(1029) Al dolor por tantos compañeros
muertos había que añadir el de la rabia por el éxito de los nativos, que,
además, había sido el resultado de una imprudencia ridícula: "Los indios,
después del buen lance que en su favor hicieron, siguieron a los españoles de
día y de noche sin parar de dar gritos
triunfales por su hazaña victoriosa. Pero, al salir el sol, tras haber adorado
a su dios con grandísimo estruendo de voces, tambores y otros instrumentos de
ruido, se volvieron a sus tierras por parecerles que se habían alejado mucho de
ellas, ya que persiguieron a los nuestros unas cuatrocientas leguas por el río,
nombrando siempre en sus cantares y en sus gritos solamente a su capitán
general Quigualtam, y no a otro cacique". Cuando los españoles lleguen a
México, le dejarán impresionado al virrey Don Antonio de Mendoza, y a su hijo,
Don Francisco de Mendoza, con el carisma que Quigualtam tenía entre sus indios,
destacando por su personalidad guerrera por encima de todos los demás caciques
de aquellas tierras, de manera que todo ello contribuyó a que se convirtiera en
un personaje idealizado.
Los españoles seguían río abajo envueltos
en conjeturas, sin saber muy bien dónde se encontraban: "Cuando vieron que
los indios les habían dejado, pensaron que estaban ya cerca del mar. Además, el
río iba ya tan ancho que, en medio de él, no se veían las orillas, sino
solamente unos juncales muy altos que parecían montes de grandes árboles.
Tendría en aquel
punto más de quince leguas de ancho, y no sabían si estaban ya en la mar o
navegando por el río. Con
esta duda, siguieron avanzando, y, al amanecer del día veinte de su navegación,
reconocieron la mar porque vieron a mano izquierda grandísima cantidad de
madera que el río había arrastrado con sus crecientes, la cual estaba
amontonada una sobre otra de tal forma que parecía una gran isla". Por fin
se sintieron los españoles a salvo, al menos de momento, y llegaron a lo que
parecía ser tierras de la desembocadura del Misisipi. Si algo necesitaban
entonces, era descansar de tantos fatigosos y mortíferos ajetreos: "Como
no sabían dónde estaban ni la distancia que había de allí a tierra de
cristianos, decidieron reparar sus bergantines antes de entrar en la mar, y
también atocinaron unas diez cochinas que todavía traían vivas. En estas cosas emplearon
tres días, aunque es verdad que más los gastaron en descansar del trabajo
pasado y en tomar fuerzas para lo venidero, pues la mayor necesidad que
nuestros castellanos tenían era dormir, porque, con la continua vigilia que de
día y de noche los indios les habían hecho pasar, venían muy fatigados de
sueño, y así durmieron aquellos tres días como cuerpos muertos".
Los españoles hicieron cálculos de la distancia
que habían recorrido sobre las aguas del Misisipi durante los diecinueve días y
una noche que avanzaron sin cesar y continuamente acosados por los indios. Fue
un tema de discusión que lo continuaron en México asesorándose con expertos, y
llegaron a una conclusión: "En lo que todos los más convinieron fue en que
se diese a cada día completo veinticinco leguas, porque siempre navegaron a
vela y remo y nunca les faltó viento ni el río tenía vueltas en que pudiesen
haberse detenido. Conforme
a esta cuenta, hallaban haber navegado unas quinientas leguas (aproximadamente, unos 2.750 km). En
este tanteo podrá cada uno dar las leguas que quisiere, pero es de saber que,
además de lo que el viento les ayudaba, hacían los nuestros lo que podían con
los remos para salir de tierra de enemigos que tanta ansia tenían por matarlos".
(Imagen) El cronista sigue dando pocos
nombres de los conquistadores, y, los que repite, ya los conocemos. Pero ha
mencionado a uno del que podremos contar algún detalle. Se llamaba ÁLVARO NIETO.
Hay un registro de su embarque para La Florida, en el que consta como reclutado
por Hernando de Soto el año 1538 durante el recorrido que hizo por tierras
extremeñas, principalmente próximas a Barcarrota o Jerez de los Caballeros, las
dos poblaciones que se disputan su origen natal, lo que también explica que se
apuntaran a la campaña bastantes portugueses fronterizos. Álvaro Nieto era
natural de otra población de la provincia de Badajoz, Alburquerque, tan cargada
de historia, que habrá que dedicarle algún comentario. Su nombre viene de
'albus quercus', encina blanca en latín, pues así se llamaba a los alcornoques,
muy abundantes en la zona. Nos acaba de contar Inca Garcilaso que solo se
salvaron cuatro de la masacre que hicieron los indios, y ello, gracias a que
Álvaro Nieto, "como tan buen capitán que era, peleó solo en su canoa contra
gran número de enemigos". Fue un milagro que no los mataran, y luego tuvo
Álvaro la suerte de volver vivo a México. Allí testificó en 1547, teniendo 35
años, a favor de Isabel de Bobadilla, la viuda de Hernando de Soto, comentando
que él estaba en la floridana bahía de Espíritu Santo (la actual Tampa) cuando
llegó una carta de ella para Soto, todavía vivo. También aseguró que, de no
haber muerto, el gran capitán habría establecido ciudades en Florida, pues sus
tierras eran muy ricas. Por ser un hombre digno de crédito, ÁLVARO NIETO volvió
a actuar como testigo en México el año 1554, esta vez a petición de su
compañero Rodrigo Vázquez (de quien hablamos anteriormente), para que declarara
ser ciertos sus valiosos méritos en la campaña de la Florida. La Alburquerque
de Álvaro Nieto tuvo una historia muy agitada en la época medieval, por
enfrentamientos entre musulmanes y cristianos, de lo que da fe el recio
castillo de la imagen. Casi cien vecinos de esta población vivieron los azares
de las conquistas de las Indias y Filipinas, dejando el rastro de Alburquerque
en la toponimia. Uno de ellos fue el peculiar cronista de Perú Juan Ruiz de
Arce (a quien me referí 'in illo tempore'). La Albuquerque norteamericana (que
ha perdido una erre, tiene medio millón de habitantes y se encuentra muy cerca
de la frontera mexicana) está hermanada con la de Badajoz, a la que visitan con
frecuencia los 'gringos', siempre amigos de cuidar y saborear sus raíces.
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