(1026): Tras el grave incidente con los
indios, los españoles vieron claro que tenían que acelerar su partida: "Fueron
siete las carabelas que hicieron, y, con la misma diligencia que emplearon en
ello, recogieron las provisiones que les parecieron necesarias y pidieron a los
caciques amigos, Anilco y Guachoyo, socorro de maíz y las demás semillas y
fruta seca que en sus tierras hubiese. Atocinaron los puercos que hasta entonces habían
sustentado para criar, y reservaron docena y media de ellos porque no tenían
perdida la esperanza de poblar cerca de la mar si hallasen buena disposición (es
curioso que les quedase todavía alguna esperanza de establecerse). A cada
uno de los dos caciques amigos dieron dos hembras y un macho para que criasen.
La carne de los que mataron echaron en sal para el camino, y con la manteca
templaron la aspereza de la resina de los árboles con que breaban los
bergantines. En este punto, dice Alonso de Carmona que, de cincuenta caballos
que les habían quedado, mataron veinte por estar casi inútiles, y que, para hacerlo,
los ataron a palos y dejaron que se desangrasen hasta que murieron, lo cual se
hizo con mucho dolor de sus dueños y lástima de todos por el buen servicio que
les habían hecho. Después
echaron los bergantines al agua el día del gran precursor San Juan Bautista, y,
durante cinco días, se ocuparon en embarcar la mercancía y los caballos, y en
empavesar los bergantines y las canoas con tablas y pieles de animales para
defenderse de las flechas. Y, dos días antes de embarcarse, despidieron al
cacique Guachoyo y al capitán general del cacique Anilco para que se fuesen a
sus tierras, y les rogaron que fuesen amigos verdaderos, y ellos prometieron
que lo serían. Y luego, el día de los Apóstoles San Pedro y San Pablo se
embarcaron, habiendo ordenado que fuesen por capitanes de los siete bergantines
los que nombraremos en capítulo siguiente".
Los españoles enfilaron río abajo por la
inmensidad del Misisipi ansiando llegar pronto al Golfo de México: "El día
de los dos apóstoles San Pedro y San Pablo, tan solemne y alegre para toda la
cristiandad, aunque para estos castellanos triste y lamentable porque
desampararon y dejaron perdido el fruto de tantos trabajos como en aquella
tierra habían pasado y el premio y galardón de tan grandes hazañas como habían
hecho, se hicieron a la vela al ponerse el sol y, sin que los indios enemigos
les diesen pesadumbre alguna, navegaron toda aquella noche y el día y la noche
siguientes. Cada bergantín llevaba siete remos por banda, en los cuales se turnaban
para remar todos los que iban dentro, sin exceptuar a nadie, salvo a los
capitanes. Pensaron los españoles que no fueron atacados de día ni de noche porque lo recorrido
pertenecía a la provincia del cacique Guachoyo, que se había mostrado como amigo,
o que quizá se debiera a alguna superstición sobre las fases de la luna. Pero,
al segundo día, amaneció sobre ellos una hermosísima flota de más de mil canoas
que los caciques de la liga juntaron contra los españoles, y, porque las
batallas de este Río Grande fueron las mayores que los nuestros en toda la
Florida vieron, habrá que dar cuenta de ellas, porque, en adelante, ninguna
tendrá lugar en tierra".
(imagen) Eran, pues, siete los
'bergantines' que habían construido, aunque la palabra engaña, ya que no
pasaban de ser una barcazas de gran tamaño. Sin embargo, la distribución de los
hombres y la importancia de sus mandos conservaban el espíritu militar y el rigor
de su disciplina. Sabían de sobra que el
descenso por el Misisipi lo iban a hacer bajo una lluvia de flechas: "Luis
de Moscoso de Alvarado se embarcó en la carabela capitana como gobernador y
capitán general de todos, como lo era en tierra; Juan de Alvarado y Cristóbal
Mosquera, hermanos del gobernador, como capitanes de la almiranta. A estas dos embarcaciones
las llamaron por estos nombres: capitana y almiranta; a las demás, las
nombraron llanamente tercera, cuarta, quinta, sexta y séptima. El contador Juan
de Añasco y el factor Viedma eran los capitanes de la tercera carabela. El
capitán Juan de Guzmán y el tesorero Juan Gaytán, capitanes del cuarto
bergantín. Los capitanes Arias Tinoco y Alonso Romo de Cardeñosa, del quinto.
Pedro Calderón y Francisco Osorio fueron capitanes del sexto bergantín; Juan de
Vega, natural de Badajoz, otras veces ya nombrado, y García Osorio se
embarcaron en la séptima y última carabela como capitanes de ella. Todos estos
caballeros eran nobles por sangre y famosos por sus hazañas, y como tales
habían actuado correctamente en los sucesos de esta campaña de descubrimiento.
Se nombraron dos capitanes para cada bergantín para que, cuando uno saliese a
hacer algún hecho en tierra, quedase el otro en la carabela para el gobierno de
ella. Debajo del mando y gobierno de los capitanes ya nombrados se embarcaron
con ellos algo menos de trescientos
cincuenta españoles, habiendo entrado en la Florida casi mil. Embarcaron
con ellos unos treinta indios e indias que de lejanas tierras habían traído
para su servicio, y solo estos habían escapado de la enfermedad y muerte que el
invierno pasado habían sufrido, de manera que, siendo más de ochocientos,
habían muerto los demás. Y estos treinta embarcaron y los llevaron consigo los
españoles porque no quisieron quedarse con los caciques Guachoyo ni Anilco,
debido al amor que a sus amos españoles tenían, y decían que preferían morir
con ellos a vivir en tierras ajenas. Y los españoles no les hicieron fuerza
para que se quedasen por parecerles mucha ingratitud no corresponder al amor
que los indios les mostraban, y gran crueldad desampararlos fuera de sus
tierras".
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