viernes, 25 de junio de 2021

(1451) Con razón Cabeza de Vaca tituló su crónica como 'Naufragios'. Menciona el primero que tuvieron, y al adinerado Vasco Porcallo, de cuyo protagonismo en la campaña posterior, la de Hernando de Soto, ya hablamos.

 

     (1041) Empecemos, pues, directamente con NAUFRAGIOS, la crónica escrita por ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA sobre su prolongada estancia, junto con tres compañeros, entre los indios de la actual Norteamérica. Lo primero que vamos a notar es que la narración va dirigida al emperador Carlos V. Iré haciendo los comentarios que me parezcan oportunos e ilustrativos, y, siempre que continúe con las palabras del autor (que tendré que resumirlas), las presentaré entrecomilladas. Vamos, pues, con ello: "A 17 días del mes de junio de 1527 (doce años antes de la también trágica expedición de Hernando de Soto), partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de Narváez (de quien ya hablamos extensamente), con poder de Vuestra Majestad, para conquistar y gobernar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, llevando cinco navíos, en los cuales irían unos seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba a bordo (porque de ellos se ha de hacer mención) eran estos: Cabeza de Vaca (el propio cronista) como tesorero y alguacil mayor, Alfonso Enríquez, contador, Alonso de Solís, factor de Vuestra Majestad y veedor; iba como comisario un franciscano que se llamaba fray Juan Suárez, con otros cuatro frailes de la misma Orden. Llegamos a la isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco días, proveyéndonos de cosas necesarias, especialmente de caballos. Aquí nos abandonaron más de ciento cuarenta hombres, por las promesas que los de la tierra les hicieron. Desde allí llegamos a Santiago, que es un puerto de la isla de Cuba, donde en algunos días que estuvimos, el gobernador se rehízo de gente, de armas y de caballos. Sucedió allí que un gentilhombre que se llamaba Vasco Porcallo, vecino de la villa de la Trinidad, le ofreció al gobernador darle ciertas provisiones que tenía en su población, que está a cien leguas (550 km) del dicho puerto de Santiago. El gobernador, con toda la armada, partió para allá; pero, llegados a un puerto que se llama Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino, le pareció que era mejor esperar allí y enviar un navío que trajese aquellos bastimentos. Para esto, mandó al capitán Pantoja que fuese allí con su navío, y que yo (Cabeza de Vaca), para más seguridad, fuese con él (en otro barco), y él quedó con cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo había comprado otro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la Trinidad, el capitán Pantoja fue con Vasco Porcallo a la villa, para recoger los bastimentos. Yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales dijeron que con la mayor presteza nos marchásemos de allí, porque aquel era un mal puerto y se solían perder muchos navíos en él". La intuición de los pilotos se convirtió en realidad, y empezó a llover torrencialmente, con un viento preocupante: "No obstante Cabeza de Vaca se vio obligado, porque Vasco Porcallo se lo pidió con unos mensajeros, a ir a recoger las provisiones que había ofrecido, y dejó las dos naves al cuidado de los marineros". Cuando Cabeza de Vaca llegó a Trinidad, "el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto, que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas e iglesias se cayeron".

 

     (Imagen) Aquello fue como un doble presagio. Vasco de Porcallo no podrá realizar su deseo de regalar provisiones a la flota de Pánfilo de Narváez, y fracasó doce años después cuando, ya envejecido, aunque sumamente vanidoso, quiso triunfar con Hernando de Soto en su expedición a la Florida, pero tuvo que volverse pronto a casa. Así también, Cabeza de Vaca, que dejó a la espera dos navíos para ir a la villa de Trinidad, nos cuenta la primera tormenta que sufrieron, preludio de las que después acabarán con toda la expedición de Narváez, en la que todo indica que se salvaron solamente cuatro integrantes: "Era necesario que anduviésemos varios hombres abrazados para poder evitar que el viento nos llevase. Y, andando entre los árboles, no menos miedo nos daban ellos que las casas, porque como ellos también caían, temíamos que nos matasen. En medio de esta tempestad, anduvimos toda la noche sin hallar lugar donde pudiésemos estar seguros media hora. Oíamos sin cesar mucho estruendo, lo cual duró hasta la mañana, que fue cuando la tormenta cesó. En estas partes nunca se vio cosa tan temible, de lo cual hice un informe y se lo envié a Vuestra Majestad. El lunes por la mañana bajamos al puerto, y no hallamos los navíos. Vimos sus boyas en el agua, por lo que supimos que se habían perdido, y anduvimos por la costa, con la esperanza de encontrar alguna cosa de ellos. Como no hallamos nada, nos metimos por los montes, y, andando por ellos un cuarto de legua, vimos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y, a diez leguas de allí, por la costa, encontramos a dos personas de mi navío, y estaban tan desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se las podía reconocer. Se perdieron en los navíos sesenta personas y veinte caballos, salvándose solamente treinta que habían bajado a tierra". También se llevó la tormenta las provisiones que les iba a dar Porcallo en Trinidad. Luego llegó Pánfilo de Narváez, habiendo salvado sus cuatro navíos por los pelos: "La gente que en ellos traía, y la que allí halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que no se atrevían a tornarse a embarcar en invierno, y rogaron al gobernador que lo pasase allí, y él, vista su voluntad y la de los vecinos, invernó en Trinidad". En el mapa (donde aparece 'Havana' con uve) vemos Santiago, el puerto de Cuba al que llegaron tras su travesía atlántica, trasladándose después a Trinidad, donde vivía Vasco Porcallo de Figueroa, y donde sufrieron el primer desastre.




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