(1004) Tras el cobarde abandono de los indios del cacique
Casqui, los españoles se iban a encontrar en apuros, pero tuvieron suerte: "Con
esta vileza y poquedad de ánimo huyeron aquellos indios, que habían creído poco
antes ganar la isla con la ayuda de los
españoles. Nuestros infantes, viendo que eran pocos contra tantos enemigos y
que no tenían caballos, que era la mayor fuerza para resistirles, empezaron a
retirarse con buen orden adonde habían dejado las canoas. Los indios enemigos,
viendo a los cristianos solos y que se retiraban, arremetieron contra ellos con
gran denuedo para matarlos. Pero el cacique Pacaha, que era sagaz y prudente,
quiso aprovecharse de esta ocasión para con ella ganar la gracia del gobernador
y el perdón de no haber querido recibir la paz y amistad que siempre le había
ofrecido. Entonces
les dijo a los suyos a grandes voces que no hiciesen mal a los cristianos, y que
los dejasen ir libremente. Por esta merced que Pacaha les hizo, escaparon de la
muerte nuestros doscientos infantes, que, si no fuera por su generosidad y
cortesía, murieran todos en aquel trance. El día siguiente, vinieron cuatro
indios principales con un mensaje de Pacaha al gobernador, pidiéndole perdón de
lo pasado, ofreciéndole su amistad en lo por venir, y que no permitiese que sus
enemigos le hiciesen más daño en su tierra del que le habían hecho. Los
embajadores dieron su mensaje con mucho respeto, pero ninguno para al cacique
Casqui, que estaba presente, pues hicieron como que no lo habían visto".
La respuesta de Hernando de Soto fue un
dechado de sentido común y diplomacia, buscando siempre el mal menor con un
borrón y cuenta nueva, aunque no dejó de hacer hincapié en que nadie habría
salido quebrantado si Pacaha hubiese aceptado sus repetidas ofertas de paz y
amistad. Pero no llovió a gusto de todos: "Al cacique Casqui no le plugo
nada la embajada de su enemigo ni la respuesta del gobernador, porque quería
que Pacaha perseverase en su pertinacia para vengarse de él y destruirle con la
ayuda de los castellanos. Después el gobernador se volvió hacia el pueblo de
Pacaha y publicó en un bando que ni indio ni español osase tomar cosa alguna
que fuese de los de la provincia, y, llegando al pueblo, mandó que los indios
de Casqui se fuesen a su tierra, salvo los que servían a su cacique, pues quiso
quedarse con el gobernador. El día siguiente llegó Pacaha acompañado de cien
hombres nobles adornados de muy hermosos plumajes y mantas de toda suerte de
pellejinas.
Fue un trauma para Pacaha la profanación
de las tumbas que habían hecho los indios de Casqui: "Antes de estar con el
gobernador, fue al templo de los entierros, y, al ver el destrozo pasado,
disimulando el sentimiento que tenía, levantó del suelo los huesos y cuerpos
muertos de sus antepasados que estaban echados por tierra y, tras besarlos, los
volvió a las arcas de madera que servían de sepulturas. Después de acomodarlos lo mejor que pudo, fue a su
casa, donde estaba aposentado el gobernador, el cual lo abrazó con mucha
afabilidad, y, habiendo hecho el cacique su ofrecimiento de vasallaje, hablaron
de muchas cosas de su tierra, a las cuales Pacaha, que tendría unos veintisiete
años, respondió con satisfacción del general y de los capitanes que estaban
delante, pues mostró ser de buen entendimiento.
(Imagen) Los indios de Casqui y los de
Pacaha se tenían mutuamente un odio ancestral, en cuyos enfrentamientos siempre
habían llevado la peor parte los primeros. No se sabe qué pasó en el futuro,
pero, de momento, Hernando de Solo había logrado que hicieran las paces. No
obstante la relación entre los dos caciques era tensa. Oigamos al cronista:
"No pudiendo Pacaha disimular más, delante de Hernando de Soto, el enojo
que contra el cacique Casqui tenía por las ofensas que le acababa de hacer, le
dijo: 'Contento estarás, Casqui, de haber visto lo que nunca esperabas, que es
haberte podido vengar. Agradécelo al poder ajeno de los españoles. Pero ellos
se irán y nosotros nos quedaremos en nuestras tierras'. Al saber sus palabras Hernando de Soto, le dijo a Pacaha
que los españoles no habían venido a sus tierras para dejarlos más encendidos
en sus enemistades de lo que antes estaban, y que, del enojo que los de Casqui
le habían dado, tenía él mismo la culpa por haber huido de su pueblo antes de
que llegaran los castellanos, pues habrían impedido que entraran sus enemigos,
por lo que les rogaba a los dos que perdieran la saña que hasta aquel día
habían tenido, y de allí adelante fuesen amigos, y hasta se lo mandaba so pena
de tener por enemigo al que no le obedeciese. Pacaha
respondió al gobernador que, por mandárselo su señoría, se alegraba de ser
amigo de Casqui, y así se abrazaron como dos hermanos, pero el semblante de sus
rostros no era de verdadera amistad". Invitó Soto a comer a los dos, y
quiso poner a su lado derecho a Casqui por ser bastante mayor en edad que
Pacaha, quien, de nuevo, se sintió molesto por considerar que era más poderoso
que su rival y, además, se encontraban en su pueblo. Lo que pudo ser otro
conflicto acabó bien porque Casqui se mostró razonable: "Se levantó de la
silla y dijo al gobernador: 'Señor, Pacaha tiene mucha razón. Suplico a vuestra
señoría mande darle su asiento, que es este, y yo me sentaré al otro lado, que
a la mesa de vuestra señoría, en cualquier parte de ella me sentiré muy
honrado'. Diciendo esto, se pasó a la mano izquierda, y, sin ninguna
pesadumbre, se sentó a comer, con lo cual se apaciguó Pacaha". En la
imagen vemos una representación del poblado indio fortificado de Pacaha
(Arkansas).
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