(999) Sin duda, la tropa de españoles,
atenazada por el fuerte liderazgo de Hernando de Soto, y después de haber
partido de España dos años antes, seguía avanzando atormentada por el desánimo
de ver que en aquellas tierras no aparecía el oro por ninguna parte, pero sí
gran abundancia de indios extraordinariamente belicosos, a los que iban
venciendo, pero a costa de un porcentaje muy alto de soldados muertos ('tó pa ná',
que diría el castizo). Sigue contando el cronista: "Los indios de esta
provincia de Chisca, por la guerra continua que con los de Chicasa tienen y por
el despoblado que entre las dos provincias hay, no sabían cosa alguna de la ida
de los españoles a su tierra, por lo que estaban descuidados. Los nuestros,
luego que vieron el pueblo, sin guardar orden arremetieron a él y prendieron a muchos
indios e indias de todas edades, y saquearon todo lo que en él hallaron, como
si fuera de los de la provincia de Chicasa donde tan mal les habían tratado".
Inca Garcilaso comenta, de pasada, que, a
medida que los españoles avanzaban, el sistema de traducción de los idiomas era
cada vez más complicado: "Es de advertir que, cuando el gobernador llegó a
Chicasa, por la mucha variedad de lenguas que halló conforme a las muchas
provincias que había pasado, eran menester más de diez intérpretes para hablar
a los caciques e indios. Y pasaba la comunicación desde Juan Ortiz hasta el
postrero de los intérpretes. Con este trabajo y cansancio, pedía y recibía el
gobernador las relaciones de las cosas que de toda aquella gran tierra le
convenía informarse (un sistema muy poco fiable). Pero este trabajo no
se hacía con los indios e indias particulares que de cualquier provincia los
nuestros para su servicio prendían, porque, en menos de dos meses de estancia
con los españoles, entendían a sus amos lo que en la lengua castellana les
hablaban, y ellos en la misma lengua se daban a entender. Toda esta habilidad
mostraban en el lenguaje, y, para cualquier otra cosa, la tenían muy buena
todos los de este gran reino de la Florida".
Dicho lo cual, veamos lo que ocurrió
después del saqueo de los españoles en Chisca: "A un lado del pueblo
estaba la casa del cacique, en la cual se refugiaron muchos indios. Otros fueron
a un monte muy bravo que había entre el pueblo y el Río Grande. El señor de
aquella provincia se llamaba Chisca, como ella misma. Estaba enfermo en la cama
y era ya viejo. El cual, sintiendo el ruido y alboroto que en el pueblo había,
se levantó y salió de su aposento, y, al saber del robo y prisión de sus
vasallos, tomó un hacha y quiso descender gritando que había de matar a cuantos
en su tierra hubiesen entrado sin su licencia. Hacía estas bravatas, pero no
tenía el triste fuerzas ni para matar un gato, porque, además de estar enfermo,
era un viejecito pequeño de cuerpo. Sus mujeres y criados se asieron de él,
pidiéndole con lágrimas y ruegos que no bajase. Y los indios que subían del
pueblo le dijeron que, para vengar su injuria, llamase a la gente que había en
la comarca y aguardase mejor coyuntura y que, entre tanto, fingiese amistad con
los extraños. Con estas razones, lograron que no bajase a pelear con los
cristianos, peo él quedó tan enojado, que no quiso oír un mensaje de paz que le
envió el gobernador".
(Imagen) El historiador David J. Weber
hizo una gran labor en su extenso libro La frontera española en América del
Norte, pero abrevia mucho lo que fue la campaña de HERNANDO DE SOTO en La Florida.
No obstante, aporta algunos datos interesantes sobre lo que estamos viendo
ahora, aunque varios resultan imprecisos. Habla con razón del fuerte golpe
moral que sufrieron los españoles en la batalla que tuvieron con el cacique
Tuscaluza en el poblado de Mabila, pero se limita a decir que los españoles y
los indios sufrieron grandes bajas. En realidad, Inca Garcilaso explicó que
casi todos los indios murieron, y que, incluso, del bravo Tuscaluza nunca más
se supo. Y también hizo referencia el cronista a un hecho que Weber recoge:
"Curamos aquella noche nuestras heridas -recordaba uno de los
participantes- con el unto (la grasa) de los indios muertos, pues no nos
había quedado otra medicina". Y añade Weber: "Además de hombres y
caballos, Soto perdió víveres, ropa y botín, incluido un baúl de perlas que
llevaban cargado por el camino desde Cofitachequi". Saca después una
conclusión de lo que ocurrió tras el desastre, que estaba desembocando en un
motín, porque un grupo de soldados querían dejarlo todo y volverse a casa:
"Un líder menos decidido que Hernando de Soto habría abandonado también,
porque tenía la oportunidad. El intérprete Juan Ortiz le había dado a conocer
la ubicación de barcos de abastecimiento en el Golfo de México, que podían
haber sacado a lugar seguro a los españoles, pero Hernando de Soto se guardó la
información, y condujo a sus maltrechos hombres rumbo al norte". Acierta
Weber al subrayar la tenacidad de Hernando de Soto, pero nadie tenía que
decirle al gran capitán que había barcos disponibles para volverse a casa,
porque lo sabían de sobra él y sus soldados. Lo que sí hizo fue no entrar en
discusiones con nadie, y, utilizando la fuerza de su liderazgo, dar la orden
inapelable de continuar avanzando hacia tierras nuevas, una actitud que en las
Indias se vio repetida durante situaciones muy comprometidas de otros grandes
capitanes, como Hernán Cortés y Francisco Pizarro. Nos acaba de decir Inca
Garcilaso que todo su ejército, tras otros duros reveses, tiene ya a la vista,
al sur de Arkansas (8 de mayo de 1541), el que llamaron Río Grande (el
Misisipi). Podía servirles para tirar la toalla y volverse al Golfo de México,
pero no lo harán, sino que lo van a atravesar para seguir buscando el gran
triunfo que nunca lograrán.
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