sábado, 5 de junio de 2021

(1439) Los indios del cacique Quigualtam decidieron darse la vuelta, pero satisfechos por la masacre que habían hecho con un grupo de españoles, de los que solo se salvaron cuatro gracias al heroísmo del capitán Álvaro Nieto.

 

     (1029) Al dolor por tantos compañeros muertos había que añadir el de la rabia por el éxito de los nativos, que, además, había sido el resultado de una imprudencia ridícula: "Los indios, después del buen lance que en su favor hicieron, siguieron a los españoles de día y de noche  sin parar de dar gritos triunfales por su hazaña victoriosa. Pero, al salir el sol, tras haber adorado a su dios con grandísimo estruendo de voces, tambores y otros instrumentos de ruido, se volvieron a sus tierras por parecerles que se habían alejado mucho de ellas, ya que persiguieron a los nuestros unas cuatrocientas leguas por el río, nombrando siempre en sus cantares y en sus gritos solamente a su capitán general Quigualtam, y no a otro cacique". Cuando los españoles lleguen a México, le dejarán impresionado al virrey Don Antonio de Mendoza, y a su hijo, Don Francisco de Mendoza, con el carisma que Quigualtam tenía entre sus indios, destacando por su personalidad guerrera por encima de todos los demás caciques de aquellas tierras, de manera que todo ello contribuyó a que se convirtiera en un  personaje idealizado.

     Los españoles seguían río abajo envueltos en conjeturas, sin saber muy bien dónde se encontraban: "Cuando vieron que los indios les habían dejado, pensaron que estaban ya cerca del mar. Además, el río iba ya tan ancho que, en medio de él, no se veían las orillas, sino solamente unos juncales muy altos que parecían montes de grandes árboles. Tendría en aquel punto más de quince leguas de ancho, y no sabían si estaban ya en la mar o navegando por el río. Con esta duda, siguieron avanzando, y, al amanecer del día veinte de su navegación, reconocieron la mar porque vieron a mano izquierda grandísima cantidad de madera que el río había arrastrado con sus crecientes, la cual estaba amontonada una sobre otra de tal forma que parecía una gran isla". Por fin se sintieron los españoles a salvo, al menos de momento, y llegaron a lo que parecía ser tierras de la desembocadura del Misisipi. Si algo necesitaban entonces, era descansar de tantos fatigosos y mortíferos ajetreos: "Como no sabían dónde estaban ni la distancia que había de allí a tierra de cristianos, decidieron reparar sus bergantines antes de entrar en la mar, y también atocinaron unas diez cochinas que todavía traían vivas. En estas cosas emplearon tres días, aunque es verdad que más los gastaron en descansar del trabajo pasado y en tomar fuerzas para lo venidero, pues la mayor necesidad que nuestros castellanos tenían era dormir, porque, con la continua vigilia que de día y de noche los indios les habían hecho pasar, venían muy fatigados de sueño, y así durmieron aquellos tres días como cuerpos muertos".

     Los españoles hicieron cálculos de la distancia que habían recorrido sobre las aguas del Misisipi durante los diecinueve días y una noche que avanzaron sin cesar y continuamente acosados por los indios. Fue un tema de discusión que lo continuaron en México asesorándose con expertos, y llegaron a una conclusión: "En lo que todos los más convinieron fue en que se diese a cada día completo veinticinco leguas, porque siempre navegaron a vela y remo y nunca les faltó viento ni el río tenía vueltas en que pudiesen haberse detenido. Conforme a esta cuenta, hallaban haber navegado unas quinientas leguas  (aproximadamente, unos 2.750 km). En este tanteo podrá cada uno dar las leguas que quisiere, pero es de saber que, además de lo que el viento les ayudaba, hacían los nuestros lo que podían con los remos para salir de tierra de enemigos que tanta ansia tenían por matarlos".

 

     (Imagen) El cronista sigue dando pocos nombres de los conquistadores, y, los que repite, ya los conocemos. Pero ha mencionado a uno del que podremos contar algún detalle. Se llamaba ÁLVARO NIETO. Hay un registro de su embarque para La Florida, en el que consta como reclutado por Hernando de Soto el año 1538 durante el recorrido que hizo por tierras extremeñas, principalmente próximas a Barcarrota o Jerez de los Caballeros, las dos poblaciones que se disputan su origen natal, lo que también explica que se apuntaran a la campaña bastantes portugueses fronterizos. Álvaro Nieto era natural de otra población de la provincia de Badajoz, Alburquerque, tan cargada de historia, que habrá que dedicarle algún comentario. Su nombre viene de 'albus quercus', encina blanca en latín, pues así se llamaba a los alcornoques, muy abundantes en la zona. Nos acaba de contar Inca Garcilaso que solo se salvaron cuatro de la masacre que hicieron los indios, y ello, gracias a que Álvaro Nieto, "como tan buen capitán que era, peleó solo en su canoa contra gran número de enemigos". Fue un milagro que no los mataran, y luego tuvo Álvaro la suerte de volver vivo a México. Allí testificó en 1547, teniendo 35 años, a favor de Isabel de Bobadilla, la viuda de Hernando de Soto, comentando que él estaba en la floridana bahía de Espíritu Santo (la actual Tampa) cuando llegó una carta de ella para Soto, todavía vivo. También aseguró que, de no haber muerto, el gran capitán habría establecido ciudades en Florida, pues sus tierras eran muy ricas. Por ser un hombre digno de crédito, ÁLVARO NIETO volvió a actuar como testigo en México el año 1554, esta vez a petición de su compañero Rodrigo Vázquez (de quien hablamos anteriormente), para que declarara ser ciertos sus valiosos méritos en la campaña de la Florida. La Alburquerque de Álvaro Nieto tuvo una historia muy agitada en la época medieval, por enfrentamientos entre musulmanes y cristianos, de lo que da fe el recio castillo de la imagen. Casi cien vecinos de esta población vivieron los azares de las conquistas de las Indias y Filipinas, dejando el rastro de Alburquerque en la toponimia. Uno de ellos fue el peculiar cronista de Perú Juan Ruiz de Arce (a quien me referí 'in illo tempore'). La Albuquerque norteamericana (que ha perdido una erre, tiene medio millón de habitantes y se encuentra muy cerca de la frontera mexicana) está hermanada con la de Badajoz, a la que visitan con frecuencia los 'gringos', siempre amigos de cuidar y saborear sus raíces.




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