(1006) Entonces surgió un incidente que
hizo desbordarse la ira contenida que Hernando de Soto venía arrastrando desde
que algunos de sus hombres lo decepcionaron en Mabila: "Estando los
españoles en aquel alojamiento, acaeció que el ayudante
de sargento mayor, que se llamaba Pablos Fernández, natural de Valverde, fue adonde
gobernador y le dijo que el tesorero Juan Gaytán, habiéndole ordenado que
rondase a caballo, no había querido hacerlo, excusándose con que era tesorero
de Su Majestad. El gobernador se enojó grandemente, porque este caballero fue
uno de los que en Mabila habían murmurado de la conquista y tratado de marcharse
cuando llegasen donde hallasen navíos y volverse a España o irse a México (adonde
consiguió más tarde llegar por ser uno de los supervivientes). La reacción
de Hernando de Soto resultó furiosa, expresando toda su rabia a grandes voces
para que le oyeran sus capitanes y soldados, por si había algunos todavía deseosos
de amotinarse". El cronista reproduce con estilo literario las pestes que
echó (que voy a resumir): "¿Todavía
se piensa en motines? ¿Queréis ir a
México a mostrar la vileza y poquedad de vuestros ánimos, y, pudiendo ser
señores de tan gran reino como el que habéis descubierto, preferís iros a posar
a casa extraña y a comer a mesa ajena? Tened vergüenza de vosotros mismos y cumplid
vuestro deber, pues oficiales de la Hacienda Real y no oficiales, todos hemos de
servir a Su Majestad, y que nadie intente excusarse por preeminencias que
tenga, ya que le cortaré la cabeza, sea quien fuere, y estad seguros de que,
mientras yo viviese, nadie ha de salir de esta tierra, sino que la hemos de
conquistar y poblar o morir todos en el intento». La escena fue una muestra
patente de que Hernando de Soto era un líder nato, para quien estaba muy claro
que la disciplina militar primaba por encima de cualquier otro enredo jurídico.
Y añade Inca Garcilaso: "Con estas palabras, dichas con gran rabia y dolor
de corazón, mostró el gobernador la causa del descontento perpetuo que desde Mabila
había tenido, y el que siempre tuvo hasta que murió. Los que se sintieron
aludidos hicieron de allí en adelante lo que se les ordenaba, sin contradecir
cosa alguna, porque entendían que el gobernador no era hombre a quien se le podía
burlar, y más, habiéndose declarado tanto como se declaró".
Tras permanecer seis días en Quigate, continuaron avanzando por la
orilla del Misisipi en dirección sur hasta llegar a otro provincia, llamada
Colima (nada que ver con el mexicano Estado de Colima): "Allí les salió
de paz el cacique y recibió al gobernador y a su ejército con mucha
familiaridad y muestras de amor, de lo que los castellanos se alegraron no
poco, porque les habían dicho que aquellos indios envenenaban sus flechas con
hierbas, de lo que los nuestros iban muy temerosos, porque decían que, si a la
ferocidad con que tiraban sus flechas le añadían tósigo, tendrían pocas
probabilidades de salir bien librados. Pero les duró poco el regocijo, porque,
al cabo de dos días, se amotinaron los
indios sin motivo alguno, y se fueron con
el cacique al monte".
(Imagen) Parece ser que hubo en la campaña
de La Florida un solo FRANCISCO DE REYNOSO, natural de Boadilla de Rioseco
(Palencia), aunque los datos que aporta Inca Garcilaso han dado pie a que se
suponga que había otro, nacido en Astorga (León). Quizá le confundiera el hecho
de que el cronista Luis Hernández de Biedma (protagonista de la campaña) afirmó
que fue criado del Marqués de Astorga. Lo que no tiene duda es la anécdota que
sobre él recoge Inca Garcilaso, que fue terrible y cómica al mismo tiempo.
Veámosla: "Durante la pelea con los indios,
entró en una casa un caballero del reino de León, llamado Francisco de Reynoso
Cabeza de Vaca (este segundo apellido no es fiable), y subió a un
aposento que servía de granero, donde halló cinco indias en un rincón, y por
señas les dijo que estuviesen quedas, pues no quería hacerles mal. Ellas,
viéndole solo, arremetieron contra él y, como alanos a un toro, le asieron por
los brazos, piernas y cuello, y una de ellas le hizo presa del viril. El
Reynoso, sacudiendo todo el cuerpo y los brazos para defenderse a puñadas, se
apoyó recio sobre un pie y rompió el suelo, que era de un cañizo débil, y se le
sumió el pie y la pierna hasta lo último del muslo, y quedó sentado en el
suelo, con lo que le acabaron de sujetar las indias, y, a bocados y puñadas, lo
tenían a punto de matarlo. Francisco de Reynoso, aunque se veía en tal aprieto,
por su honra, por ser la pendencia con mujeres, no quería dar voces a los suyos
pidiéndoles socorro. Acertó a entrar un soldado en lo bajo del aposento en el
que ahogaban a Reynoso, y, oyendo el estruendo que encima andaba, alzó los ojos
y vio la pierna colgada y, creyendo que fuese de algún indio porque estaba
desnuda, sin calza ni calzado, alzó la espada para cortarla de una cuchillada,
pero, al mismo tiempo, sospechó lo que podía ser por el mucho ruido que sintió
arriba, y llamó aprisa a otros dos compañeros, y todos tres subieron al
aposento, y, viendo cómo tenían las indias a Francisco de Reynoso, arremetieron
con ellas y las mataron a todas, porque ninguna quiso soltarle ni dejar de
darle puñadas y bocados, aunque las mataran. Así libraron de la muerte a
Francisco de Reynoso, que estaba ya muy cerca de ella. Este año de noventa y
uno en que estoy sacando de mano propia en limpio esta historia, supe, por el
mes de febrero, que todavía vivía este caballero en su patria". En la
imagen vemos el registro (año 1538) del embarque de Reynoso para la Florida.
Era hijo de Gonzalo de Reynoso y de Isabel de Escobar.
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