miércoles, 26 de mayo de 2021

(1430) Terrible situación la de aquellos españoles (y de los indios que los acompañaban) por tantos sufrimientos y muertes en una viaje que no era de conquista, sino de huida hacia el Misisipi, adonde, por fin, llegaron.

 

    (1020) Lamentaron la pérdida de dos caballos más, pero  había que seguir hacia delante, con la  intención de escapar de tanto sufrimiento como el que habían soportado a lo largo de toda la campaña de la Florida. Era el único triunfo que esperaban: "Con las molestias tan continuas que los indios hacían a los españoles, caminaron en demanda de la provincia de Guachoyo y del Río Grande hasta fin del mes de octubre del año de mil quinientos cuarenta y dos, empezando entonces un invierno muy riguroso. Como deseaban llegar al término señalado, no dejaban de caminar todos los días, por muy mal tiempo que hiciese, y llegaban llenos de agua y de lodo a los alojamientos, donde tampoco hallaban qué comer si no lo iban a buscar, y las más de las veces lo ganaban a fuerza de brazos y a cambio de sus vidas".

     Las condiciones climáticas hacían insoportable el sufrimiento: "Además, como la escasa ropa que tenían  siempre la trajesen mojada por las muchas aguas y nieves y con el pasar de muchos ríos, y ellos anduviesen en piernas, sin medias calzas, zapatos ni alpargatas, a lo que se añadía el mal  comer y no dormir y el mucho cansancio de camino tan largo y trabajoso, enfermaron muchos españoles e indios de los que llevaban para su servicio. Y, no contenta la enfermedad con la gente, pasó a los caballos, y empezaron a morir hombres y bestias en gran número, así como los indios, los cuales,  por servir como hijos a los españoles, eran llorados no menos que los mismos compañeros. Y de estos indios casi no escapó ninguno, que español hubo que llevaba cuatro y se le murieron todos, y, con la prisa que llevaban de pasar adelante, apenas tenían lugar de enterrar los difuntos, que muchos quedaron sin sepultura. Con las inclemencias del cielo y persecuciones del aire, agua y tierra, y trabajos de hambre, enfermedad y muertes de hombres y caballos, y con el cuidado y diligencia, aunque flaca, de recatarse y guardarse de sus enemigos, y con la continua molestia de armas, rebatos y guerra que ellos les hacían, caminaron nuestros castellanos todo el mes de septiembre y octubre hasta los últimos de noviembre, que llegaron al Río Grande, que tan deseado y amado había sido de ellos, pues que con tantas adversidades y ansias de corazón habían venido a buscarle, y, al contrario, poco antes tan odiado y aborrecido que con ellas mismas le habían huido alejándose de él. Con grandísimo contento y alegría de sus corazones miraron los nuestros al Río Grande por parecerles que en él se daba fin a todos los trabajos de su camino. Por el paraje en el que acertaron a llegar hallaron en la ribera del río dos pueblos, uno cerca de otro, con cada uno doscientas casas y un foso de agua, sacada del mismo río, que los cercaba ambos y los hacía isla. Con esta determinación, aunque no venían para pelear, se pusieron en escuadrón, que todavía eran más de trescientos veinte infantes y setenta de a caballo, y acometieron uno de los pueblos, cuyos moradores, sin defenderse, lo desampararon. Los nuestros, habiendo dejado gente en él, acometieron el otro pueblo y con la misma facilidad lo ganaron".

 

     (Imagen) La esperanza de salvación (provisional) de los españoles era el río Misisipi, y lo alcanzaron en un pueblo llamado Aminoya (en la imagen aparece al norte de Guachoyo, que es lo que buscaban), pareciéndoles, después de tantos sufrimientos, el paraíso, por su abundancia de provisiones. Pero el cronista nos hace ver parte del costo  del espantoso viaje: "En este último recorrido que después de la muerte del gobernador Hernando de Soto los nuestros hicieron, caminaron en la (fracasada) ida y en la vuelta, más de trescientas cincuenta leguas (unos 1.925 km), donde murieron a manos de los enemigos y de enfermedad cien españoles y ochenta caballos, y, aunque llegaron al Río Grande, no cesó el morir, pues otros cincuenta cristianos murieron en el alojamiento. Fue misericordia de Dios que les hubiese ayudado en aquella gran necesidad, porque, si no hallaran aquellos pueblos tan bien abastecidos, ciertamente habrían perecido todos en pocos días, según venían de maltratados y enfermos. Y así lo confesaban ellos mismos, pues estaban ya tan mal,  que no podían hacer cosa alguna en beneficio de sus vidas y salud. Y, aun con hallar la comodidad y regalo que hemos dicho, murieron después de haber llegado más de cincuenta castellanos y otros tantos indios de los domésticos, porque venían ya tan gastados que no pudieron volver en sí. Entre los cuales murió el capitán Andrés de Vasconcelos de Silva, natural de Elvás, de la nobilísima sangre que de estos dos apellidos hay en el reino de Portugal. Falleció asimismo Nuño Tovar, natural de Jerez de Badajoz, caballero no menos valiente que noble, aunque infeliz por haberle cabido en suerte un superior tan severo que, por el yerro del amor que le forzó a casarse (con Leonor de Bobadilla, como ya vimos) sin licencia del gobernador Hernando de Soto, lo había traído siempre desfavorecido y desdeñado, muy en contra de lo que él merecía (el cual le fue, además, de una absoluta lealtad). Murió también el fiel Juan Ortiz, intérprete, natural de Sevilla, quien en todo aquel descubrimiento no había servido menos con sus fuerzas y esfuerzo que con su lengua, porque fue muy buen soldado y de mucho provecho en todas las ocasiones. En suma, murieron muchos caballeros muy generosos, y muchos soldados nobles de gran valor y ánimo, pues pasaron de ciento cincuenta personas las que fallecieron en este último viaje, que causaron gran lástima y dolor, pues, por la imprudencia y mal gobierno de los capitanes, perecieron tanta y tan buena gente sin provecho alguno.




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