oidor decano don Nicolás Polanco de Santillán sostuvo que la suavidad usada hasta entonces había hecho más insolentes a los revoltosos, y que debía procederse ‘con celeridad a cortar las cabezas de los que parecieren más culpables’, persuadido de que la ejecución de cuatro de estos, cuya participación en los sucesos pasados era reconocida por el Gobernador y por el oidor De la Huerta Gutiérrez, bastaría para aquietar los ánimos y hacer cesar las alarmas. Pero este parecer no fue aceptado por los otros oidores, que creían que, dadas las circunstancias del reino, era conveniente no salir de la línea de templanza y de moderación que la Audiencia se había trazado”.

 

     (Imagen) El ya depuesto gobernador Antonio de Acuña, asentado en Concepción, se aferraba como una lapa al puesto: “El virrey de Perú, LUIS ENRÍQUEZ DE GUZMÁN, cuando recibió  de Chile las comunicaciones referentes a la negativa del gobernador Acuña a presentarse ante él en Lima, dio cuenta de todo al Rey y tomó las medidas para hacerse obedecer. Tras reunirse con sus consejeros, decidió enviar a Chile con el título de gobernador interino al almirante (marítimo) don Pedro Porter Casanate, y puso bajo sus órdenes 376 soldados que, aunque destinados a someter a los indios, debían servir también para hacer respetar sus órdenes como nuevo gobernador. Iría a su lado el doctor don Álvaro de Ibarra, para que redactara informaciones acerca de todos aquellos que tuvieran responsabilidad en las desgracias de Chile. Porter Casanate desembarcó en Concepción el 1º de enero de 1656. Parece ser que, en un primer momento, no faltaron quienes aconsejasen al gobernador Acuña que se resistiera a entregar el mando, pero él no se atrevió a ponerse en rebelión abierta. ‘Estuvo el reino a punto de una guerra civil -le escribió al Rey el oidor Polanco de Santillán-, si don Antonio de Acuña no hubiera cedido el cargo para servir con obediencia a Vuestra Majestad. De haberse puesto a la defensiva, se habrían partido los campos en amigos y enemigos, convirtiéndose el recibimiento en batalla, de manera que, de no contenerse don Antonio de Acuña, aquello habría acabado mal’. Reunido solemnemente el cabildo de Concepción y algunos de los jefes militares de la plaza, Porter Casanate tomó posesión del gobierno sin dificultades de ninguna clase. El nuevo Gobernador desplegó un comportamiento tan prudente como firme. Guardando a don Antonio de Acuña y Cabrera las atenciones debidas a su rango, le pidió que se trasladase a Perú con su familia para dar cuenta de sus actos y para defenderse de los cargos que se le hacían. Álvaro de Ibarra, por su parte, comenzó inmediatamente a recoger la información sobre los sucesos pasados, formando, al efecto, tres procesos diferentes: uno contra Acuña, otro contra los Salazar (sus cuñados), y el tercero contra los que destituyeron al gobernador don Francisco de la Fuente Villalobos, pero se encontró con inmensas resistencias para hacer su trabajo. Al llegar a Santiago, se vio contrariado por los obstáculos que le ponía la Real Audiencia, pues sus oidores afirmaban que solo a ellos correspondía tramitar los procesos iniciados contra los autores del motín de Concepción. Ibarra, apoyado por el Gobernador, consiguió hacer valer su dictamen, y logró que fueran enviados a Lima los cuatro individuos a los que acusaba de la principal culpabilidad en aquellos hechos”.




 

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