(1001) Hernando de Soto continuó con su
ejército en dirección hacia el oeste: "Habiendo caminado cuatro jornadas
por tierras despobladas, al quinto día vieron desde cerros altos un pueblo de cuatrocientas casas asentado a la
ribera de un río mayor que el Guadalquivir por Córdoba. En toda la ribera de
aquel río, y su comarca, había muchas sementeras de maíz, y gran cantidad de
árboles frutales que mostraban ser la tierra muy fértil. Los indios del pueblo,
que ya tenían noticias de la ida de los castellanos, salieron en comunidad, sin
personaje señalado, a recibir al gobernador, y le ofrecieron sus personas,
casas y tierras, y le dijeron que de todo le hacían señor. Poco después
vinieron de parte del cacique dos indios principales acompañados de otros
muchos, y de nuevo, en nombre del señor y de todo su estado, ofrecieron al
gobernador su vasallaje y servicio, el cual les recibió con mucha afabilidad y
les dijo muy buenas palabras, con lo que se volvieron muy contentos. Este pueblo, toda su
provincia y el cacique señor de ella tenían un mismo nombre, y se llamaban
Casqui".
El cacique vivía a siete leguas río arriba
de donde se produjo el encuentro entre indios y españoles, y, tras descansar
unos días, fueron Hernando de Soto y los suyos a visitarlo. El encuentro fue
sumamente cordial por ambas partes, y, cuando estaban los españoles instalados
placenteramente en el lugar, ocurrió algo sorprendente y muy provechoso:
"El cacique, acompañado de toda la nobleza de su tierra, se presentó ante
el gobernador y, habiendo él y todos los suyos hecho una grandísima reverencia,
le dijo: 'Señor, como nos haces ventaja en el esfuerzo y en las armas, creemos
que también nos la haces en tener mejor Dios que nosotros. Por ello, te
suplicamos tengas por bien pedir a tu Dios que nos llueva, pues nuestros
sembrados tienen mucha necesidad de agua'. El gobernador respondió que, aunque
pecadores, todos los de su ejército y él suplicarían a Dios Nuestro Señor les
hiciese esa merced. Luego, en presencia del cacique, mandó al maestro Francisco
Genovés, gran oficial de carpintería y de fábrica de navíos, que, de un pino,
el más alto y grueso que en toda la comarca se hallase, hiciese una cruz.
Tal fue el que
por consejo de los mismos indios se cortó, que, después de labrado, quiero
decir quitada la corteza y redondeado a más ganar, como dicen los carpinteros,
no lo podían levantar del suelo cien hombres. El maestro hizo la cruz en toda
perfección y sin quitar nada al árbol de su altura. Salió hermosísima por ser tan
alta. Pusiéronla sobre un cerro alto, hecho a mano, que estaba sobre la
barranca del río y servía a los indios de atalaya, y sobrepujaba en altura a
otros cerrillos que por allí había. Acabada la obra, que gastaron en ella dos
días, y puesta la cruz, se ordenó el día siguiente una solemne procesión en la que
fue el general y los capitanes y la gente de más cuenta, y quedó a la mira un
escuadrón armado de los infantes y caballos que para guarda y seguridad del
ejército era menester".
(Imagen) Como ya comprobó Álvar Núñez
Cabeza de Vaca en la larguísima odisea que protagonizó recorriendo en su
totalidad la actual frontera entre México y Estados Unidos, aquellas tribus de
indios eran muy supersticiosas. Hemos visto que los que acaba de encontrar Hernando
de Soto le pidieron que terminara con la sequía que padecían. Y ocurrió el
milagro: " El gobernador, con el cacique y muchos indios, acompañados
todos por clérigos cantando letanías, a
las que respondían los soldados, caminaron un buen trecho hasta que llegaron
donde estaba la gran cruz que había hecho Francisco Genovés. Delante de ella,
todos, incluso el cacique, se hincaron de rodillas, y luego la adoraron y la
besaron. En la otra parte del río había unos quince mil indios de ambos sexos y
de todas las edades, los cuales alzaban los ojos al cielo haciendo ademanes
como si pidieran a Dios que oyese la petición de los cristianos. Toda esta
solemnidad y ostentaciones hubo de una parte y otra del río al adorar la cruz,
las cuales al gobernador y a muchos de los suyos movieron a mucha ternura, por
ver que en tierras tan extrañas, y por gente tan alejada de la doctrina
cristiana, fuese con tanta demostración de humildad y lágrimas adorada la
insignia de nuestra redención. Habiendo todos adorado la cruz de la manera que
se ha dicho, se volvieron con el mismo orden de procesión que habían llevado, y
los sacerdotes iban cantando el Te Deum Laudamus hasta el fin del cántico, con lo
que se concluyó la solemnidad de aquel día, habiéndose gastado en ella cuatro
horas largas de tiempo. Dios Nuestro Señor, por su misericordia, quiso mostrar
a aquellos gentiles cómo oye a los suyos cuando de veras lo llaman, pues la
noche siguiente, de media noche adelante, empezó a llover muy bien y duró el
agua otros dos días, de lo que los indios quedaron muy alegres y contentos. Y
el cacique y todos sus principales, a la manera de la procesión que vieron
hacer a los cristianos para adorar la cruz, fueron a rendirle gracias al
gobernador por tanta merced como su Dios les había hecho por su intercesión, y,
en suma, con muy buenas palabras, le dijeron que eran sus fieles servidores, y
que, de allí en adelante, se jactarían y preciarían de serlo. El gobernador les
dijo que diesen las gracias a Dios, que crio el cielo y la tierra, y hacía
aquellas misericordias y otras mayores". En la imagen, en la parte
superior y junto al Misisipi, subrayo en rojo (sobre la ruta de Hernando de
Soto) el emplazamiento de esta población
india, llamada Casqui.
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