sábado, 1 de mayo de 2021

(1409) Los españoles, irritados por lo que les pasó en Chicasa, saquearon después el poblado de Chisca, provocando la ira de su anciano cacique. La diversidad de lenguas exigía numerosos intérpretes.

 

     (999) Sin duda, la tropa de españoles, atenazada por el fuerte liderazgo de Hernando de Soto, y después de haber partido de España dos años antes, seguía avanzando atormentada por el desánimo de ver que en aquellas tierras no aparecía el oro por ninguna parte, pero sí gran abundancia de indios extraordinariamente belicosos, a los que iban venciendo, pero a costa de un porcentaje muy alto de soldados muertos ('tó pa ná', que diría el castizo). Sigue contando el cronista: "Los indios de esta provincia de Chisca, por la guerra continua que con los de Chicasa tienen y por el despoblado que entre las dos provincias hay, no sabían cosa alguna de la ida de los españoles a su tierra, por lo que estaban descuidados. Los nuestros, luego que vieron el pueblo, sin guardar orden arremetieron a él y prendieron a muchos indios e indias de todas edades, y saquearon todo lo que en él hallaron, como si fuera de los de la provincia de Chicasa  donde tan mal les habían tratado".

     Inca Garcilaso comenta, de pasada, que, a medida que los españoles avanzaban, el sistema de traducción de los idiomas era cada vez más complicado: "Es de advertir que, cuando el gobernador llegó a Chicasa, por la mucha variedad de lenguas que halló conforme a las muchas provincias que había pasado, eran menester más de diez intérpretes para hablar a los caciques e indios. Y pasaba la comunicación desde Juan Ortiz hasta el postrero de los intérpretes. Con este trabajo y cansancio, pedía y recibía el gobernador las relaciones de las cosas que de toda aquella gran tierra le convenía informarse (un sistema muy poco fiable). Pero este trabajo no se hacía con los indios e indias particulares que de cualquier provincia los nuestros para su servicio prendían, porque, en menos de dos meses de estancia con los españoles, entendían a sus amos lo que en la lengua castellana les hablaban, y ellos en la misma lengua se daban a entender. Toda esta habilidad mostraban en el lenguaje, y, para cualquier otra cosa, la tenían muy buena todos los de este gran reino de la Florida".

     Dicho lo cual, veamos lo que ocurrió después del saqueo de los españoles en Chisca: "A un lado del pueblo estaba la casa del cacique, en la cual se refugiaron muchos indios. Otros fueron a un monte muy bravo que había entre el pueblo y el Río Grande. El señor de aquella provincia se llamaba Chisca, como ella misma. Estaba enfermo en la cama y era ya viejo. El cual, sintiendo el ruido y alboroto que en el pueblo había, se levantó y salió de su aposento, y, al saber del robo y prisión de sus vasallos, tomó un hacha y quiso descender gritando que había de matar a cuantos en su tierra hubiesen entrado sin su licencia. Hacía estas bravatas, pero no tenía el triste fuerzas ni para matar un gato, porque, además de estar enfermo, era un viejecito pequeño de cuerpo. Sus mujeres y criados se asieron de él, pidiéndole con lágrimas y ruegos que no bajase. Y los indios que subían del pueblo le dijeron que, para vengar su injuria, llamase a la gente que había en la comarca y aguardase mejor coyuntura y que, entre tanto, fingiese amistad con los extraños. Con estas razones, lograron que no bajase a pelear con los cristianos, peo él quedó tan enojado, que no quiso oír un mensaje de paz que le envió el gobernador".

 

     (Imagen) El historiador David J. Weber hizo una gran labor en su extenso libro La frontera española en América del Norte, pero abrevia mucho lo que fue la campaña de HERNANDO DE SOTO en La Florida. No obstante, aporta algunos datos interesantes sobre lo que estamos viendo ahora, aunque varios resultan imprecisos. Habla con razón del fuerte golpe moral que sufrieron los españoles en la batalla que tuvieron con el cacique Tuscaluza en el poblado de Mabila, pero se limita a decir que los españoles y los indios sufrieron grandes bajas. En realidad, Inca Garcilaso explicó que casi todos los indios murieron, y que, incluso, del bravo Tuscaluza nunca más se supo. Y también hizo referencia el cronista a un hecho que Weber recoge: "Curamos aquella noche nuestras heridas -recordaba uno de los participantes- con el unto (la grasa) de los indios muertos, pues no nos había quedado otra medicina". Y añade Weber: "Además de hombres y caballos, Soto perdió víveres, ropa y botín, incluido un baúl de perlas que llevaban cargado por el camino desde Cofitachequi". Saca después una conclusión de lo que ocurrió tras el desastre, que estaba desembocando en un motín, porque un grupo de soldados querían dejarlo todo y volverse a casa: "Un líder menos decidido que Hernando de Soto habría abandonado también, porque tenía la oportunidad. El intérprete Juan Ortiz le había dado a conocer la ubicación de barcos de abastecimiento en el Golfo de México, que podían haber sacado a lugar seguro a los españoles, pero Hernando de Soto se guardó la información, y condujo a sus maltrechos hombres rumbo al norte". Acierta Weber al subrayar la tenacidad de Hernando de Soto, pero nadie tenía que decirle al gran capitán que había barcos disponibles para volverse a casa, porque lo sabían de sobra él y sus soldados. Lo que sí hizo fue no entrar en discusiones con nadie, y, utilizando la fuerza de su liderazgo, dar la orden inapelable de continuar avanzando hacia tierras nuevas, una actitud que en las Indias se vio repetida durante situaciones muy comprometidas de otros grandes capitanes, como Hernán Cortés y Francisco Pizarro. Nos acaba de decir Inca Garcilaso que todo su ejército, tras otros duros reveses, tiene ya a la vista, al sur de Arkansas (8 de mayo de 1541), el que llamaron Río Grande (el Misisipi). Podía servirles para tirar la toalla y volverse al Golfo de México, pero no lo harán, sino que lo van a atravesar para seguir buscando el gran triunfo que nunca lograrán.




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