martes, 18 de mayo de 2021

(1423) El astuto cacique de Guachoyo engañó a los españoles, se presentó con ellos ante los indios de Anilco, sus enemigos, y, fingiendo que Hernando de Soto lo apoyaba, hizo una masacre espantosa.

 

     (1013) Veamos cómo el cacique Guachoyo fue maniobrando para tener un respaldo de Hernando de Soto en sus deseos de vengarse del cacique Anilco y de sus indios. La actitud de los españoles parece haber sido un dejar hacer, aunque, al final, se opondrán a aquella barbarie: "Después de haber estado tres días los españoles en el pueblo de Guachoyo, el señor de él, que tenía el mismo nombre, habiendo sabido lo que en la provincia de Anilco entre indios y españoles había pasado y cómo aquel cacique no había querido recibir de paz al gobernador, quiso no perder la ocasión que en las manos tenía para vengarse de sus enemigos, y, como hombre mañoso y lleno de astucias, envió luego una solemne embajada al gobernador con cuatro indios, caballeros principales, y otros muchos de servicio, que iban cargados de mucha fruta y pescado. Le llevaban como mensaje una disculpa por no haberle esperado y recibido en su pueblo, rogándole, asimismo, que le diese permiso para ir a besarle las manos y ofrecerle su vasallaje. El gobernador se alegró mucho con la embajada y pidió a los mensajeros que dijesen a su cacique que estimaba en mucho su amistad y que viniese sin temor alguno, pues sería bien recibido".

     El cacique Guachoyo, al oír la respuesta que deseaba, fue a visitar de inmediato a Hernando de Soto, llevando consigo cien indios distinguidos, adornados con vistosas plumas y mantas de la mejor calidad, así como los arco y flechas que  nunca abandonaban. Hernando de Soto los invitó a comer, y, terminado el banquete, Guachoyo se dirigió al gobernador con palabras embaucadoras: "Le pidió que volviese a la provincia de Anilco, que él se ofrecía a ir con su gente sirviéndole, y, para facilitar el paso del río de Anilco, llevaría ochenta canoas grandes, con las cuales irían por el Río Grande abajo hasta la boca del río de Anilco, que entraba en el Río Grande, y por él subirían hasta el pueblo de Anilco, de manera que, entretanto que los indios navegaban por los dos ríos, iría Guachoyo con otros indios y con los españoles por tierra, para llegar todos juntos a un tiempo al pueblo de Anilco. El gobernador fue fácil de persuadir porque deseaba saber lo que en aquella provincia hubiese de provecho para el intento que tenía de hacer los bergantines que pensaba enviar por el río abajo. Deseaba asimismo atraer de paz y amistad al cacique Anilco para que, sin obstáculos, pudiese poblar  entre aquellas dos provincias que le habían parecido abundantes de comida. Pero la intención del cacique del Guachoyo era muy diferente, porque deseaba vengarse, con fuerzas ajenas, de su enemigo Anilco, el cual, en las guerras continuas que tenían, siempre lo había traído vencido".

     Por los ríos salieron navegando cuatro mil indios bajo el mando del capitán español Juan de Guzmán. Al mismo  tiempo lo hicieron, por tierra, Guachoyo con dos mil indios de guerra y Hernando de Soto con sus hombres. Todo el viaje discurrió según los previsto, pero al terminarlo, unos y otros pudieron intuir lo que iba a pasar: "Los moradores de Anilco, en cuanto vieron quiénes llegaban, y aunque el cacique estaba ausente, dieron alarma de guerra, y se prepararon para impedirles el paso del río con todo el ánimo y esfuerzo posible, pero, no pudiendo resistir la furia de los enemigos, que eran indios y españoles, volvieron las espaldas y desampararon el pueblo".

 

     (Imagen) Dándose cuenta los indios guachoyos de que sus enemigos, los del cacique Anilco, asustados porque les acompañaban los españoles (que, en realidad,  no iban a batallar), se retiraban, vieron la gran oportunidad de ensañarse brutalmente con ellos. Resumo lo que narra el cronista: "Los guachoyos entraron en el pueblo de sus tan odiados enemigos, saquearon el templo y tumbas de los antiguos señores, donde, además, tenía el cacique la mayor riqueza de su hacienda y muchas cabezas de los indios que habían matado puestas en puntas de lanzas a las puertas del templo, colocaron en su lugar las de muchos indios anilcos, y también profanaron los cuerpos que estaban en arcas de madera. No contenta la saña de los guachoyos con lo que habían hecho, pasó la rabia de ellos a otras cosas peores, y fue que no respetaron la vida de ninguna persona, pues, sin tener en cuenta sexo ni edad, mataron a todas las que hallaron en el pueblo, y con las más dignas de misericordia, como ancianas de extrema vejez y niños de teta, usaron mayor crueldad, porque, a las viejas, despojándolas de la poca ropa que traían, las mataban a flechazos, tirándoles a las partes pudendas preferentemente. Y a los niños pequeños los tomaban por una pierna y los echaban en alto, y en el aire, antes que llegasen al suelo, los flechaban. Las cuales cosas, vistas por algunos castellanos, dieron luego noticia de ellas al gobernador Hernando de Soto, el cual se enojó grandemente de que hubiesen hecho semejante agravio a los de Anilco, pues su intención era la de ganarlos como amigos. Para que la crueldad de los guachoyos no pasase adelante, reprendió al cacique por lo que sus indios habían hecho, y mandó que, so pena de la vida, nadie se atreviese a pegar fuego a las casas ni hacer mal a los indios. Salió a toda prisa del pueblo de Anilco mandando a los castellanos que llevasen por delante a los indios, para que no se quedasen a quemar el pueblo y a matar a la gente que en él se hubiese escondido". De esta manera se remedió algo el mal, y el gobernador se embarcó con toda la gente, españoles e indios, y pasó el río para volverse a Guachoyo. Pero, aun así, vieron en  la lejanía que el pueblo humeaba porque estos indios habían dejado brasas encendidas dentro de las casas, que eran de paja. En la imagen vemos a otro héroe: Míquel Silvestre, haciendo el recorrido de la campaña de Hernando de Soto en La Florida.





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