(1002) Inca Garcilaso se suele mostrar
muy providencialista, pero, al margen de sus interpretaciones, cuenta hechos
contrastados: "He contado estas cosas con tanta particularidad porque
pasaron así, y porque tuvieron cuidado el gobernador y los sacerdotes que
andaban con él de que se adorase la cruz con toda la solemnidad que les fuese
posible, para que viesen aquellos gentiles la veneración en que la tenían los
cristianos. Todo este capítulo de la adoración, lo cuenta muy largamente Juan
Coles en su relación y dice que llovió quince días. Acabadas estas cosas, haciendo
ya unos nueve días que estaban en aquel pueblo, mandó el gobernador se
apercibiese el ejército para caminar el día siguiente y continuar descubriendo
nuevas tierras. El
cacique Casqui, que era de edad de cincuenta años, suplicó al gobernador le
diese licencia para ir con él y permitiese que llevase gente de guerra y de servicio,
los unos para que acompañasen al ejército y los otros para que hiciesen de
porteadores. El gobernador le agradeció su ofrecimiento y le dijo que hiciese
lo que más su gusto fuese, con lo cual salió el cacique muy contento y mandó preparar
gran número de gente de guerra y de servicio".
El cacique Casqui estaba sinceramente
agradecido por el 'milagro' de la lluvia, pero, una vez más, se ve que las
tribus indias que fueron amables con los españoles a veces lo hacían por
temerlos, pero, con frecuencia, lo que buscaban era protección frente a otros
indios dominantes: "Es de saber, para mayor claridad de nuestra historia,
que este cacique Casqui y sus padres y antecesores, de mucho tiempo atrás
tenían guerra con los señores de otra provincia llamada Pacaha (el cronista
la llama Capaha), que confinaba con la suya. Los cuales, porque eran más
poderosos de tierra y vasallos, tenían siempre a Casqui arrinconado y casi
rendido. Pues, como ahora veía la buena coyuntura que se le ofrecía para con la
fuerza ajena vengarse de todas las injurias pasadas, y él era sagaz y astuto,
pidió al gobernador lo que hemos dicho, con la cual, y con la intención de
vengarse, sacó cinco mil indios de guerra bien provistos de armas. Llevó,
además, tres mil indios cargados de comida, pero teniendo también sus arcos y
flechas".
El cacique Casqui, tras pedirle permiso a
Hernando de Soto, y con la excusa de que lo hacía para descubrir si había
enemigos por la zona, se adelantó al ejército español, y, al cabo de tres días,
llegaron todos a una ciénaga difícil de atravesar. Era el lugar que hacía de
frontera entre los dos caciques enemigos, Casqui y Pacaha. Lograron pasarla, y,
tres días después, llegaron a su objetivo: "El cacique Pacaha, cuando vio
a los indios enemigos, pensó que, estando su gente desprevenida y no teniendo
tanta como fuera menester, no podían resistir a sus contrarios, de manera que se
metió en una de las canoas que en el foso tenía y se fue por un canal hasta el
Río Grande (el Misisipi) a guarecerse en una isla fuerte que en él tenía. Los
indios del pueblo que disponían de canoas fueron en pos de su señor. Y, los que
no, huyeron a los montes que por allí cerca había. Otros, más tardíos y
desdichados, se quedaron en el pueblo. Los del cacique Casqui, hallándolo sin
defensa, entraron en él, aunque con temor a alguna celada, pues, aunque contaban
con la ayuda de los españoles, temían a los de Pacaha, ya que muchas veces
habían sido vencidos por ellos, y esta dilación dio lugar a que mucha gente del
pueblo, hombres, mujeres y niños, escapasen huyendo".
(Imagen) Había un rencor ancestral entre
los indios de dos caciques enemigos. Uno de ellos, Casqui, envalentonado por su
amistad con los españoles, quería vengarse del otro, Pacaha, quien, al verlos
llegar, dejó abandonado su pueblo. Inca Garcilaso nos muestra hasta dónde podía
llegar el odio de aquellas tribus. "Después de que los de Casqui se
aseguraron de que no había en el pueblo quien los frenase, mostraron bien el
odio que a sus moradores tenían, porque mataron a más de ciento cincuenta, y
les quitaron las cabelleras para llevarlas a su tierra como trofeo. Saquearon
todo el pueblo, y apresaron muchos muchachos, niños y mujeres, y entre ellas
dos hermosísimas mozas, mujeres de Pacaha. No contentos con ello, fueron al
templo, que era donde estaban enterrados todos los que habían sido señores de aquella provincia, y, sabiendo lo
mucho que Pacaha había de sentirlo, hicieron todas las ignominias que pudieron,
saqueando todo lo que de valor había en el templo. Derribaron por el suelo
todas las sepulturas y, para afrenta de sus enemigos, echaron por tierra los
huesos y cuerpos muertos que en las arcas había, y hasta los pisaron y cocearon
con todo vilipendio. Quitaron muchas cabezas de indios de Casqui que los de Pacaha
habían puesto como señal de triunfo y victoria en puntas de lanzas, y, en lugar
de ellas, pusieron otras cabezas que ellos aquel día cortaron de los vecinos
del pueblo. En suma, no dejaron de hacer cosa que fuese venganza de ellos y
afrenta de Pacaha. Quisieron quemar el templo y las casas del cacique y todo el
pueblo, mas no osaron por no enojar al gobernador Hernando de Soto. Todas estas
cosas hicieron los del cacique Casqui antes de que el gobernador entrase en el
pueblo, el cual, cuando supo que Pacaha se había ido a una isla del río para
fortalecerse, le envió mensajes de paz y amistad con indios suyos a los que
habían apresado, pero él no quiso aceptarla, sino que hizo llamamiento de su
gente para vengarse de sus enemigos". Hernando de Soto sabía que el
conflicto entre Casqui y Pacaha presagiaba un final sangriento, pero da la
impresión de que se mantenía al margen, procurando no implicarse en sus
rivalidades. Prueba de ello es que, aunque parezca imposible, logrará, haciendo
de intermediario, que ambos caciques acepten mutuamente la paz. En la imagen
vemos la proximidad entre Casqui y Pacaha, en la ruta de Soto y a orillas del
Misisipi.
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