miércoles, 30 de junio de 2021

(1455) Todo era extremo: los ataques de los indios, las enfermedades (que a algunos les hizo pensar en huir), el hambre, y, finalmente, el ingenio para, sin ser expertos, construir unas barcazas.

 

     (1045) Luego los españoles continuaron con cierta calma su camino, pero pronto se vieron acosados de nuevo: "Según marchábamos, salieron unos indios sin ser sentidos, y dieron contra la retaguardia.  A los gritos que dio un muchacho de un hidalgo que se llamaba Avellaneda, este se volvió para socorrerlos, y los indios le acertaron con una flecha por el canto de las corazas, siendo  tal la herida, que le pasó casi toda la flecha por el pescuezo, muriendo pronto, y lo llevamos hasta Aute. Tardamos nueve días en ir desde Apalache hasta allí, y,  cuando llegamos al poblado, hallamos toda la gente huida, y las casas quemadas, pero con mucho maíz, calabazas y frijoles, que estaban para empezarse a coger. Tras descansar allí dos días, el gobernador me rogó que fuese a encontrar la mar, pues ya habíamos descubierto un río muy grande, al que habíamos puesto el nombre río de la Magdalena (el mismo nombre que el del gran río colombiano). El día siguiente partí juntamente con el comisario, el capitán Castillo, Andrés Dorantes y otros cincuenta y siete hombres, y, tras caminar hasta hora de Vísperas, llegamos a la entrada de la mar, en la que hallamos muchos ostiones (ostras de gran tamaño), con que la gente disfrutó, y dimos muchas gracias a Dios por habernos traído allí. (Será oportuno mencionar que Castillo, Dorantes y un esclavo de este llamado Estebanico, serán, además de Vaca de Castro, los únicos supervivientes de la expedición, y  quienes, juntos, protagonizarán el terrible viaje de vuelta a México). La mañana siguiente envié veinte hombres a que conociesen la costa y mirasen la disposición de ella, los cuales volvieron al otro día en la noche, diciendo que aquellas bahías eran muy grandes y entraban tanto por la tierra adentro, que estorbaban mucho descubrir lo que queríamos. Sabidos estos inconvenientes, me volví adonde el gobernador, y, cuando llegamos, les hallamos enfermo a él y a otros muchos. Además, la noche pasada los indios habían atacado, poniéndolos en grandísimo riesgo por la enfermedad sobrevenida, y también les habían matado un caballo. Yo di cuenta de lo que había hecho y de la mala disposición de la tierra que habíamos visto. Aquel día nos detuvimos allí".

     El viaje se les  va a complicar, y tendrán que buscar  ingeniosas soluciones: "Partimos de Aute, y llegamos adonde yo había estado. El camino fue en extremo trabajoso, porque ni los caballos bastaban para llevar a los enfermos, ni sabíamos qué remedio ponerles, porque cada día se agravaban. Sucedió, además, que casi todos los de a caballo comenzaron a irse, pensando que hallarían remedio para ellos si desamparaban al gobernador y a los enfermos, los cuales estaban sin fuerza ninguna, pero, como entre ellos había muchos hidalgos y hombres importantes, no quisieron que esto pasase sin dar parte al gobernador y a los oficiales de Vuestra Majestad. Como les afeamos su propósito a los que querían marcharse, y les hicimos ver en qué momento desamparaban a su capitán y a los enfermos, y, sobre todo, que abandonaban el servicio de Vuestra Majestad, decidieron quedarse, y que lo que fuese de uno fuese de todos, sin que ninguno desamparase a otro". Llama la atención que se les pasara por la cabeza llevar a cabo lo que sería, evidentemente, consumar un denigrante  motín. También salta a la vista que, además de verse en el horizonte un inquietante futuro para la expedición, había algo que fallaba en el liderazgo de Pánfilo de Narváez.

 

     (Imagen) Tras entrar en razón, los que pensaban abandonar el ejército lleno de enfermos, para salvarse a sí mismos, decidieron seguir en sus puestos. Y todos colaboraron para dar una ingeniosa solución a uno de sus mayores problemas: "El gobernador llamó a todos, pidiéndoles su parecer sobre la forma de salir de tan mala tierra, y buscar algún remedio contra la grave enfermedad que afectaba a una tercera parte del ejército, y que iba creciendo cada hora. Pensando en muchas soluciones, decidimos una harto difícil de poner en obra, que era la de hacer unos navíos para marcharnos. A todos les parecía imposible, porque nosotros no los sabíamos hacer, ni teníamos herramientas, ni hierro, ni fragua, ni estopa, ni pez, ni jarcias, ni cosa alguna de todas las necesarias, ni quien supiese hacerlo, ni, sobre todo, qué comer entretanto que se hiciesen. Cesó la plática aquel día, y cada uno se fue encomendándolo todo a Dios nuestro Señor. El día siguiente quiso Dios que uno de la compañía viniera diciendo que él haría con unos cueros de venado unos fuelles, y, como estábamos ansiosos de un remedio, nos pareció bien, y le dijimos que lo llevase a cabo". Para paliar el hambre, enviaron soldados a coger provisiones en Aute (que las consiguieron a base de pelear con los indios), y decidieron matar un caballo, cuya carne se repartiese entre los que trabajaban en la obra de las barcas y los que estaban enfermos. El 'artista' de los fuelles hizo "estribos, espuelas, ballestas, y otras cosas de hierro necesarias, como clavos, sierras y hachas". Tuvieron otro 'manitas' salvador: "Se comenzaron a hacer cinco barcas con el único carpintero que teníamos, y con tanta diligencia, que, en poco más de un mes, se acabaron. Fueron calafateadas con la piel de los palmitos, porque no teníamos estopa, y las breamos con cierta pez de resina de pinos que hizo un griego, llamado don Teodoro; con la misma corteza de los palmitos, y con las colas y crines de los caballos, hicimos cuerdas y jarcias, y, de nuestras camisas, velas. En este tiempo algunos andaban cogiendo mariscos por la orillas de la mar, y los indios nos mataron a diez hombres, sin que los pudiésemos socorrer, a los cuales hallamos de parte a parte pasados con flechas". La imagen muestra un sello conmemorativo del cuarto centenario de la aventura de ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA en La Florida.




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