lunes, 3 de mayo de 2021

(1410) El cacique de Chisca y sus indios calmaron su ira para evitar la guerra con los españoles, quienes les devolvieron lo saqueado. En el Misisipi tuvieron algún problema. El recuerdo de Hernando de Soto permanece indeleble en los Estados Unidos.

 

     (1000) Habían sido demasiadas las contrariedades sufridas por los españoles, de manera que no era el momento de meterse en otro conflicto: "El gobernador, sus capitanes y soldados, que de todo el invierno pasado venían hartos de pelear y traían muchos heridos y enfermos, ninguna inclinación tenían a la guerra, y, con el deseo de paz, confusos por haber saqueado el pueblo y enojado al curaca, le enviaron otros muchos recados con buenas palabras, porque, además de los inconvenientes que los españoles traían consigo, vieron que en el pueblo se habían juntado con el cacique casi cuatro mil hombres de guerra, y temieron que llegarían muchos más. Vieron asimismo que el lugar era muy favorable para los indios y malo para los castellanos, porque, por los muchos arroyos y montes que había, no podían aprovecharse de los caballos. Y lo que les era de mayor consideración era ver que con las batallas no medraban nada, sino que se iban consumiendo, porque de día en día les mataban hombres y caballos, por todo lo cual buscaban la paz con mucho deseo. Por su parte, entre los indios había muchos que deseaban la guerra porque estaban lastimados con la prisión de sus mujeres e hijos, hermanos y parientes, y con la hacienda robada, y hasta algunos querían la guerra también por el deseo orgulloso de salir victoriosos. Hubo otros indios más pacíficos y cuerdos que deseaban aceptar la paz y amistad que los españoles ofrecían porque con ella, más seguramente que con la guerra y enemistad, podían recuperar las mujeres e hijos presos y la hacienda perdida. Este consejo venció a los demás, y el cacique se inclinó a él, y, guardando su enojo para cuando se ofreciese mejor ocasión, respondió a los mensajeros del gobernador que le dijesen qué era lo que los castellanos querían y, siéndole respondido que solamente tener alojamiento en el pueblo y que les diesen la poca comida que necesitaban, porque ellos pasaban de camino y no podían parar mucho en su tierra. Entonces les dijo que se alegraba de concederles la paz y amistad que le pedían, pero con condición de que soltasen a sus indios presos y restituyesen toda la hacienda que les habían tomado".

     A nadie le convenía la guerra, y eso hizo que el paso por el poblado de Chisca resultara algo solamente anecdótico: "Los nuestros aceptaron las condiciones porque, además, no necesitaban a la gente que habían apresado, y la hacienda robada era una miseria de gamuzas y algunas mantas, pocas y pobres. Se les restituyó todo, sin que faltara ni una olla de barro, como pedía el cacique. Los indios desocuparon el pueblo y dejaron comida a los castellanos, los cuales, para que los enfermos descansasen, pararon en aquel pueblo llamado Chisca seis días. El último de ellos, el gobernador, con permiso del cacique, que ya estaba menos enojado, lo visitó y le agradeció la amistad y hospedaje, y, al día siguiente, continuó su viaje de descubrimiento y conquista. Habiendo salido el ejército del poblado, anduvo cuatro jornadas pequeñas de a tres leguas, pues la indisposición de los heridos y enfermos no consentía que fuesen más largas. Finalmente encontraron un paso por donde se podía ir hasta el Río Grande, porque hasta entonces se lo impedía un monte grandísimo que tenía barrancas de una parte y de la otra muy altas y cortadas, por las que no podían subir ni bajar.

 

     (Imagen) Descubrieron, pues, los españoles con asombro el gran río Misisipi, que, en su prolongación con el Misuri, pasa de los 6.000 km y se convierte en el cuarto más largo del planeta, tras el Amazonas, el Nilo y el Yangtsé. Semejante cauce fluvial  tuvo que impresionar a todo el ejército, pero su prioridad era avanzar, conquistar, fundar poblaciones, enriquecerse y evangelizar. Así que, de momento, el gran río era un problema añadido, porque necesitaban atravesarlo. Los indios que les vieron llegar mostraron un comportamiento cambiante: "En la otra orilla del río había más de seis mil indios de guerra, bien apercibidos de armas, y gran número de canoas para impedirles el paso". No obstante, al día siguiente se presentaron cuatro emisarios del cacique en son de paz, y, ceremoniosamente, hicieron una gran reverencia al sol, otra a la luna, y una última, menos aparatosa, a Hernando de Soto: "Todo el tiempo que los españoles estuvieron en aquel lugar, que fueron unos veinte días, sirvieron estos indios al ejército con mucha paz y amistad. Con gran diligencia y trabajo, los nuestros echaron al cabo de veinte días cuatro barcas al río, acabadas de todo punto, y de noche y de día las guardaban con mucho cuidado para que los enemigos no se las quemasen". La desconfianza era lógica: "Durante el tiempo en que los españoles se ocupaban en su trabajo, no cesaron de molestarlos lanzándoles desde sus canoas muchas flechas, y los nuestros se defendían con los arcabuces y las ballestas. Los infieles, reconociendo que no podían impedirles el paso, decidieron irse a sus pueblos. Los españoles, sin contradicción alguna, pasaron el río en sus piraguas y en algunas canoas que con su buena industria habían ganado a los enemigos. Y, deshechas las barcas para guardar la clavazón, que era muy necesaria, continuaron adelante su viaje". Volverán un año después al Misisipi, y el río quedará históricamente enriquecido con el cadáver de HERNANDO DE SOTO sumergido en sus aguas. La placa de la imagen conmemora, sobre un puente, que Hernando de Soto, el día 18 de junio de 1541, atravesó por allí el río Misisipi, estando el punto situado entre el Condado de Coahoma y el Condado de DeSoto (cuyo nombre es recordado en muchos lugares de aquel gran país).




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