(1397) A pesar de las rachas de éxitos,
era de suponer que los sobresaltos continuos serían inevitables: “Otro caudillo
indígena, llamado Inaqueupu, recorría los campos vecinos al río Maule, robaba
los ganados y caballos que encontraba y luchaba contra los pequeños
destacamentos que salían a su encuentro. El capitán Juan de la Barrera sufrió
una desastrosa derrota, en la que perdió quince soldados muertos en el combate
y seis prisioneros que los indios se llevaron consigo. Para mayor desgracia, la
viruela se propagó en el ejército español, y causó dolorosas pérdidas. Porter
Casanate, sin embargo, no perdió su confianza en el buen resultado de su
empresa, y, reclamando del cabildo de Santiago nuevos auxilios, creía poder
hacer frente a tantas contrariedades. Pero le había tocado gobernar en una de
las épocas más difíciles de la historia de Chile. Las hostilidades de los
indios y los desastres sufridos por algunos destacamentos no eran más que una
parte de los desastres ocurridos durante su gobierno. Desgracias como el
terremoto que destruyó Concepción y la epidemia de viruela que diezmó a su
ejército en 1660 habrían doblegado otro ánimo menos entero que el suyo. En los
últimos días de agosto, otro percance que nadie podía prever causó gran dolor
en todo el reino. Un buque salido de Valparaíso, con un cargamento de víveres
para el ejército de Concepción, naufragó antes de llegar a su destino con
pérdida de toda la gente que lo tripulaba. En esos mismos días, el mestizo
Alejo, astuto e incansable enemigo de los españoles, obtuvo una de sus más
señaladas victorias (a la que acabamos de hacer una breve referencia).
El Gobernador había fundado un fuerte en las alturas de Chepe, a corta
distancia de la ciudad de Concepción, y
había colocado allí cuatrocientos soldados para que cerraran el paso a los indios.
El caudillo Alejo concibió el atrevido proyecto de sorprender de improviso a Concepción,
que consideraba mal guarnecida. Partió con trescientos indios sigilosamente y llegó
hasta el valle de Palomares. Pero sus movimientos no pasaron desapercibidos a
los españoles que defendían el fuerte de Chepe. El capitán don Juan de Zúñiga,
que mandaba en él, salió rápidamente con doscientos soldados para impedirles avanzar. Al avistarse los dos bandos, el
capitán Zúñiga, creyendo segura la victoria, emprendió el ataque de frente sin
tomar en cuenta las dificultades del terreno. Cuando sus tropas se hallaban en
la mitad de su camino. los indios descendieron de sus alturas con un empuje
irresistible. Los españoles, cortados por todas partes y sin poder organizar la
defensa, eran envueltos y atropellados por los contrarios. Sesenta quedaron
muertos en el campo, y, entre ellos, su capitán, Juan de Zúñiga. Se cuenta que,
habiendo perdido su caballo y hallándose herido en una pierna, le pedía a su
teniente que lo llevase en ancas, pero que este, por vengar antiguos agravios,
no quiso socorrer a su jefe, lo insultó villanamente, y lo dejó abandonado. El
mestizo Alejo, después de perseguir a los fugitivos sin perdonar la vida a
ninguno de los que cayeron en sus manos, repartió entre los suyos las armas y
las ropas recogidas en el campo de batalla, y, satisfecho con el
feliz resultado de esta audaz correría, atravesó el Biobío a la cabeza de su
gente”.
(Imagen) El extraordinario Gobernador de
Chile PEDRO PORTER CASANATE murió después de una brillante batalla de la que
más tarde hablaremos: “No pudo gozar largo tiempo de la satisfacción de este
triunfo. Estaba en Concepción postrado por una grave hidropesía. Recibió a muchos
caciques que querían la paz, pero sus males se agravaron notablemente y, por
fin, falleció el 27 de febrero de 1662, tras haber hecho cuanto era posible para
la recuperación de Chile, pero con el pesar de que sus servicios no eran
estimados en su justo valor. La Real Audiencia de Santiago le llegó a decir al
Rey en mayo de 1658 que no se había mejorado nada con el gobierno de Pedro
Porter Casanate. Felipe IV, dando crédito a estos informes, decidió nombrar un
nuevo gobernador. La orden era casi ofensiva. Le decía al virrey que, ‘en el momento mismo en que llegue a la
ciudad de Lima, busque a la primera persona de más crédito e inteligencia que
hubiera, y nómbrela Gobernador de
Chile’. Pero fue en octubre de 1660 cuando el propio rey escogió para tal fin a
don Jerónimo Benavente y Quiñones. Como Benavente no podía partir pronto, el
Rey encargó al conde de Santisteban, nuevo virrey, que escogiera
a otro en su lugar. En cumplimiento de una orden tan terminante, el Virrey,
al llegar a Lima en 1661, se ocupó en buscar la persona que fuera a Chile a apartar del gobierno a Porter
Casanate (finalmente lo sería Diego González Montero Justiniano). La
muerte le libró a Porter de ese injusto desaire, y pocos años más tarde se
reconoció la importancia de sus grandes servicios. En agosto de 1668, la Real Audiencia
dio cuenta al Rey del resultado de los preceptivos juicios de residencia tomados
a los últimos mandatarios. ‘Se ha probado, se informaba, que, gracias a don
Pedro Porter Casanate cuando vino a gobernar, después del alzamiento general de
los indios mantuvo Chile lo mejor que se podía, y estableció algunas
poblaciones por entonces necesarias’. Además, tuvo que luchar con grandes
dificultades, soportando desgracias terribles, como terremotos, pestes y naufragios.
Recuperó con rapidez el territorio perdido y la pacificación del reino. Por
otra parte, sus contemporáneos tributaron los más cumplidos elogios al carácter
personal de Porter Casanate. ‘Fue, decía el cronista Rojas y Fuentes, muy
vigilante y celoso del real servicio y del bien común. Así como legítimo padre
de los soldados en sus derechos, y enemigo de hacer esclavos a los indios para venderlos
en provecho propio, lo cual demuestra su desinterés, pues estaba permitido
comerciar con los que se apresaban, siendo esta intervención el más solicitado
lucro de los que gobiernan”. La imagen muestra en su expediente de méritos que,
ya en 1646, PEDRO PORTER era Almirante de todo el Pacífico y Caballero de
Santiago.
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