martes, 11 de mayo de 2021

(1418) Después de dejar a los terroríficos indios de Tula, los españoles llegaron a Utiangue, cuyos nativos, menos belicosos, habían abandonado el poblado, pero también crearán problemas.

 

     (1008) No conseguían los españoles dominar a los indios de Tula por su terco orgullo, y las consecuencias eran dramáticas: "Los españoles estuvieron en el pueblo de Tula veinte días curando los muchos heridos que de la batalla pasada habían quedado. En este tiempo hicieron muchas correrías por toda la provincia, y prendieron a muchos indios e indias, mas no fue posible con halagos o amenazas hacer que alguno de ellos quisiese ir con los castellanos, y, si querían llevarlos por fuerza, se dejaban caer en el suelo, dando a entender que los matasen o los dejasen. Estos indios se mostraron tan indómitos, que resultó forzoso matar a los varones que eran de guerra. A las mujeres, muchachos y niños los dejaban ir libres, ya que no podían llevarlos consigo. Por esta fiereza e inhumanidad que los indios de esta provincia tienen, son temidos de todos los de su comarca, que, solamente de oír el nombre de Tula, se alarman, y con él asustan a los niños para hacerles callar cuando lloran".

     Parece ser que los indios de Tula fomentaban la agresividad en sus hijos ya desde la infancia, y el cronista pone un ejemplo: "Cuando los españoles salieron de aquel poblado, solo se llevaron un muchacho de indio de unos diez años, y lo tenía un caballero natural de Badajoz, llamado Cristóbal Mosquera, al que yo conocí después en Perú. En los pueblos que los cristianos descubrieron más adelante, donde los indios salían de paz, se juntaban los muchachos a hacer sus juegos y niñerías, que casi siempre eran darse batalla unos contra otros, dividiéndose por grupos, y muchas veces se encendían en su pelea de manera que salían muchos de ellos descalabrados. Los castellanos le pedían al muchacho de Tula que se pusiese de una parte y pelease contra la otra, el cual se ponía muy contento de que le mandasen entrar en batalla. Los de su banda le hacían enseguida capitán y con ellos arremetía a los contrarios con gran alarido, gritando el nombre de Tula, y esto solo bastaba para que huyesen los contrarios. Los indios decían que sus padres hacían lo mismo, porque eran cruelísimos con sus enemigos y no dejaban a ninguno con vida. Decían también que el deformarse las cabezas, y el pintarse las caras lo hacían por hacerse más feos de lo que de suyo lo son, y era para igualar la fealdad de sus rostros con la maldad de sus ánimos, pues en toda cosa eran muy inhumanos".

     Si en Tula permanecieron los españoles hasta veinte día, fue por la necesidad de curar a los heridos. Siguieron camino, y el cronista dice que, de momento, no tuvieron problemas con los indios, pero eso duró poco: "Veían que las tierras eran fértiles, pero poco pobladas, y de gente muy belicosa, pues siempre fueron por el camino hostigando a los españoles, aunque no podían hacerles mucho daño, ya que, yendo a caballo, los alcanzaban y alanceaban con toda facilidad. Llegaron luego al pueblo principal de una zona llamada Utiangue, como el mismo lugar, donde se alojaron sin contradicción alguna porque sus moradores lo habían desamparado. Los indios de esta provincia son mejor agestados que los de Tula y no se pintan las caras ni ahúsan las cabezas. Pero se mostraron belicosos, porque nunca quisieron aceptar la paz que el gobernador les ofreció muchas veces".

 

     (Imagen) En la imagen se ve cómo, después de estar entre los terribles indios de Tula, los españoles dieron  un giro hacia el este y entraron en Utiangue, donde actualmente radica la población de Camden (Arkansas). Se ve también que falta poco para que llegue Hernando de Soto al final de la línea roja del recorrido, donde caerá enfermo y morirá. Inca Garcilaso nos cuenta que, andando los españoles por aquellas tierras, tenía el capitán CRISTÓBAL DE MOSQUERA  Y FIGUEROA, como criado, un muchacho de la temible  tribu de los indios de Tula. Ya que hablé anteriormente de Cristóbal, no vendrá mal que amplíe algunos detalles. Como vimos, le acompañaban tres hermanos, el muy importante Luis de Moscoso Alvarado y otros dos más, Juan de Alvarado y Gómez de Alvarado (eran sobrinos del gran conquistador de México y Guatemala Pedro de Alvarado). Quizá hubiera un  cuarto, Alonso de Alvarado, pero lo cierto es que los tres primeros, cosa asombrosa, sobrevivieron a la terrible campaña de la Florida. Pertenecían a una familia de alto linaje, pues su padre, Alonso Hernández de Diosdado de Mosquera Moscoso era Comendador de la Orden de Santiago. Por su parte, CRISTÓBAL DE MOSQUERA Y FIGUEROA añadió a su brillante origen una descendencia de gran peso en la historia de Colombia. Después de volver vivo de la Florida y luchar en Perú con su pariente Francisco  Mosquera contra la rebeldía de Gonzalo Pizarro, se estableció felizmente en Cartago (Colombia), donde se casó con María Rengifo. Que tuvieran un solo hijo (llamado como el padre) parecería de mal agüero, y sin embargo, de esa rama surgieron miembros de gran importancia  para la sociedad colombiana del siglo XIX. Uno de sus descendientes fue José María de Mosquera y Figueroa, fallecido en 1827, quien, a diferencia de un hermano suyo, fue partidario de independizarse de España, criterio que compartirían, probablemente, algunos de sus notables hijos, entre los cuales destacaron (todos apellidados DE  MOSQUERA Y ARBOLEDA) JOAQUÍN MARIANO (Presidente de la Gran Colombia), TOMÁS CIPRIANO (cuatro veces Presidente de Colombia), MANUEL MARÍA (diplomático y político) y MANUEL JOSÉ (Arzobispo de Bogotá).






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