(1018) Faltos de guías fiables, los
españoles siguieron la ruta (la del oeste) que el viejo indio al que habían
matado por su traición les aconsejó, pero todo se fue complicando. El único
deseo que tenían era salir de aquellas tierras tan peligrosas, en las que
habían fracasado por completo, y llegar al puerto de salvación, México: "El gobernador Luis de Moscoso y sus
capitanes, escarmentados del hambre y trabajos que pasaron en los desiertos que
atrás dejaron, no quisieron continuar hasta haber descubierto algún camino que
los sacase a tierras pobladas, por lo que enviaron por delante a setenta y dos de
a caballo para que inspeccionaran el territorio". El resultado fue
deprimente. Contaron a la vuelta que solo habían encontrado algún poblado miserable, con pocos indios, quienes les advirtieron
de que más adelante solo había nómadas que se dedicaban a la caza y a la pesca.
Visto el panorama, tomaron una decisión costosa, pero inevitable: "El
gobernador Luis de Moscoso y sus capitanes, considerando las dificultades que
iban a encontrar si continuaban por tierra
hacia México, acordaron no seguir adelante, sino volver atrás, yendo
hacia el mismo Río Grande (el Misisipi) que habían dejado, por estimar que
el camino más seguro era echarse por el río abajo y salir a la mar del Norte (el
Golfo de México)".
A la hora de escoger la ruta, se
decidieron por la más larga, dado que encontrarían en ella algunos poblados, en
los que podrían conseguir suficientes provisiones e información de los indios
para no equivocar el camino. Pero ya en marcha, tuvieron constantes problemas
con los ataques de los indios: "En aquellas tierras los españoles recibieron
más daño que en otra alguna, particularmente al final, por ser el camino
áspero, por montes y pasos muy propios para salteadores como lo eran aquellos
indios, en donde, entrando y saliendo a su salvo, no cesaban en sus
acometimientos, con los que mataron e hirieron a muchos castellanos e indios de
servicio, y caballos. Cuenta el cronista una anécdota sobre un soldado gallego
apellidado Sanjurge, que era admirado por sus habilidades de curandero de
heridas a base de aceite y lana sucia, a lo que añadía algunas palabras
mágicas. En este final dramático de la primera parte del viaje que iban
haciendo, Sanjurge fue alcanzado por la flecha de un indio que atravesó su
muslo y la silla de montar, llegando a penetrar someramente en las carnes del
caballo. Los compañeros consiguieron 'desclavarlo' del caballo, pero Sanjurge
se negaba a ser asistido por el médico de la tropa: "No quiso llamar al
cirujano por una rencilla que con él había tenido. Debido a la crueldad con que
anteriormente le curó una herida de la rodilla, y, enfadado por la torpeza de
sus manos, le había dicho con gran injuria que, si otra vez se viese herido, no
le llamaría, aunque supiese que iba a morir, y el cirujano le replicó que no le
llamase cuando lo necesitase, porque, aunque supiese darle la vida, no le
curaría. De manera que ni Sanjurge quiso llamar el cirujano ni el cirujano
quiso ir a curarle, aunque supo que estaba herido. Por lo cual decidió
socorrerse como él sabía, y, en lugar de aceite, tomó unto (grasa) de
puerco, y, por lana sucia, las hilachas de una manta vieja de indios, pues
hacía muchos días que entre los castellanos no había camisas ni ropa de lienzo.
Y fue de tanto provecho la cura que se hizo, que en cuatro días que el
ejército, por los muchos heridos que llevaba, descansó en aquel alojamiento,
sanó".
(Imagen) Acabamos de ver en palabras de
Inca Garcilaso la triste muerte de Hernando de Soto (y las alabanzas que hace a
su figura), así como que después,
habiendo tomado el mando Luis de Moscoso, todos estuvieron de acuerdo en
volverse a México, pero, por escoger un camino imposible, dieron la vuelta para
ir al río Misisipi con la idea de descender por él hasta su desembocadura en el
Golfo de México. La imagen muestra ese cambio de rumbo. El cronista ahora nos
narra algo que ocurrió poco antes: "Es de saber que, cuando los españoles
salieron del pueblo de Guachoyo, se fue con ellos voluntariamente un indio de
unos diecisiete años. Temiendo el gobernador Luis de Moscoso que fuese un
espía, le preguntó, por medio de los intérpretes, por qué lo había hecho. El
indio respondió: 'Señor, yo soy pobre y huérfano. Mis padres me dejaron muy
niño y desamparado, y un indio principal de mi pueblo, por tener lástima de mí,
me recogió en su casa y me crio entre sus hijos. Pero enfermó muy gravemente, y
sus parientes me eligieron para que, en muriéndose mi amo, me enterrasen con
él, porque mi señor me había querido mucho y era justo que yo fuese con él a
servirle en la otra vida. Y, aunque es verdad que por haberme criado le tengo
obligación y le quiero bien, no es ahora tanto el amor que desee ser enterrado
vivo con él. Por huir esta muerte, no hallando remedio mejor, decidí venirme
con la gente de vuestra señoría, que más quiero ser su esclavo que verme
enterrar vivo. Esta es la causa de mi venida, y no otra'. El general y los que
con él estaban se admiraron de haber oído al indio, y entendieron que la
costumbre de enterrar vivos a los criados y las mujeres con el hombre principal
difunto también se usaba en aquella tierra, como en las demás del Nuevo Mundo
hasta entonces descubiertas. En todo el imperio de los incas que reinaron en el
Perú, se acostumbraba largamente enterrar con los reyes y grandes señores a sus
mujeres más queridas y los criados más favorecidos y allegados a ellos, porque,
a pesar de su gentilidad, afirmaban que el ánima era inmortal, y creían que
después de esta vida, había otra como ella misma, y no espiritual, aunque con
pena y castigo para el que hubiese sido malo, y con gloria, premio y galardón
para el bueno. Y así dicen Hanampacha, que quiere decir mundo alto, por el
cielo, y Ucupacha, que significa mundo bajo, por el infierno, y llaman Zupay al
diablo, con quien dicen que van los malos".
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