viernes, 11 de junio de 2021

(1444) Llegando a México unos 300 españoles, tuvieron la inmensa alegría de haber salvado la vida. Pero pronto se deprimieron profundamente al verse arruinados y sin futuro, sintiendo rabia por no haber seguido en La Florida.

 

     (1034) El cacique de la zona de Pánuco estuvo encantado durante su llegada: "Todo lo que traía se lo entregó a los españoles y con mucho amor les ofreció su persona y casa. Los nuestros le agradecieron su visita y regalos, y, en recompensa, le dieron parte de las gamuzas que traían, y luego le enviaron al gobernador Luis de Moscoso un indio con una carta en la que le daban cuenta de todo lo sucedido. El cacique estuvo todo el día con los españoles haciéndoles preguntas sobre las aventuras acaecidas en su descubrimiento, holgando mucho de oírlos, y admirado de verlos tan negros, secos y rotos por los trabajos que habían pasado. Ya cerca de la noche se volvió a su casa y, en seis días que los españoles estuvieron en aquella playa, los visitó cada día trayéndoles siempre regalos de lo que en su tierra había".

     Fue entonces cuando ocurrió lo que hemos contado anteriormente. El indio le entregó la carta a Luis de Moscoso, y poco después llegaron Cuadrado Jaramillo y Muñoz con la buena noticia de que los otros dos bergantines se habían salvado. La alegría de todos fue excepcional, y, como vimos, Moscoso les dijo que volvieran para decirles a sus compañeros que los esperaba a todos en la ciudad de Pánuco: "Pasados ocho días después del naufragio se juntaron todos nuestros españoles con su gobernador en Pánuco, y eran casi trescientos. Los cuales fueron muy bien recibidos de los vecinos de aquella ciudad, que, aunque pobres, les dieron el mejor hospedaje posible, porque se dolieron de verlos tan desfigurados, negros, flacos, descalzos y desnudos, no llevando otros vestidos sino de gamuza y cueros de vaca, de osos y leones (panteras), pues más parecían fieras y brutos animales que hombres humanos".

     La llegada de estos españoles era una importante noticia que se debía enviar cuanto antes a las autoridades: "El corregidor de la ciudad de Pánuco dio luego aviso al virrey don Antonio de Mendoza, que residía en México, a sesenta leguas de Pánuco, de cómo habían salido de la Florida casi trescientos españoles de mil que en ella habían entrado con el adelantado Hernando de Soto. El virrey envió a mandar al corregidor que los tratase como a su propia persona y, cuando estuviesen para caminar, les diese todo lo que necesitasen y se los enviase a México. Y el mismo virrey se encargó de  que les llegaran camisas, alpargatas y cuatro acémilas cargadas de conservas, así como otros regalos y medicinas para nuestros españoles, entendiendo que iban enfermos, pero ellos llevaban sobra de salud y falta de todo lo demás necesario a la vida humana. En este lugar dice la relación de Juan Coles, y la de Alonso de Carmona, que la Cofradía de la Caridad de México envió estos regalos por orden del visorrey".

     Los españoles, por fin, habían conseguido pisar tierra mexicana. Era como una borrachera de felicidad, pero, a veces, el entusiasmo languidece. Habían salvado sus vidas, pero veían un  porvenir siniestro. Lo primero que 'les ' mosqueó' fue ver que los vecinos de Pánuco vivían con estrecheces: "El general Luis de Moscoso de Alvarado y sus capitanes consideraron con atención la forma de vivir de los moradores de la ciudad, que entonces era harto miserable porque no tenían minas de oro ni plata, sino un comer tasado de lo que la tierra daba y un criar algunos pocos caballos, y que  casi todos, hasta los vecinos más importantes, vestían mantas de algodón, sin tener ropa de Castilla. En suma, notaron que todo cuanto en Pánuco habían visto no era más que un principio de poblar y cultivar miserablemente una tierra que, con mucha diferencia, no era tan buena como la que ellos habían dejado atrás".

 

     (Imagen) La doble cara de la moneda: A.- Unos trescientos españoles lograron escapar del infierno de La Florida (no eran ni la mitad de la expedición). B.- Llegaron a México derrotados, arruinados, desnutridos y sin expectativas de futuro, porque lo que veían en Pánuco era deprimente. Para mayor desgracia, se arrepentían de haber vuelto, porque, a toro pasado, creían que podían haber tenido éxito: "A este comparar unas cosas con otras se acrecentaba la memoria de las muchas y buenas provincias que habían descubierto, que pasaban de cuarenta. Se acordaban de la fertilidad y abundancia de todas ellas, la buena disposición que tenían para producir las mieses y la comodidad de pastos, montes y ríos para criar y multiplicar el ganado que quisiesen echarle". La frustración provocó la ira, porque consideraban los soldados que, viviendo Soto, habrían continuado la conquista: "Y el mayor rencor que tuvieron fue contra los oficiales de la Hacienda Real y contra los capitanes naturales de Sevilla, porque éstos habían sido los que, después de la muerte de Hernando de Soto, más habían insistido en que saliesen de la Florida, y los que más habían forzado a Luis de Moscoso a hacer el largo viaje en el que padecieron tantos trabajos, muriendo la tercia parte de ellos y de los caballos, lo cual causó la última perdición, porque los forzó a a salir de aquellas tierras sin que pudiesen esperar el socorro que el gobernador Hernando de Soto pensaba pedir enviando los dos bergantines que había. Todo lo cual, bien razonado y considerado por los que pensaban que debían haber llevado adelante los propósitos del fallecido gobernador Hernando de Soto para poblar en la Florida, viendo ahora la razón que entonces tuvieron de quedarse y la que al presente tenían de indignarse contra los oficiales y contra quienes los apoyaban, se encendieron en tanto furor, que, habiéndoles perdido el respeto, andaban a cuchilladas tras ellos, de tal manera que hubo muertos y heridos, y los capitanes y oficiales reales no osaban salir de sus posadas, mientras los soldados andaban tan sañudos unos contra otros, que nadie en la ciudad podía apaciguarlos. Pero el corregidor de Pánuco dio cuenta de ello al virrey don Antonio de Mendoza, el cual mandó que los enviase a México en cuadrillas sin mezclar contrarios, para que no se matasen por el camino". (La distancia es de 420 km).




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