martes, 11 de mayo de 2021

(1417) Los españoles encontraron en Tula la ansiada sal, pero también a los indios e indias más feroces de toda la campaña. Un indio al que cinco españoles creían muerto se revolvió contra ellos, y no los mató porque acabó con él Gonzalo Silvestre.

 

     (1007) Habrá que aclarar que el peligroso incidente que sufrió Francisco de Reynoso tuvo lugar en un poblado llamado Tula, donde habían parado los españoles con la satisfacción de haber encontrado previamente sal abundante: "Hubo algunos españoles que, con el ansia que tenían de sal, viéndose ahora con abundancia de ella, la comían a bocados, como si fuera azúcar. De tal manera se hartaron unos diez de ellos, que en pocos días murieron de hidropesía". Al llegar los españoles cerca de Tula, se tomaron un descanso, y empezaron los problemas cuando Hernando de Soto quiso adelantarse hasta llegar al pueblo para hacer un reconocimiento: "Para lo cual eligió sesenta infantes y cien caballos que fuesen con él. Sus moradores estaban descuidados, pues no habían tenido noticia de la ida de los castellanos. Pero, cuando los vieron, dieron la alarma y salieron a pelear con gran ánimo. Admiró muy mucho a los nuestros ver que entre los hombres salieron muchas mujeres con sus armas y con la misma ferocidad que los varones. Los españoles arremetieron contra los indios,  y, revueltos unos con otros, entraron peleando en el pueblo, donde tuvieron mucho que hacer los cristianos, porque hallaron enemigos temerarios que peleaban sin temor de morir, y lo mismo hacían las mujeres, y aun se mostraban más desesperadas (bien lo comprobó Francisco de Reynoso). Otra suerte no mejor le sucedió aquel día a Juan Páez, natural de Usagre, que era capitán de ballesteros. El cual, no siendo nada suelto sobre un caballo, quiso pelear montado en uno, y topó con un indio que, aunque se iba retirando, todavía se defendía. Juan Páez arremetió contra él, y, a destiempo y sin destreza, que no la tenía, le tiró una lanzada. El indio, hurtando el cuerpo, apartó de sí la lanza con un trozo de pica que por arma llevaba, y, tomándolo a dos manos, le dio un palo en medio de la boca que le quebró cuantos dientes tenía, y logró escapar".

     El cronista se extiende mucho hablando de la bravura de los indios de Tula (y habrá que resumirlo), porque eran distintos a los que los españoles habían encontrado hasta entonces: "Tras mandar tocar a retirada, Hernando de Soto, dejando a muchos indios muertos y llevando algunos de los suyos mal heridos, se volvió al real nada contento de la jornada de aquel día, pues quedó asombrado de la temeridad con que aquellos indios pelearon y de que las indias tuviesen la misma fiereza. En el entorno  del campamento, toparon con algunos indios que servían de espías y los prendieron, mas no fue posible llevar ninguno vivo para usarlo como intérprete, porque, al maniatarlos para llevarlos, se echaban en el suelo diciendo que preferían morirse, y no había manera de ponerlos en pie, por lo cual les fue forzoso a los castellanos matarlos a todos".

     Además, vivían tanto para la guerra, que buscaban tener un aspecto feroz: "Así como los demás indios que vieron los españoles eran hermosos, estos, tanto hombres como mujeres, son feos de rostro, y se afean más con invenciones que hacen en sus personas. Tienen las cabezas increíblemente largas y ahusadas hacia arriba, y lo hacen atándoselas desde el momento en que nacen las criaturas hasta que son de unos diez años. Se marcan las caras con puntas de pedernal, particularmente los belfos por dentro y por fuera, y los pintan con tinta negra, con lo que se hacen feísimos y abominables. Y, al mal aspecto del rostro, corresponde la mala condición del ánimo, como adelante veremos más en particular".





    

     (Imagen) Los fieros indios de Tula (que se hacían tratamientos 'antiestéticos' para aterrorizar a los enemigos) preferían la muerte a la derrota. Inca Garcilaso, considerando que era de alabar su valor, da protagonismo a un tipo especial. Los soldados españoles tenían la costumbre de, terminada una batalla, inspeccionar el campo para ver y admirar, como si fuera un deporte, los golpes certeros que tenían los muertos. Estaban en ello Gaspar Caro (de Medellín), Diego de Godoy (de Medellín), Francisco de Salazar (de Castilla la Vieja), Juan de Carranza (de Sevilla) y Gonzalo Silvestre (de Herrera de Alcántara, y principal informador de Inca Garcilaso). Entre los indios muertos, vieron que uno 'resucitaba', y que fue corriendo a esconderse. Lo siguieron todos menos Silvestre, que consideró fácil la tarea de abatirlo, pero el indio salió rápidamente contra Carranza, que era el más cercano: "Con un hacha, le dio el indio tal golpe sobre la rodela, que le hirió malamente en el brazo. El español, quedó tan atormentado, que no tuvo vigor para atacar al indio, el cual se volvió sobre Godoy, que iba cerca del Carranza, y le dio otro golpe idéntico al primero, quedando también inhabilitado para pelear. Llegó cabalgando Salazar, y el indio le dio con el hacha al caballo, que era de Caro, encima de la espalda, y se la abrió toda hasta el codillo, quedando sin poderse menear". La situación se fue complicando demasiado, y hubo alguien que la pudo enmendar:  "Llegó GONZALO SILVESTRE, y, al verlo  el indio, salió con toda ferocidad y le lanzó un golpe de hacha, pero lo pudo esquivar, aunque le pasó rozando la rodela. Silvestre le respondió con una cuchillada de arriba abajo, y le hirió en la frente, el rostro, el pecho y la mano izquierda, cercenándosela por la muñeca. El infiel puso el asta sobre el muñón del brazo cortado y saltó para herir al español. El cual metió la espada por debajo del hacha, dándole una cuchillada por la cintura, y, por no llevar ninguna protección, se la cortó toda con tanta velocidad y buen cortar de la espada, que cayó muerto partido en dos". Vemos en la imagen (año 1590) un informe favorable a que, por sus grandes méritos, al menos se le permitiera al ya anciano Gonzalo Silvestre dar en herencia a un pariente suyo la mitad de la pensión que él disfrutaba. Era excepcional, porque solo se podía hacerlo con un hijo propio. Extrañamente, Inca Garcilaso ensalzaba a quien más le informó sobre la campaña de la Florida (lo llamaba 'el autor') pero nunca decía que era Silvestre.

                           

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