(1041) Empecemos, pues, directamente con
NAUFRAGIOS, la crónica escrita por ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA sobre su
prolongada estancia, junto con tres compañeros, entre los indios de la actual
Norteamérica. Lo primero que vamos a notar es que la narración va dirigida al
emperador Carlos V. Iré haciendo los comentarios que me parezcan oportunos e
ilustrativos, y, siempre que continúe con las palabras del autor (que tendré
que resumirlas), las presentaré entrecomilladas. Vamos, pues, con ello: "A
17 días del mes de junio de 1527 (doce años antes de la también trágica
expedición de Hernando de Soto), partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda
el gobernador Pánfilo de Narváez (de quien ya hablamos extensamente),
con poder de Vuestra Majestad, para conquistar y gobernar las provincias que
están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, llevando cinco
navíos, en los cuales irían unos seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba
a bordo (porque de ellos se ha de hacer mención) eran estos: Cabeza de Vaca (el
propio cronista) como tesorero y alguacil mayor, Alfonso Enríquez, contador,
Alonso de Solís, factor de Vuestra Majestad y veedor; iba como comisario un franciscano
que se llamaba fray Juan Suárez, con otros cuatro frailes de la misma Orden.
Llegamos a la isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco
días, proveyéndonos de cosas necesarias, especialmente de caballos. Aquí nos abandonaron
más de ciento cuarenta hombres, por las promesas que los de la tierra les hicieron.
Desde allí llegamos a Santiago, que es un puerto de la isla de Cuba, donde en
algunos días que estuvimos, el gobernador se rehízo de gente, de armas y de
caballos. Sucedió allí que un gentilhombre que se llamaba Vasco Porcallo,
vecino de la villa de la Trinidad, le ofreció al gobernador darle ciertas provisiones
que tenía en su población, que está a cien leguas (550 km) del dicho
puerto de Santiago. El gobernador, con toda la armada, partió para allá; pero,
llegados a un puerto que se llama Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino, le
pareció que era mejor esperar allí y enviar un navío que trajese aquellos
bastimentos. Para esto, mandó al capitán Pantoja que fuese allí con su navío, y
que yo (Cabeza de Vaca), para más seguridad, fuese con él (en otro
barco), y él quedó con cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo
había comprado otro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la
Trinidad, el capitán Pantoja fue con Vasco Porcallo a la villa, para recoger
los bastimentos. Yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales dijeron que con
la mayor presteza nos marchásemos de allí, porque aquel era un mal puerto y se
solían perder muchos navíos en él". La intuición de los pilotos se
convirtió en realidad, y empezó a llover torrencialmente, con un viento
preocupante: "No obstante Cabeza de Vaca se vio obligado, porque Vasco
Porcallo se lo pidió con unos mensajeros, a ir a recoger las provisiones que
había ofrecido, y dejó las dos naves al cuidado de los marineros". Cuando Cabeza
de Vaca llegó a Trinidad, "el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto,
que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas e
iglesias se cayeron".
(Imagen) Aquello fue como un doble
presagio. Vasco de Porcallo no podrá realizar su deseo de regalar provisiones a
la flota de Pánfilo de Narváez, y fracasó doce años después cuando, ya
envejecido, aunque sumamente vanidoso, quiso triunfar con Hernando de Soto en su
expedición a la Florida, pero tuvo que volverse pronto a casa. Así también, Cabeza
de Vaca, que dejó a la espera dos navíos para ir a la villa de Trinidad, nos
cuenta la primera tormenta que sufrieron, preludio de las que después acabarán
con toda la expedición de Narváez, en la que todo indica que se salvaron
solamente cuatro integrantes: "Era necesario que anduviésemos varios
hombres abrazados para poder evitar que el viento nos llevase. Y, andando entre
los árboles, no menos miedo nos daban ellos que las casas, porque como ellos
también caían, temíamos que nos matasen. En medio de esta tempestad, anduvimos
toda la noche sin hallar lugar donde pudiésemos estar seguros media hora. Oíamos
sin cesar mucho estruendo, lo cual duró hasta la mañana, que fue cuando la
tormenta cesó. En estas partes nunca se vio cosa tan temible, de lo cual hice
un informe y se lo envié a Vuestra Majestad. El lunes por la mañana bajamos al
puerto, y no hallamos los navíos. Vimos sus boyas en el agua, por lo que
supimos que se habían perdido, y anduvimos por la costa, con la esperanza de
encontrar alguna cosa de ellos. Como no hallamos nada, nos metimos por los
montes, y, andando por ellos un cuarto de legua, vimos la barquilla de un navío
puesta sobre unos árboles, y, a diez leguas de allí, por la costa, encontramos
a dos personas de mi navío, y estaban tan desfiguradas de los golpes de las
peñas, que no se las podía reconocer. Se perdieron en los navíos sesenta
personas y veinte caballos, salvándose solamente treinta que habían bajado a
tierra". También se llevó la tormenta las provisiones que les iba a dar
Porcallo en Trinidad. Luego llegó Pánfilo de Narváez, habiendo salvado sus
cuatro navíos por los pelos: "La gente que en ellos traía, y la que allí
halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que no se atrevían a tornarse a
embarcar en invierno, y rogaron al gobernador que lo pasase allí, y él, vista
su voluntad y la de los vecinos, invernó en Trinidad". En el mapa (donde
aparece 'Havana' con uve) vemos Santiago, el puerto de Cuba al que llegaron
tras su travesía atlántica, trasladándose después a Trinidad, donde vivía Vasco
Porcallo de Figueroa, y donde sufrieron el primer desastre.
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