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Los del nuevo gobernador, Luis de
Moscoso, se dieron cuenta de que estaban equivocando el rumbo para llegar al
punto del Misisipi que les interesaba: "Llevaban su viaje en arco hacia el
mediodía y, por parecerles que decaían mucho de la provincia de Guachoyo, donde
deseaban volver, enderezaron su camino al levante, con cuidado de que siempre
fuesen subiendo al norte. Habiendo caminado casi tres meses desde que salieron del
pueblo de Guachoyo, en todo aquel largo camino, aunque no tuvieron batallas
campales, nunca les faltaron sobresaltos, pues los indios a todas horas del día
y de la noche les acosaban sin dejar de hacer daño, principalmente en los que
se apartaban de la tropa, pues enseguida los flechaban, y así mataron a más de
cuarenta españoles en sólo este viaje. De noche, entraban en el campamento a
gatas, y, arrastrándose por el suelo como culebras, flechaban a los caballos y
a los mismos centinelas".
Varios españoles pidieron permiso para
apresar a algunos indios, ya que los necesitaban como criados. Con licencia de
Luis de Moscoso, salieron a efectuarlo veinticuatro españoles, doce de ellos a
caballo. Tuvieron fácil la tarea, porque los indios solían aparecer por donde
habían descansado los españoles, para aprovechar cosas que hubiesen dejado. No
tuvieron ninguna dificultad para apresar a catorce indios, pero la terquedad de
uno de los soldados va a crear un serio problema: "Queriendo irse ya los
castellanos con la presa, habiéndola repartido entre ellos, el maestro
carpintero Francisco Genovés, no contento con dos indios que le habían dado,
dijo que necesitaba otro, y que no se fuesen hasta que lo tuviesen preso".
Nadie estaba conforme con su pretensión, pero, viendo que estaba dispuesto a
quedarse solo para hacerlo, todos cedieron. En cuanto vieron a un indio, Juan
Páez, que ya demostró anteriormente ser demasiado impulsivo, picó a su caballo
y se adelantó a los demás: "El indio, al tenerlo ya cerca, le tiró una
flecha al caballo, le dio junto al codillo izquierdo y le hizo ir trompicando
más de veinte pasos hasta que cayó
muerto. En pos de Juan Páez había salido otro de a caballo, Francisco de
Bolaños, que era de Segovia, como él, arremetiendo contra el indio con una
lanzada que fue de ningún efecto. El indio tiró una flecha al caballo y le dio
por el mismo lugar que al primero, de tal manera que, con los mismos pasos que
el otro, fue rodando y cayó muerto a sus pies".
A la tercera fue la vencida: "Un
caballero natural de Badajoz, de una de las muy nobles familias que hay en
aquella ciudad, llamado Juan de Vega (que yo en el Perú conocí y después en
España), viendo a los dos españoles caídos en tierra, y sus caballos muertos,
arremetió a toda furia para matar al indio. Por otra parte, los dos soldados,
levantándose del suelo, fueron a él con sus lanzas en las manos. El indio salió
corriendo a recibir al caballero, haciendo cuenta de que, si le matase también
el caballo, podrían salvarle los pies, por la común ventaja que en el correr
hacen los indios a los españoles, y así habría sucedido si Juan de Vega no llevara
una protección especial para su caballo. El indio tiró una flecha al caballo y,
acertando en el pretal, pasó las tres dobleces del cuero y le hirió por los
pechos tan acertadamente que, si no llevara el pretal, le habría llegado hasta
el corazón. Entonces
Juan de Vega alanceó al indio y lo mató, pero, con su muerte, no quitaron los
nuestros el dolor que tenían de haber perdido en tan triste ocasión dos
caballos en tiempo que tanto los necesitaban, pues ya tenían pocos".
(Imagen) En Estados Unidos se celebran con
un relieve extraordinario los hechos históricos protagonizados por los
españoles en lo que hoy en día es su
territorio. Ya hablamos de cómo lo hacen todos los años en la ciudad de San
Agustín (exhibiendo por doquier la bandera de España), la primera establecida
en Norteamérica por un europeo, el español Pedro Menéndez de Avilés. Igualmente
reverencian la memoria de Hernando de Soto, descubridor del río Misisipi (el
mismo que le sirvió de sepultura) hasta el punto de que en muchos lugares del
país, especialmente en la zona por donde transcurrió su campaña de La Florida,
son muy abundantes los lugares, centros y monumentos que llevan su nombre. En
la costa donde desembarcó al llegar a aquellas tierras, que él llamó Bahía del
Espíritu Santo y ahora es conocida como Bahía de Tampa, está la ciudad de Bradenton (ver imagen), a
la que el gobierno americano le concedió el exclusivo privilegio de establecer
un amplio centro, de unas 15 hectáreas de extensión, dedicado íntegramente a
recordar la memoria del gran conquistador, bajo la denominación de DE SOTO
NATIONAL MEMORIAL. Dada la importancia que tiene como lugar turístico, es
administrado con gran profesionalidad por el National Park Service, organismo
que gestiona la mayor parte del legado que dejaron en Estados Unidos los
españoles. Este monumento nacional se creó el 11 de marzo de 1948, y fue
incluido en el Registro Nacional de Lugares Históricos el 15 de octubre de
1966. Los visitantes pueden asistir a recreaciones históricas, probar piezas de
armaduras, o caminar por un paisaje costero de la Florida similar al que
encontraron los primeros exploradores de aquellas tierras. En el centro, cuya
entrada es gratis, existen exposiciones de objetos de la época, y también una
librería relacionada con la historia de la Florida, destacando especialmente la
heroica campaña de Hernando de Soto y sus hombres. La población de Barcarrota
(Badajoz), es, con gran probabilidad, la cuna de HERNANDO DE SOTO, y, por estar
hermanada con Bradenton, se mantiene la costumbre de visitarse mutuamente
vecinos de ambas localidades. (Da vergüenza ver que los 'gringos' admiran y
valoran lo que nosotros tenemos casi olvidado).
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