(1008) No conseguían los españoles dominar
a los indios de Tula por su terco orgullo, y las consecuencias eran dramáticas:
"Los españoles estuvieron en el pueblo de Tula veinte días curando los
muchos heridos que de la batalla pasada habían quedado. En este tiempo hicieron
muchas correrías por toda la provincia, y prendieron a muchos indios e indias,
mas no fue posible con halagos o amenazas hacer que alguno de ellos quisiese ir
con los castellanos, y, si querían llevarlos por fuerza, se dejaban caer en el
suelo, dando a entender que los matasen o los dejasen. Estos indios se
mostraron tan indómitos, que resultó forzoso matar a los varones que eran de
guerra. A las mujeres, muchachos y niños los dejaban ir libres, ya que no
podían llevarlos consigo. Por esta fiereza e inhumanidad que los indios de esta
provincia tienen, son temidos de todos los de su comarca, que, solamente de oír
el nombre de Tula, se alarman, y con él asustan a los niños para hacerles
callar cuando lloran".
Parece ser que los indios de Tula
fomentaban la agresividad en sus hijos ya desde la infancia, y el cronista pone
un ejemplo: "Cuando los españoles salieron de aquel poblado, solo se
llevaron un muchacho de indio de unos diez años, y lo tenía un caballero
natural de Badajoz, llamado Cristóbal Mosquera, al que yo conocí después en
Perú. En los pueblos que los cristianos descubrieron más adelante, donde los
indios salían de paz, se juntaban los muchachos a hacer sus juegos y niñerías,
que casi siempre eran darse batalla unos contra otros, dividiéndose por grupos,
y muchas veces se encendían en su pelea de manera que salían muchos de ellos
descalabrados. Los castellanos le pedían al muchacho de Tula que se pusiese de
una parte y pelease contra la otra, el cual se ponía muy contento de que le
mandasen entrar en batalla. Los de su banda le hacían enseguida capitán y con ellos
arremetía a los contrarios con gran alarido, gritando el nombre de Tula, y esto
solo bastaba para que huyesen los contrarios. Los indios decían que sus padres hacían
lo mismo, porque eran cruelísimos con sus enemigos y no dejaban a ninguno con
vida. Decían también que el deformarse las cabezas, y el pintarse las caras lo
hacían por hacerse más feos de lo que de suyo lo son, y era para igualar la
fealdad de sus rostros con la maldad de sus ánimos, pues en toda cosa eran muy
inhumanos".
Si en Tula permanecieron los españoles
hasta veinte día, fue por la necesidad de curar a los heridos. Siguieron
camino, y el cronista dice que, de momento, no tuvieron problemas con los
indios, pero eso duró poco: "Veían que las tierras eran fértiles, pero poco
pobladas, y de gente muy belicosa, pues siempre fueron por el camino hostigando
a los españoles, aunque no podían hacerles mucho daño, ya que, yendo a caballo,
los alcanzaban y alanceaban con toda facilidad. Llegaron luego al pueblo
principal de una zona llamada Utiangue, como el mismo lugar, donde se alojaron
sin contradicción alguna porque sus moradores lo habían desamparado. Los indios
de esta provincia son mejor agestados que los de Tula y no se pintan las caras
ni ahúsan las cabezas. Pero se mostraron belicosos, porque nunca quisieron aceptar
la paz que el gobernador les ofreció muchas veces".
(Imagen) En la imagen se ve cómo, después
de estar entre los terribles indios de Tula, los españoles dieron un giro hacia el este y entraron en Utiangue,
donde actualmente radica la población de Camden (Arkansas). Se ve también que
falta poco para que llegue Hernando de Soto al final de la línea roja del
recorrido, donde caerá enfermo y morirá. Inca Garcilaso nos cuenta que, andando
los españoles por aquellas tierras, tenía el capitán CRISTÓBAL DE MOSQUERA Y FIGUEROA, como criado, un muchacho de la
temible tribu de los indios de Tula. Ya
que hablé anteriormente de Cristóbal, no vendrá mal que amplíe algunos detalles.
Como vimos, le acompañaban tres hermanos, el muy importante Luis de Moscoso Alvarado
y otros dos más, Juan de Alvarado y Gómez de Alvarado (eran sobrinos del gran
conquistador de México y Guatemala Pedro de Alvarado). Quizá hubiera un cuarto, Alonso de Alvarado, pero lo cierto es
que los tres primeros, cosa asombrosa, sobrevivieron a la terrible campaña de
la Florida. Pertenecían a una familia de alto linaje, pues su padre, Alonso
Hernández de Diosdado de Mosquera Moscoso era Comendador de la Orden de
Santiago. Por su parte, CRISTÓBAL DE MOSQUERA Y FIGUEROA añadió a su brillante
origen una descendencia de gran peso en la historia de Colombia. Después de
volver vivo de la Florida y luchar en Perú con su pariente Francisco Mosquera contra la rebeldía de Gonzalo
Pizarro, se estableció felizmente en Cartago (Colombia), donde se casó con
María Rengifo. Que tuvieran un solo hijo (llamado como el padre) parecería de
mal agüero, y sin embargo, de esa rama surgieron miembros de gran
importancia para la sociedad colombiana
del siglo XIX. Uno de sus descendientes fue José María de Mosquera y Figueroa,
fallecido en 1827, quien, a diferencia de un hermano suyo, fue partidario de
independizarse de España, criterio que compartirían, probablemente, algunos de
sus notables hijos, entre los cuales destacaron (todos apellidados DE MOSQUERA Y ARBOLEDA) JOAQUÍN MARIANO
(Presidente de la Gran Colombia), TOMÁS CIPRIANO (cuatro veces Presidente de
Colombia), MANUEL MARÍA (diplomático y político) y MANUEL JOSÉ (Arzobispo de
Bogotá).
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