sábado, 29 de mayo de 2021

(1433) El cacique Guachoyo odiaba al capitán principal de Anilco, y tuvo que morderse la lengua. También el gobernador Luis de Moscoso le bajó los humos al traidor cacique Quigualtam.

 

     (1023) A diferencia de Guachoyo, el cacique Anilco mantendrá sin fisuras la fidelidad a los españoles: "En esta alianza, aunque fue convidado, no quiso participar el cacique Anilco, ni su capitán general, sino que les pesó saber que los demás caciques tratasen de matar a los castellanos. Por cumplir la palabra de leal amistad que les había dado el capitán general a los españoles, de parte de su cacique y suya, dio cuenta al gobernador de lo que los indios de la comarca trataban contra él. El gobernador, con muy buenas palabras, agradeció al general lo que le dijo, y las mismas le encargó decir a su cacique. Es de notar que el cacique Anilco, aunque daba su amistad y su servicio a los españoles, nunca quiso venir a ver al general y siempre se excusó diciendo que tenía falta de salud. Del cacique Guachoyo, que también mostraba ser amigo de los nuestros, no se pudo saber de cierto si entraba en la liga con los otros caciques o no, pero se sospechó que la consentía. A esta sospecha ayudaba algo peor, que era el odio y rencor que mostraba tener al cacique Anilco, y lo mucho que pesaba de que el gobernador y los españoles lo honrasen tanto".

     Inca Garcilaso advirtió anteriormente de que, por no conocer el nombre del capitán general del cacique Anilco, lo iba a llamar también Anilco, pero esa solución está llevando a confusiones, por lo que cuando habla de él, no lo transcribo como Anilco, sino como 'el general o el capitán general' de Anilco, a quien Guachoyo odiaba tanto como al verdadero Anilco. Viene a cuento aclararlo porque el cronista habla ahora de que Guachoyo no pudo aguantar más en silencio la rabia que le tenía al capitán general, y se la mostró sin paliativos al gobernador Luis de Moscoso (además, en presencia del afectado), manifestando que no era justo que le dieran los españoles más afecto y consideración a un simple capitán que a un poderoso cacique como él. Además de referirse a la diferencia de nivel social que había entre ellos dos,  no se privó Guachoyo en absoluto de ensañarse verbalmente desprestigiando al capitán de Anilco de muy diversas maneras: "Su semblante y otras muchas palabras superfluas e injuriosas que habló mostraron bien el odio y la envidia que al capitán de Anilco tenía". Este capitán aguantó con calma los ataques verbales de Guachoyo, pero luego, tras pedirle permiso a Luis de Moscoso, le contestó con una larga y convincente  réplica, que terminó en un desafío personal: "Y, porque no es de hombres sino de mujeres reñir de palabra, vengamos a las armas, y se verá cuál de los dos merece por su virtud y esfuerzo ser señor de vasallos. Vos y yo entremos solos en una canoa por este Río Grande abajo. El que más pudiese en el camino, que lleve la canoa a su casa. Si me mataseis, habréis vengado vuestros agravios, y, si yo os matase, haré valer que el merecimiento de los hombres no está en ser muy ricos ni en tener muchos vasallos, sino en merecerlo por su propia virtud y valentía". La respuesta desconcertó al cacique: "Guachoyo no respondió cosa alguna a todo lo que el capitán general de Anilco le dijo, y en el semblante del rostro mostró quedar avergonzado de haber movido la plática, por lo cual el gobernador y los que con él estaban infirieron que era verdad lo que el general de Anilco había dicho, y, de allí en adelante, lo tuvieron en más todavía".

 

     (Imagen) El cacique Quigualtan y sus aliados seguían con su plan de matar a todos los españoles (que ya estaban sobre aviso), pero fingiendo lealtad: "Él y sus conjurados no cesaban en su mala intención, sino que de día y de noche, con regalos y recados fingidos enviaban muchos mensajeros, los cuales, después de haberlos dado, andaban por todo el alojamiento de los españoles en son de amigos, mirando con atención dónde tenían las armas y los caballos, para aprovecharse en su traición de cualquier descuido que los nuestros pudiesen tener. De nada servía que el gobernador les hubiese mandado muchas veces que no viniesen de noche. Ocurrió que Gonzalo Silvestre, que estuvo enfermo y llegado muchas veces a lo último de la vida, habiéndole tocado, ya convaleciente, ser centinela una noche, vio venir a dos indios con sus arcos y flechas en las manos. Gonzalo Silvestre dijo al compañero que con él velaba, llamado Juan Garrido, natural de Burgos: 'Aquí vienen dos indios, y, al primero que entre por la puerta, pienso darle una cuchillada en la cara, porque el gobernador les prohibió que se acercaran de noche'. Sin pedir licencia, los dos indios entraron por una puerta que estaba abierta. Viendo Silvestre la desvergüenza que traían, al primero que entró le dio una cuchillada en la frente, y, apenas hubo caído, se levantó y huyó. Gonzalo Silvestre, aunque pudo, no quiso matarlo por parecerle que para escarmentar a los indios bastaba lo hecho. El indio compañero del herido, oyendo el golpe, sin aguardar a ver qué había sido del compañero, escapó, y llegó donde había dejado la canoa en el Río Grande, se metió en ella y pasó el río dando la alarma a los suyos". También su compañero se puso a salvo, pero el hecho sirvió de excusa para calentar más la conjura de los indios: "El día siguiente, vinieron cuatro indios a quejarse en nombre de Quigualtam y de todos sus caciques aliados, diciendo que el indio herido era de los más principales, y le pedían al gobernador que, para satisfacción de todos, mandase matar públicamente al que lo hubiese hecho, porque el indio estaba herido de muerte". El gobernador LUIS DE MOSCOSO (la imagen muestra Zafra-Badajoz, su lugar de origen) actuó con diplomacia, pero no cedió un milímetro, argumentando que la culpa fue de los intrusos, por entrar en zona prohibida. La respuesta incrementó la ira de los nativos, y más arde veremos cómo acabó el peligroso conflicto.




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