(1023) A diferencia de Guachoyo, el cacique
Anilco mantendrá sin fisuras la fidelidad a los españoles: "En esta alianza,
aunque fue convidado, no quiso participar el cacique Anilco, ni su capitán
general, sino que les pesó saber que los demás caciques tratasen de matar a los
castellanos. Por cumplir la palabra de leal amistad que les había dado el capitán
general a los españoles, de parte de su cacique y suya, dio cuenta al
gobernador de lo que los indios de la comarca trataban contra él. El
gobernador, con muy buenas palabras, agradeció al general lo que le dijo, y las
mismas le encargó decir a su cacique. Es de notar que el cacique Anilco, aunque daba
su amistad y su servicio a los españoles, nunca quiso venir a ver al general y
siempre se excusó diciendo que tenía falta de salud. Del cacique Guachoyo,
que también mostraba ser amigo de los nuestros, no se pudo saber de cierto si
entraba en la liga con los otros caciques o no, pero se sospechó que la
consentía. A esta sospecha ayudaba algo peor, que era el odio y rencor que
mostraba tener al cacique Anilco, y lo mucho que pesaba de que el gobernador y
los españoles lo honrasen tanto".
Inca Garcilaso advirtió anteriormente de que,
por no conocer el nombre del capitán general del cacique Anilco, lo iba a
llamar también Anilco, pero esa solución está llevando a confusiones, por lo
que cuando habla de él, no lo transcribo como Anilco, sino como 'el general o
el capitán general' de Anilco, a quien Guachoyo odiaba tanto como al verdadero
Anilco. Viene a cuento aclararlo porque el cronista habla ahora de que Guachoyo
no pudo aguantar más en silencio la rabia que le tenía al capitán general, y se
la mostró sin paliativos al gobernador Luis de Moscoso (además, en presencia
del afectado), manifestando que no era justo que le dieran los españoles más
afecto y consideración a un simple capitán que a un poderoso cacique como él. Además
de referirse a la diferencia de nivel social que había entre ellos dos, no se privó Guachoyo en absoluto de ensañarse
verbalmente desprestigiando al capitán de Anilco de muy diversas maneras:
"Su semblante
y otras muchas palabras superfluas e injuriosas que habló mostraron bien el
odio y la envidia que al capitán de Anilco tenía". Este capitán aguantó
con calma los ataques verbales de Guachoyo, pero luego, tras pedirle permiso a
Luis de Moscoso, le contestó con una larga y convincente réplica, que terminó en un desafío personal:
"Y, porque
no es de hombres sino de mujeres reñir de palabra, vengamos a las armas, y se
verá cuál de los dos merece por su virtud y esfuerzo ser señor de vasallos. Vos
y yo entremos solos en una canoa por este Río Grande abajo. El que más pudiese
en el camino, que lleve la canoa a su casa. Si me mataseis, habréis vengado vuestros
agravios, y, si yo os matase, haré valer que el merecimiento de los hombres no
está en ser muy ricos ni en tener muchos vasallos, sino en merecerlo por su
propia virtud y valentía". La respuesta desconcertó al cacique: "Guachoyo
no respondió cosa alguna a todo lo que el capitán general de Anilco le dijo, y
en el semblante del rostro mostró quedar avergonzado de haber movido la
plática, por lo cual el gobernador y los que con él estaban infirieron que era
verdad lo que el general de Anilco había dicho, y, de allí en adelante, lo
tuvieron en más todavía".
(Imagen) El cacique Quigualtan y sus aliados
seguían con su plan de matar a todos los españoles (que ya estaban sobre
aviso), pero fingiendo lealtad: "Él y sus conjurados no cesaban en su mala
intención, sino que de día y de noche, con regalos y recados fingidos enviaban
muchos mensajeros, los cuales, después de haberlos dado, andaban por todo el
alojamiento de los españoles en son de amigos, mirando
con atención dónde tenían las armas y los caballos, para aprovecharse en su
traición de cualquier descuido que los nuestros pudiesen tener. De nada servía
que el gobernador les hubiese mandado muchas veces que no viniesen de noche.
Ocurrió que Gonzalo Silvestre, que estuvo
enfermo y llegado muchas veces a lo último de la vida, habiéndole tocado, ya
convaleciente, ser centinela una noche, vio venir a dos indios con sus arcos y
flechas en las manos. Gonzalo Silvestre dijo al compañero que con él velaba,
llamado Juan Garrido, natural de Burgos: 'Aquí vienen dos indios, y, al primero
que entre por la puerta, pienso darle una cuchillada en la cara, porque el
gobernador les prohibió que se acercaran de noche'. Sin pedir licencia, los dos indios entraron por una puerta
que estaba abierta. Viendo Silvestre la desvergüenza que traían, al primero que
entró le dio una cuchillada en la frente, y, apenas hubo caído, se levantó y
huyó. Gonzalo Silvestre, aunque pudo, no quiso matarlo por parecerle que para
escarmentar a los indios bastaba lo hecho. El indio compañero del herido, oyendo
el golpe, sin aguardar a ver qué había sido del compañero, escapó, y llegó
donde había dejado la canoa en el Río Grande, se metió en ella y pasó el río
dando la alarma a los suyos". También su compañero se puso a salvo, pero
el hecho sirvió de excusa para calentar más la conjura de los indios: "El
día siguiente, vinieron cuatro indios a quejarse en nombre de Quigualtam y de
todos sus caciques aliados, diciendo que el indio herido era de los más
principales, y le pedían al gobernador que, para satisfacción de todos, mandase
matar públicamente al que lo hubiese hecho, porque el indio estaba herido de
muerte". El gobernador LUIS DE MOSCOSO (la imagen muestra Zafra-Badajoz,
su lugar de origen) actuó con diplomacia, pero no cedió un milímetro,
argumentando que la culpa fue de los intrusos, por entrar en zona prohibida. La
respuesta incrementó la ira de los nativos, y más arde veremos cómo acabó el
peligroso conflicto.
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