(1044) A pesar de la buena acogida del
cacique Dulchanchelin, por la noche algún
indio tiró una flecha a un español que iba a coger agua, pero no le
acertó. Y luego hubo otro amago de agresión: "El día siguiente, partimos
de allí sin que viéramos a ninguno de los naturales, mas, siguiendo nuestro
camino, aparecieron indios que venían de guerra, y aunque nosotros los
llamamos, se alejaron sin dejar de ir detrás de nosotros. Por orden del
gobernador, algunos de a caballo salieron a por ellos, y tomaron presos a cuatro
indios que nos sirvieron como guías en adelante, los cuales nos llevaron por
tierra muy trabajosa de andar y maravillosa de ver, porque en ella hay muy
grandes montes y árboles maravillosamente altos. Un día después del de
San Juan, llegamos a vista de Apalache sin que los indios de la tierra nos
sintiesen. Dimos muchas gracias a Dios creyendo que era verdad lo que de
aquella tierra nos habían dicho, que allí se acabarían los grandes trabajos que
habíamos pasado, tanto por el malo y largo camino, como por la mucha hambre que
habíamos padecido. Además, muchos de los nuestros tenían
llagadas las espaldas de llevar las armas a cuestas. Mas, con vernos llegados
donde deseábamos, y donde tantas provisiones y oro nos habían dicho que había, sentíamos
que se nos había quitado gran parte del trabajo y cansancio".
Pero ya vimos, en la aventura de Hernando
de Soto y los suyos, la enorme agresividad de los apalaches y su
desconocimiento del oro, cuyas minas se encontraron siglos después: "Llegados
que fuimos a Apalache, el gobernador mandó que yo tomase nueve de a caballo, y
cincuenta infantes, y entrase en el pueblo, y así lo acometimos el veedor y yo;
cuando entramos, no hallamos sino mujeres y muchachos, mas, poco después, andando
nosotros por él, acudieron los indios, y comenzaron a pelear, flechándonos, y
mataron el caballo del veedor, pero, finalmente, huyeron. Allí hallamos mucha
cantidad de maíz y muchos cueros de venados, así como algunas mantas de hilo
pequeñas, y no buenas, con las que las mujeres cubren algo de sus personas.
En
el pueblo había cuarenta casas pequeñas y edificadas en lugares abrigados, por
temor de las grandes tempestades que continuamente en aquella tierra suele
haber".
Luego el cronista hace una descripción de
las características que observa en el territorio de los apalaches, que enseguida
van a mostrar su espíritu guerrero.
Pronto llegaron al pueblo los indios huidos, y lo hicieron mansamente, pero por
razones diplomáticas: "Dos horas después de que llegamos a Apalache, los
indios que de allí habían huido vinieron a nosotros de paz, pidiéndonos a sus
mujeres e hijos, y nosotros se los dimos, pero el gobernador retuvo a un
cacique de ellos consigo, que fue motivo de que ellos quedaran asombrados; por
lo que el día siguiente volvieron en son de guerra, y con tanto denuedo y
presteza nos acometieron, que llegaron a ponernos fuego en las casas en que
estábamos, pero, como salimos, huyeron, y se refugiaron en las lagunas, que
tenían muy cerca; y por esto, y por los grandes maizales que había, no les
pudimos
hacer daño, salvo a uno que matamos".
(Imagen) Lo que está ocurriendo ahora les va
a dejar a los apalaches un amargo recuerdo del paso de los españoles, y, como
vimos anteriormente, cuando llegó por allí unos doce años después la expedición
de Hernando de Soto, lo recibieron con
un deseo ardiente de venganza. Sigue contando Cabeza de Vaca: "Al día siguiente, unos indios también
apalaches, pero de otro pueblo, vinieron a nosotros y nos acometieron de la
misma forma que los primeros, y de la misma manera se escaparon, y también
murió uno de ellos. Estuvimos en este pueblo veinticinco días, y le preguntamos
al cacique que les habíamos apresado, y a los otros indios que traíamos con
nosotros, que eran enemigos de ellos, cómo eran las tierras próximas. Nos
respondieron que adelante había menos gente y mucho más pobre, pero que, en
dirección Sur, había un pueblo llamado Aute en el que los indios tenían mucho
maíz, frutos y pescado. Dada la pobreza de aquella tierra, y que los indios
apalaches nos hacían continua guerra, y así mataron a un señor de Texcoco (México)
que se llamaba don Pedro, acordamos partir de allí, e ir a buscar la mar y
aquel pueblo de Aute del que nos habían hablado. El segundo día, cuando
estábamos en medio de una laguna, nos acometieron gran cantidad de indios, y nos
hirieron con flechas a muchos hombres y caballos, por lo cual el gobernador
mandó a los de a caballo que se apeasen y les acometiesen a pie, y así pudimos
ganarles el paso. A los heridos nuestros no les sirvió la buena protección que
llevaban, y hubo hombres que juraron que habían visto dos robles pasados de
parte a parte por las flechas de los indios, dada la fuerza y maña con que las
echan. Todos los indios que vimos en la Florida
son flecheros, y tan crecidos de cuerpo, que, desde lejos, parecen
gigantes". Recordemos que lo mismo decían los que estuvieron después en la
expedición de Hernando de Soto. Comenta Núñez Cabeza de Vaca que también él
resultó herido: "El
día siguiente, yo hallé rastro de indios que iban delante, y le di aviso de
ello al gobernador, que venía en la retaguardia, y así, aunque los indios
salieron contra nosotros, como íbamos prevenidos, no nos pudieron atacar. Salimos
a lo llano, y nos fueron siguiendo todavía, pero nos revolvimos contra ellos
por dos partes, les matamos dos indios, y ellos me hirieron a mí y a otros tres cristianos". Tras la Bahía Apalache
que vemos en la imagen, estaba el territorio apalache.
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