(1017) El caso es que el indio al que
mataron les había dado la solución: "Puestos en esta necesidad los españoles,
confusos y arrepentidos de haber muerto al indio, el cual, si lo dejaran vivo,
pudiera ser que, como lo había prometido, los sacara a poblado, viendo que no
tenían otro remedio, tomaron el mismo que el indio les había dicho, dándole
crédito después de muerto a lo que no le habían querido creer en vida, que era
que caminasen hacia el poniente sin torcer a una mano ni a otra. Así lo hicieron y
caminaron tres días con grandísima hambre y necesidad, porque en los otros tres
pasados no habían comido sino hierbas y raíces. Con estas dificultades siguieron su
camino, siempre al poniente, y, después de tres días, descubrieron tierras
pobladas, de lo que recibieron gran alegría, aunque llegando a ellas hallaron
que los indios se habían ido al monte y que las tierras eran estériles, pero, aun así,
mataron su hambre con mucha carne fresca de vaca, aunque no vieron vacas vivas,
ni lograron saber de dónde las traían los indios".
Una vez más, se ve que el espíritu
guerrero de aquellos indios era suicida (coincidiendo con muchas escenas de las
películas del Oeste): "Caminando los españoles por aquella provincia
estéril y mal poblada, se alojaron en un llano, y vieron salir de un monte un
indio solo, y venir hacia ellos con un hermoso plumaje en la cabeza y su arco
en la mano y el carcaj de las flechas a las espaldas. Los castellanos, creyendo
que traía algún recado del cacique para el gobernador (Luis de Moscoso),
le dejaron llegar. El indio, cuando estaba a menos de cincuenta pasos, puso con
toda presteza una flecha en el arco y la lanzó con grandísima pujanza. Los
cristianos se apartaron a un lado y a otro, y así se libraron del tiro, pero la
flecha pasó adelante y dio en un grupo de indias que estaban preparando la
comida. A una de ellas le dio en la
espalda, y la atravesó, y, a otra que estaba de frente, le dio por los pechos,
y también la pasó, aunque quedó la flecha en ella, cayendo las dos muertas.
Habiendo hecho este bravo tiro, volvió el indio al monte, huyendo con gran
velocidad. Los españoles dieron la alarma y le gritaron al indio, ya que no
podían seguirle.
El capitán Baltasar de Gallegos, que estaba a caballo, acudió a la llamada, y,
viendo ir huyendo al indio y oyendo que los españoles decían 'muera, muera',
sospechó lo que podía haber hecho, corrió en pos de él, lo alcanzó cerca de su
guarida y lo mató, de manera que no gozó el triste de su valentía temeraria".
Hubo un nuevo desafío singular por parte
de los indios. Esta vez se trataba de otros dos temerarios. Estaban algo
alejados del campamento de los españoles, pero en son de guerra y adornados con
sus plumas. Se trataba también de un desafío, y estaban a la espera de que algún
español les aceptara el silencioso reto. No faltó un español 'chuleta' que
respondiera a la provocación. Se llamaba Juan Páez, y fue hacia ellos, pero,
con actitud caballeresca, solo uno de los indios se le enfrentó. Le alcanzó con
una flecha en el brazo, dejándolo sin capacidad de reaccionar. Al verlo sus
compañeros, fueron en tropel y mataron a los dos indios. Inca Garcilaso,
sintiendo vergüenza ajena, comenta: "Estos
españoles no actuaron con buena ley de guerra, pues, ya que los indios no
habían querido ser dos contra un español, no procedía que tantos españoles a caballo
fueran contra dos indios a pie".
(Imagen) Inca Garcilaso continúa hablando
de la similitud de la muerte y el enterramiento que tuvieron Hernando de Soto y
el rey godo Alarico: "Dije que fueron semejantes casi en todo, porque
estos españoles son descendientes de aquellos godos, las sepulturas fueron ambas
ríos y los difuntos los caudillos de su gente, y muy amados de ella, y ambos
valentísimos hombres que, saliendo de sus tierras y buscando dónde poblar,
hicieron grandes hazañas en reinos ajenos. Y aun la intención de los unos y de
los otros fue una misma, que fue sepultar a sus capitanes donde sus cuerpos no
se pudiesen hallar, aunque sus enemigos los buscasen. Solo difieren en que las
exequias de estos nacieron del temor a que los indios maltratasen el cuerpo de
su capitán general, y las de aquellos nacieron de la vanagloria que al mundo,
para honra de su rey, quisieron mostrar. Cuando murió el famoso príncipe
Alarico, sus godos inventaron una solemnísima y admirable grandeza, y fue que,
a muchos cautivos que llevaban, les mandaron sacar de madre el río Busento, en
medio de su canal edificaron un solemne sepulcro donde pusieron el cuerpo de su
rey, y, habiéndolo colocado, volvieron a llevar el río a su antiguo cauce, tras
lo cual mataron a todos los cautivos que habían trabajado en la obra, para que
no se descubriese el secreto. Me pareció oportuno tocar aquí esta historia por
la mucha semejanza que tiene con la nuestra y por decir que la nobleza de estos
nuestros españoles, y la que hoy tiene toda España sin contradicción alguna,
viene de aquellos godos, porque después de ellos no ha entrado en ella otra
nación sino los árabes de Berbería cuando la ganaron en tiempo del rey don
Rodrigo. Pero los pocos que quedaron de esos mismos godos, los echaron lentamente
de toda España y la poblaron como hoy está, y aún la descendencia de los reyes
de Castilla, sin haberse perdido la sangre de ellos, viene derechamente de
estos reyes godos, en la cual antigüedad y majestad tan notoria hacen ventaja a
todos los reyes del mundo". No es ninguna exageración que Inca Garcilaso
hablara así, puesto que le tocó vivir en la época más poderosa del imperio
español, sin que eso le impidiera sentir un gran amor por sus raíces indígenas,
que lo hace extensivo en la presente crónica a los pueblos que los españoles
van encontrando en su campaña de La Florida.
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