(1045) Luego los españoles continuaron con
cierta calma su camino, pero pronto se vieron acosados de nuevo: "Según
marchábamos, salieron unos indios sin ser sentidos, y dieron contra la
retaguardia. A los gritos que dio un
muchacho de un hidalgo que se llamaba Avellaneda, este se volvió para
socorrerlos, y los indios le acertaron con una flecha por el canto de las
corazas, siendo tal la herida, que le pasó
casi toda la flecha por el pescuezo, muriendo pronto, y lo llevamos hasta Aute.
Tardamos nueve días en ir desde Apalache hasta allí, y, cuando llegamos al poblado, hallamos
toda la gente huida, y las casas quemadas, pero con mucho maíz, calabazas y frijoles,
que estaban para empezarse a coger. Tras descansar allí dos días, el gobernador
me rogó que fuese a encontrar la mar, pues ya habíamos descubierto un río muy
grande, al que habíamos puesto el nombre río de la Magdalena (el mismo
nombre que el del gran río colombiano). El día siguiente partí juntamente
con el comisario, el capitán Castillo, Andrés Dorantes y otros cincuenta y
siete hombres, y, tras caminar hasta hora de Vísperas, llegamos a la entrada de
la mar, en la que hallamos muchos ostiones (ostras de gran tamaño), con
que la gente disfrutó, y dimos muchas gracias a Dios por habernos traído allí. (Será
oportuno mencionar que Castillo, Dorantes y un esclavo de este llamado
Estebanico, serán, además de Vaca de Castro, los únicos supervivientes de la
expedición, y quienes, juntos,
protagonizarán el terrible viaje de vuelta a México). La mañana siguiente
envié veinte hombres a que conociesen la costa y mirasen la disposición de
ella, los cuales volvieron al otro día en la noche, diciendo que aquellas
bahías eran muy grandes y entraban tanto por la tierra adentro, que estorbaban
mucho descubrir lo que queríamos. Sabidos estos inconvenientes, me volví adonde
el gobernador, y, cuando llegamos, les hallamos enfermo a él y a otros muchos.
Además, la noche pasada los indios habían atacado, poniéndolos en grandísimo riesgo
por la enfermedad sobrevenida, y también les habían matado un caballo. Yo di
cuenta de lo que había hecho y de la mala disposición de la tierra que habíamos
visto. Aquel día nos detuvimos allí".
El viaje se les va a complicar, y tendrán que buscar ingeniosas soluciones: "Partimos de
Aute, y llegamos adonde yo había estado. El camino fue en extremo trabajoso,
porque ni los caballos bastaban para llevar a los enfermos, ni sabíamos qué
remedio ponerles, porque cada día se agravaban. Sucedió, además, que casi todos
los de a caballo comenzaron a irse, pensando que hallarían remedio para ellos
si desamparaban al gobernador y a los enfermos, los cuales estaban sin fuerza
ninguna, pero, como entre ellos había muchos hidalgos y hombres importantes, no
quisieron que esto pasase sin dar parte al gobernador y a los oficiales de
Vuestra Majestad. Como les afeamos su propósito a los que querían marcharse, y
les hicimos ver en qué momento desamparaban a su capitán y a los enfermos, y,
sobre todo, que abandonaban el servicio de Vuestra Majestad, decidieron quedarse,
y que lo que fuese de uno fuese de todos, sin que ninguno desamparase a otro".
Llama la atención que se les pasara por la cabeza llevar a cabo lo que sería,
evidentemente, consumar un denigrante
motín. También salta a la vista que, además de verse en el horizonte un
inquietante futuro para la expedición, había algo que fallaba en el liderazgo
de Pánfilo de Narváez.
(Imagen) Tras entrar en razón, los que
pensaban abandonar el ejército lleno de enfermos, para salvarse a sí mismos,
decidieron seguir en sus puestos. Y todos colaboraron para dar una ingeniosa
solución a uno de sus mayores problemas: "El gobernador llamó a todos, pidiéndoles
su parecer sobre la forma de salir de tan mala tierra, y buscar algún remedio
contra la grave enfermedad que afectaba a una tercera parte del ejército, y que
iba creciendo cada hora. Pensando en muchas soluciones, decidimos una harto
difícil de poner en obra, que era la de hacer unos navíos para marcharnos. A
todos les parecía imposible, porque nosotros no los sabíamos hacer, ni teníamos
herramientas, ni hierro, ni fragua, ni estopa, ni pez, ni jarcias, ni cosa alguna
de todas las necesarias, ni quien supiese hacerlo, ni, sobre todo, qué comer
entretanto que se hiciesen. Cesó la plática aquel día, y cada uno se fue encomendándolo
todo a Dios nuestro Señor. El día siguiente quiso Dios que uno de la compañía
viniera diciendo que él haría con unos cueros de venado unos fuelles, y, como
estábamos ansiosos de un remedio, nos pareció bien, y le dijimos que lo llevase
a cabo". Para paliar el hambre, enviaron soldados a coger provisiones en
Aute (que las consiguieron a base de pelear con los indios), y decidieron matar
un caballo, cuya carne se repartiese entre los que trabajaban en la obra de las
barcas y los que estaban enfermos. El 'artista' de los fuelles hizo
"estribos, espuelas, ballestas, y otras cosas de hierro necesarias, como
clavos, sierras y hachas". Tuvieron otro 'manitas' salvador: "Se
comenzaron a hacer cinco barcas con el único carpintero que teníamos, y con
tanta diligencia, que, en poco más de un mes, se acabaron. Fueron calafateadas
con la piel de los palmitos, porque no teníamos estopa, y las breamos con cierta
pez de resina de pinos que hizo un griego, llamado don Teodoro; con la misma corteza
de los palmitos, y con las colas y crines de los caballos, hicimos cuerdas y jarcias,
y, de nuestras camisas, velas. En este tiempo algunos andaban cogiendo mariscos
por la orillas de la mar, y los indios nos mataron a diez hombres, sin que los
pudiésemos socorrer, a los cuales hallamos de parte a parte pasados con flechas".
La imagen muestra un sello conmemorativo del cuarto centenario de la aventura
de ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA en La Florida.
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