lunes, 14 de junio de 2021

(1446) Algunos de los que volvieron fracasados de La Florida vivían desquiciados en México, y peleaban entre ellos por haber abandonado la campaña. Otros fueron a las guerras civiles de Perú en busca de fortuna.

 

     (1036) Resulta evidente que,  muerto el gran líder, Hernando de Soto, se creó un clima de desánimo total en la tropa, imponiéndose el criterio de tirar la toalla y salvar la vida, y, por lo que parece, Luis de Moscoso, aunque quería cumplir la voluntad de Soto, puesto que había cogido su antorcha, no pudo oponerse a la voluntad general. Pero, al entrar en México, brotaron las lamentaciones: "Traían a la memoria las palabras que el gobernador Hernando de Soto les dijo en Quiguate acerca del motín que en Mabila se había intentado sobre irse a México desamparando la Florida, pues, entre otras, les dijo: '¿A qué queréis ir a México? ¿A mostrar la vileza de vuestros ánimos que, pudiendo ser señores de un reino tan grande, donde tantas y tan hermosas provincias habéis descubierto, pensabais tener por mejor iros a posar a casa extraña y comer a mesa ajena pudiéndola tener propia para hospedar y hacer bien a otros muchos?' Las cuales palabras parece fueron pronóstico muy cierto de la pena y dolor que al presente les atormentaba, por lo cual se mataban a cuchilladas sin respeto ni memoria de la compañía y hermandad que unos con otros habían tenido. Y en estas pendencias hubo en México también, como en Pánuco, algunos muertos y muchos heridos. El virrey los aplacaba con toda suavidad y blandura viendo que tenían sobra de razón, y, para consolarlos, les prometía hacer la misma conquista si ellos quisiesen volver a ella. Y es verdad que, habiendo oído las buenas calidades del reino de la Florida, deseó hacer aquella campaña, y así, a muchos capitanes y soldados dio renta de dineros, oficios y cargos para que se ocupasen hasta que se preparase la expedición. Muchos lo recibieron, pero otros muchos no quisieron, por no obligarse a volver a tierra que habían aborrecido, y también porque tenían puestos los ojos en el Perú".

     Como ejemplo de lo dicho, Inca Garcilaso habla de uno de los que volvieron de la Florida, chiquito pero matón, puesto que no  se arrugaba fácilmente: "Un soldado llamado Diego de Tapia, que yo después conocí en el Perú, donde en las guerras contra Gonzalo Pizarro, don Sebastián de Castilla y Francisco Hernández Girón sirvió muy bien a Su Majestad, mientras le hacían la ropa que necesitaba andaba por la ciudad de México vestido de pellejos, tal y como había salido de la Florida, y un ciudadano rico que le vio en aquel hábito y pequeño de cuerpo, pareciéndole que debía ser de los muy despreciados, le dijo: 'Hermano, yo tengo una estancia de ganado cerca de la ciudad, donde si queréis servirme podréis pasar la vida con quietud y reposo, y daros he salario competente'. Diego de Tapia, con un semblante de león, o de oso, que sería la piel que traía vestida, le respondió : 'Yo voy ahora al Perú, donde pienso tener más de veinte estancias. Si queréis iros conmigo sirviéndome, yo os acomodaré en una de ellas de manera que volváis rico en muy breve tiempo'. El ciudadano de México se retiró sin hablar más palabras, por parecerle que,  de hacerlo, no saldría bien librado".

     Dio también la casualidad de que se encontraron en México el gran personaje Gonzalo de Salazar (de quien ya hablamos) y el extraordinario Gonzalo Silvestre (confidente de Inca Garcilaso) el cual le aclaró  que fue él quien, al iniciarse la expedición de Soto, le disparó dos cañonazos a su nave, por creer que era enemiga, ya que Salazar cometió la prohibida imprudencia de adelantarse al resto de la armada. Supo reconocer que Silvestre tenía razón: "Desde entonces lo estimó más, y le dijo  que había actuado como un  buen soldado".

 

     (Imagen) Inca Garcilaso comenta que el virrey ANTONIO DE MENDOZA no consiguió convencer a nadie para que se organizara una nueva expedición a la Florida, y nos habla también (haciendo un duro reproche) de lo que hicieron después algunos de los que volvieron sanos y salvos: "El contador Juan de Añasco, el tesorero Juan Gaytán y los capitanes Baltasar de Gallegos, Alonso Romo de Cardeñosa, Arias Tinoco, Pedro Calderón y otros de menos cuenta volvieron a España, eligiendo por mejor venir pobres que quedarse en las Indias, por el mal recuerdo que les quedó, tanto por lo que habían sufrido como por lo que de sus haciendas habían perdido, siendo la mayoría de ellos causa de que lo uno y lo otro se perdiese sin provecho alguno (por no haber seguido adelante). Gómez Suárez de Figueroa se volvió a la casa y hacienda de Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda, su padre (residente en Cuba). Otros, que fueron más discretos, se metieron en religión con el buen ejemplo que Gonzalo Cuadrado Jaramillo les dio, que fue el primero que entró en ella, el cual quiso hacerse verdadero soldado de Cristo asentándose bajo la bandera del seráfico padre San Francisco. Otros, y fueron los menos, se quedaron en la Nueva España (México), y uno de ellos fue Luis de Moscoso de Alvarado, que se casó en México con una mujer principal y rica, pariente suya  (Leonor de Alvarado, y es el momento de corregir un error: era prima suya, pero no por ser hija del gran Pedro de Alvarado, sino de un hermano de este, llamado Juan de Alvarado). Los más se fueron al Perú, donde, en todo lo que se ofreció en las guerras contra (los rebeldes) Gonzalo Pizarro, don Sebastián de Castilla y Francisco Hernández Girón, brillaron en servicio de la corona de España como hombres que habían pasado por los trabajos que hemos dicho, y es así verdad que, con respecto a lo que en la Florida sufrieron, no hemos contado ni la décima parte. En el Perú conocí muchos de estos caballeros y soldados, que fueron muy estimados y ganaron mucha hacienda, pero no sé de ninguno de ellos que llegara  a tener tantos indios de repartimiento como los que podrían haber conseguido  en la Florida". Todavía seguirá contando Inca Garcilaso más cosas de esta tremenda aventura, pero lo que le queda por decir son flecos relacionados con el tema, y falta ya poco para que su magnífica crónica termine.




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