(1036) Resulta evidente que, muerto el gran líder, Hernando de Soto, se
creó un clima de desánimo total en la tropa, imponiéndose el criterio de tirar
la toalla y salvar la vida, y, por lo que parece, Luis de Moscoso, aunque
quería cumplir la voluntad de Soto, puesto que había cogido su antorcha, no
pudo oponerse a la voluntad general. Pero, al entrar en México, brotaron las
lamentaciones: "Traían a la memoria las palabras que el gobernador
Hernando de Soto les dijo en Quiguate acerca del motín que en Mabila se había intentado
sobre irse a México desamparando la Florida, pues, entre otras, les dijo: '¿A qué queréis
ir a México? ¿A mostrar la vileza de vuestros ánimos que, pudiendo ser señores
de un reino tan grande, donde tantas y tan hermosas provincias habéis
descubierto, pensabais tener por mejor iros a posar a casa extraña y comer a
mesa ajena pudiéndola tener propia para hospedar y hacer bien a otros muchos?'
Las cuales palabras parece fueron pronóstico muy cierto de la pena y dolor que
al presente les atormentaba, por lo cual se mataban a cuchilladas sin respeto
ni memoria de la compañía y hermandad que unos con otros habían tenido. Y en estas
pendencias hubo en México también, como en Pánuco, algunos muertos y muchos
heridos. El
virrey los aplacaba con toda suavidad y blandura viendo que tenían sobra de
razón, y, para consolarlos, les prometía hacer la misma conquista si ellos
quisiesen volver a ella. Y es verdad que, habiendo oído las buenas calidades
del reino de la Florida, deseó hacer aquella campaña, y así, a muchos capitanes
y soldados dio renta de dineros, oficios y cargos para que se ocupasen hasta que
se preparase la expedición. Muchos lo recibieron, pero otros muchos no
quisieron, por no obligarse a volver a tierra que habían aborrecido, y también
porque tenían puestos los ojos en el Perú".
Como ejemplo de lo dicho, Inca Garcilaso
habla de uno de los que volvieron de la Florida, chiquito pero matón, puesto
que no se arrugaba fácilmente: "Un
soldado llamado Diego de Tapia, que yo después conocí en el Perú, donde en las
guerras contra Gonzalo Pizarro, don Sebastián de Castilla y Francisco Hernández
Girón sirvió muy bien a Su Majestad, mientras le hacían la ropa que necesitaba
andaba por la ciudad de México vestido de pellejos, tal y como había salido de
la Florida, y un ciudadano rico que le vio en aquel hábito y pequeño de cuerpo,
pareciéndole que debía ser de los muy despreciados, le dijo: 'Hermano, yo tengo
una estancia de ganado cerca de la ciudad, donde si queréis servirme podréis
pasar la vida con quietud y reposo, y daros he salario competente'. Diego de
Tapia, con un semblante de león, o de oso, que sería la piel que traía vestida,
le respondió : 'Yo voy ahora al Perú, donde pienso tener más de veinte
estancias. Si queréis iros conmigo sirviéndome, yo os acomodaré en una de ellas
de manera que volváis rico en muy breve tiempo'. El ciudadano de México se
retiró sin hablar más palabras, por parecerle que, de hacerlo, no saldría bien librado".
Dio también la casualidad de que se
encontraron en México el gran personaje Gonzalo de Salazar (de quien ya
hablamos) y el extraordinario Gonzalo Silvestre (confidente de Inca Garcilaso)
el cual le aclaró que fue él quien, al
iniciarse la expedición de Soto, le disparó dos cañonazos a su nave, por creer
que era enemiga, ya que Salazar cometió la prohibida imprudencia de adelantarse
al resto de la armada. Supo reconocer que Silvestre tenía razón: "Desde
entonces lo estimó más, y le dijo que había
actuado como un buen soldado".
(Imagen) Inca Garcilaso comenta que el virrey
ANTONIO DE MENDOZA no consiguió convencer a nadie para que se organizara una
nueva expedición a la Florida, y nos habla también (haciendo un duro reproche)
de lo que hicieron después algunos de los que volvieron sanos y salvos:
"El contador Juan de Añasco, el tesorero Juan Gaytán y los capitanes
Baltasar de Gallegos, Alonso Romo de Cardeñosa, Arias Tinoco, Pedro Calderón y
otros de menos cuenta volvieron a España, eligiendo por mejor venir pobres que quedarse
en las Indias, por el mal recuerdo que les quedó, tanto por lo que habían
sufrido como por lo que de sus haciendas habían perdido, siendo la mayoría de
ellos causa de que lo uno y lo otro se perdiese sin provecho alguno (por no
haber seguido adelante). Gómez Suárez de Figueroa se volvió a la casa y
hacienda de Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda, su padre (residente en
Cuba). Otros, que fueron más discretos, se
metieron en religión con el buen ejemplo que Gonzalo Cuadrado Jaramillo les
dio, que fue el primero que entró en ella, el cual quiso hacerse verdadero
soldado de Cristo asentándose bajo la bandera del seráfico padre San Francisco.
Otros, y fueron los menos, se quedaron en la Nueva España (México), y
uno de ellos fue Luis de Moscoso de Alvarado, que se casó en México con una
mujer principal y rica, pariente suya (Leonor
de Alvarado, y es el momento de corregir un error: era prima suya, pero no por
ser hija del gran Pedro de Alvarado, sino de un hermano de este, llamado Juan
de Alvarado). Los más se fueron al
Perú, donde, en todo lo que se ofreció en las guerras contra (los rebeldes)
Gonzalo Pizarro, don Sebastián de Castilla y Francisco Hernández Girón,
brillaron en servicio de la corona de España como hombres que habían pasado por
los trabajos que hemos dicho, y es así verdad que, con respecto a lo que en la Florida sufrieron, no hemos contado
ni la décima parte. En el Perú conocí
muchos de estos caballeros y soldados, que fueron muy estimados y ganaron mucha
hacienda, pero no sé de ninguno de ellos que llegara a tener tantos indios de repartimiento como
los que podrían haber conseguido en la
Florida". Todavía seguirá contando Inca Garcilaso más cosas de esta
tremenda aventura, pero lo que le queda por decir son flecos relacionados con
el tema, y falta ya poco para que su magnífica crónica termine.
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