(1007) Habrá que aclarar que el peligroso
incidente que sufrió Francisco de Reynoso tuvo lugar en un poblado llamado
Tula, donde habían parado los españoles con la satisfacción de haber encontrado
previamente sal abundante: "Hubo algunos españoles que, con el ansia que
tenían de sal, viéndose ahora con abundancia de ella, la comían a bocados, como
si fuera azúcar. De tal manera se hartaron unos diez de ellos, que en pocos
días murieron de hidropesía". Al llegar los españoles cerca de Tula, se
tomaron un descanso, y empezaron los problemas cuando Hernando de Soto quiso
adelantarse hasta llegar al pueblo para hacer un reconocimiento: "Para lo
cual eligió sesenta infantes y cien caballos que fuesen con él. Sus moradores estaban
descuidados, pues no habían tenido noticia de la ida de los castellanos. Pero, cuando
los vieron, dieron la alarma y salieron a pelear con gran ánimo. Admiró muy
mucho a los nuestros ver que entre los hombres salieron muchas mujeres con sus
armas y con la misma ferocidad que los varones. Los españoles arremetieron contra los
indios, y, revueltos unos con otros,
entraron peleando en el pueblo, donde tuvieron mucho que hacer los cristianos,
porque hallaron enemigos temerarios que peleaban sin temor de morir, y lo mismo
hacían las mujeres, y aun se mostraban más desesperadas (bien lo comprobó
Francisco de Reynoso). Otra suerte no mejor le sucedió aquel día a Juan
Páez, natural de Usagre, que era capitán de ballesteros. El cual, no siendo
nada suelto sobre un caballo, quiso pelear montado en uno, y topó con un indio
que, aunque se iba retirando, todavía se defendía. Juan Páez arremetió contra
él, y, a destiempo y sin destreza, que no la tenía, le tiró una lanzada. El
indio, hurtando el cuerpo, apartó de sí la lanza con un trozo de pica que por
arma llevaba, y, tomándolo a dos manos, le dio un palo en medio de la boca que
le quebró cuantos dientes tenía, y logró escapar".
El cronista se extiende mucho hablando de
la bravura de los indios de Tula (y habrá que resumirlo), porque eran distintos
a los que los españoles habían encontrado hasta entonces: "Tras mandar
tocar a retirada, Hernando de Soto, dejando a muchos indios muertos y llevando
algunos de los suyos mal heridos, se volvió al real nada contento de la jornada
de aquel día, pues quedó asombrado de la temeridad con que aquellos indios
pelearon y de que las indias tuviesen la misma fiereza. En el entorno del campamento, toparon con algunos indios que
servían de espías y los prendieron, mas no fue posible llevar ninguno vivo para
usarlo como intérprete, porque, al maniatarlos para llevarlos, se echaban en el
suelo diciendo que preferían morirse, y no había manera de ponerlos en pie, por
lo cual les fue forzoso a los castellanos matarlos a todos".
Además, vivían tanto para la guerra, que buscaban tener un aspecto feroz: "Así como los demás indios que vieron los españoles eran hermosos, estos, tanto hombres como mujeres, son feos de rostro, y se afean más con invenciones que hacen en sus personas. Tienen las cabezas increíblemente largas y ahusadas hacia arriba, y lo hacen atándoselas desde el momento en que nacen las criaturas hasta que son de unos diez años. Se marcan las caras con puntas de pedernal, particularmente los belfos por dentro y por fuera, y los pintan con tinta negra, con lo que se hacen feísimos y abominables. Y, al mal aspecto del rostro, corresponde la mala condición del ánimo, como adelante veremos más en particular".
(Imagen) Los fieros indios de Tula (que se
hacían tratamientos 'antiestéticos' para aterrorizar a los enemigos) preferían
la muerte a la derrota. Inca Garcilaso, considerando que era de alabar su
valor, da protagonismo a un tipo especial. Los soldados españoles tenían la
costumbre de, terminada una batalla, inspeccionar el campo para ver y admirar,
como si fuera un deporte, los golpes certeros que tenían los muertos. Estaban
en ello Gaspar Caro (de Medellín), Diego de Godoy (de Medellín), Francisco de
Salazar (de Castilla la Vieja), Juan de Carranza (de Sevilla) y Gonzalo
Silvestre (de Herrera de Alcántara, y principal informador de Inca Garcilaso).
Entre los indios muertos, vieron que uno 'resucitaba', y que fue corriendo a
esconderse. Lo siguieron todos menos Silvestre, que consideró fácil la tarea de
abatirlo, pero el indio salió rápidamente contra Carranza, que era el más
cercano: "Con un hacha, le dio el indio tal golpe sobre la rodela, que le
hirió malamente en el brazo. El español, quedó tan
atormentado, que no tuvo vigor para atacar al indio, el cual se volvió sobre Godoy,
que iba cerca del Carranza, y le dio otro golpe idéntico al primero, quedando
también inhabilitado para pelear. Llegó cabalgando Salazar, y el indio le dio
con el hacha al caballo, que era de Caro, encima de la espalda, y se la abrió
toda hasta el codillo, quedando sin poderse menear". La situación se fue
complicando demasiado, y hubo alguien que la pudo enmendar: "Llegó GONZALO
SILVESTRE, y, al verlo el indio, salió
con toda ferocidad y le lanzó un golpe de hacha, pero lo pudo esquivar, aunque
le pasó rozando la rodela. Silvestre le respondió con una cuchillada de arriba
abajo, y le hirió en la frente, el rostro, el pecho y la mano izquierda, cercenándosela
por la muñeca. El infiel puso el asta sobre el muñón del brazo cortado y saltó
para herir al español. El cual metió la espada por debajo del hacha, dándole
una cuchillada por la cintura, y, por no llevar ninguna protección, se la cortó
toda con tanta velocidad y buen cortar de la espada, que cayó muerto partido en
dos". Vemos en la imagen (año 1590) un informe favorable a que, por sus
grandes méritos, al menos se le permitiera al ya anciano Gonzalo Silvestre dar
en herencia a un pariente suyo la mitad de la pensión que él disfrutaba. Era
excepcional, porque solo se podía hacerlo con un hijo propio. Extrañamente,
Inca Garcilaso ensalzaba a quien más le informó sobre la campaña de la Florida
(lo llamaba 'el autor') pero nunca decía que era Silvestre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario