(1034) El cacique de la zona de Pánuco
estuvo encantado durante su llegada: "Todo lo que traía se lo entregó a
los españoles y con mucho amor les ofreció su persona y casa. Los nuestros le
agradecieron su visita y regalos, y, en recompensa, le dieron parte de las
gamuzas que traían, y luego le enviaron al gobernador Luis de Moscoso un indio
con una carta en la que le daban cuenta de todo lo sucedido. El cacique estuvo
todo el día con los españoles haciéndoles preguntas sobre las aventuras
acaecidas en su descubrimiento, holgando mucho de oírlos, y admirado de verlos
tan negros, secos y rotos por los trabajos que habían pasado. Ya cerca de la
noche se volvió a su casa y, en seis días que los españoles estuvieron en
aquella playa, los visitó cada día trayéndoles siempre regalos de lo que en su
tierra había".
Fue entonces cuando ocurrió lo que hemos
contado anteriormente. El indio le entregó la carta a Luis de Moscoso, y poco
después llegaron Cuadrado Jaramillo y Muñoz con la buena noticia de que los
otros dos bergantines se habían salvado. La alegría de todos fue excepcional,
y, como vimos, Moscoso les dijo que volvieran para decirles a sus compañeros
que los esperaba a todos en la ciudad de Pánuco: "Pasados ocho días
después del naufragio se juntaron todos nuestros españoles con su gobernador en
Pánuco, y eran casi trescientos. Los cuales fueron muy bien recibidos de los
vecinos de aquella ciudad, que, aunque pobres, les dieron el mejor hospedaje
posible, porque se dolieron de verlos tan desfigurados, negros, flacos,
descalzos y desnudos, no llevando otros vestidos sino de gamuza y cueros de
vaca, de osos y leones (panteras), pues más parecían fieras y brutos
animales que hombres humanos".
La llegada de estos españoles era una
importante noticia que se debía enviar cuanto antes a las autoridades: "El corregidor de la
ciudad de Pánuco dio luego aviso al virrey don Antonio de Mendoza, que residía
en México, a sesenta leguas de Pánuco, de cómo habían salido de la Florida casi
trescientos españoles de mil que en ella habían entrado con el adelantado
Hernando de Soto. El virrey envió a mandar al corregidor que los tratase como a
su propia persona y, cuando estuviesen para caminar, les diese todo lo que
necesitasen y se los enviase a México. Y el mismo virrey se encargó de que les llegaran camisas, alpargatas y cuatro
acémilas cargadas de conservas, así como otros regalos y medicinas para
nuestros españoles, entendiendo que iban enfermos, pero ellos llevaban sobra de
salud y falta de todo lo demás necesario a la vida humana. En este lugar dice
la relación de Juan Coles, y la de Alonso de Carmona, que la Cofradía de la
Caridad de México envió estos regalos por orden del visorrey".
Los españoles, por fin, habían conseguido
pisar tierra mexicana. Era como una borrachera de felicidad, pero, a veces, el
entusiasmo languidece. Habían salvado sus vidas, pero veían un porvenir siniestro. Lo primero que 'les '
mosqueó' fue ver que los vecinos de Pánuco vivían con estrecheces: "El
general Luis de Moscoso de Alvarado y sus capitanes consideraron con atención
la forma de vivir de los moradores de la ciudad, que entonces era harto
miserable porque no tenían minas de oro ni plata, sino un comer tasado de lo
que la tierra daba y un criar algunos pocos caballos, y que casi todos, hasta los vecinos más importantes,
vestían mantas de algodón, sin tener ropa de Castilla. En suma, notaron que
todo cuanto en Pánuco habían visto no era más que un principio de poblar y
cultivar miserablemente una tierra que, con mucha diferencia, no era tan buena
como la que ellos habían dejado atrás".
(Imagen) La doble cara de la moneda: A.-
Unos trescientos españoles lograron escapar del infierno de La Florida (no eran
ni la mitad de la expedición). B.- Llegaron a México derrotados, arruinados, desnutridos
y sin expectativas de futuro, porque lo que veían en Pánuco era deprimente.
Para mayor desgracia, se arrepentían de haber vuelto, porque, a toro pasado,
creían que podían haber tenido éxito: "A este comparar unas cosas con
otras se acrecentaba la memoria de las muchas y buenas provincias que habían
descubierto, que pasaban de cuarenta. Se acordaban de la fertilidad y
abundancia de todas ellas, la buena disposición que tenían para producir las
mieses y la comodidad de pastos, montes y ríos para criar y multiplicar el
ganado que quisiesen echarle". La frustración provocó la ira, porque
consideraban los soldados que, viviendo Soto, habrían continuado la conquista:
"Y el mayor rencor que tuvieron fue contra los oficiales de la Hacienda
Real y contra los capitanes naturales de Sevilla, porque éstos habían sido los
que, después de la muerte de Hernando de Soto, más habían insistido en que
saliesen de la Florida, y los que más habían forzado a Luis de Moscoso a hacer
el largo viaje en el que padecieron tantos trabajos, muriendo la tercia parte
de ellos y de los caballos, lo cual causó la última perdición, porque los forzó
a a salir de aquellas tierras sin que pudiesen esperar el socorro que el gobernador
Hernando de Soto pensaba pedir enviando los dos bergantines que había. Todo lo cual, bien razonado y considerado por los que
pensaban que debían haber llevado adelante los propósitos del fallecido
gobernador Hernando de Soto para poblar en la Florida, viendo ahora la razón
que entonces tuvieron de quedarse y la que al presente tenían de indignarse
contra los oficiales y contra quienes los apoyaban, se encendieron en tanto
furor, que, habiéndoles perdido el respeto, andaban a cuchilladas tras ellos,
de tal manera que hubo muertos y heridos, y los capitanes y oficiales reales no
osaban salir de sus posadas, mientras los soldados andaban tan sañudos unos
contra otros, que nadie en la ciudad podía apaciguarlos. Pero el corregidor de Pánuco dio cuenta de ello al virrey
don Antonio de Mendoza, el cual mandó que los enviase a México en cuadrillas
sin mezclar contrarios, para que no se matasen por el camino". (La
distancia es de 420 km).
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