(1046) Desde que los españoles, al llegar
a La Florida, bautizaron como Bahía de la Cruz a la que luego Hernando de Soto
llamó Bahía del Espíritu Santo y actualmente tiene el nombre de Bahía de Tampa,
habían recorrido unas doscientas ochenta leguas (aproximadamente 1.600 km):
" Antes
de que nos embarcásemos, sin contar los que los indios nos mataron, se murieron
más de cuarenta hombres de enfermedad y hambre. A mediados del mes de setiembre
se acabaron de comer los caballos, que sólo uno quedó, y entonces nos
embarcamos ordenadamente. En la barca del gobernador iban cuarenta y nueve
hombres, en otra que dio al contador y al comisario iban otros tantos, la
tercera dio al capitán Alonso del Castillo y a Andrés Dorantes, con cuarenta y
ocho hombres, otra dio a dos capitanes, que se llamaban Téllez y Peñalosa, con
cuarenta y siete hombres, y la otra nos la dio al veedor y a mí con cuarenta y
nueve hombres (en total, incluidos los capitanes, 251 hombres, habiendo
tenido la expedición, en su inicio, unos seiscientos). Después de embarcadas las provisiones, no les quedó
a las barcas más de un palmo fuera del agua, y, además, íbamos tan apretados,
que no nos podíamos menear. Tanto puede la necesidad, que nos hizo aventurar a
ir de esta manera, y meternos en una mar tan trabajosa sin saber del arte de la
navegación ninguno de los que allí iban".
Así que, venciendo una vez más el miedo,
se lanzaron a la aventura: "A aquella bahía de donde partimos le dimos por
nombre Bahía de Caballos, y anduvimos siete días por aquellos aguas sin señal
de ver ninguna cosa de costa, y, al cabo de ellos, llegamos a una isla que
estaba cerca de la tierra. Mi barca iba delante, y desde ella vimos veinticinco
canoas de indios, los cuales las abandonaron en nuestras manos viendo que íbamos
hacia ellas. Las otras barcas nuestras pasaron adelante, y llegaron a unas
casas de la misma isla, donde hallaron muchas huevas de lisas (una clase de
peces), lo cual fue muy gran remedio para la necesidad que llevábamos.
Después de tomadas, pasamos un estrecho, al cual llamamos de San Miguel, porque
era su día; y, salidos, llegamos a la costa, donde, con las cinco canoas que yo
había tomado a los indios, descargamos algo las barcas, de manera que subieron
dos palmos sobre el agua. Luego seguimos por la costa en busca del río de
Palmas, creciendo cada día la sed y el hambre, porque las provisiones eran muy
pocas y el agua se nos acabó, ya que las botas que hicimos de la piel de los
caballos pronto se pudrieron. Algunas veces llegamos a bahías que entraban mucho tierra adentro,
todas bajas y peligrosas. Así, anduvimos por ellas treinta días, hallando algunas
veces indios pescadores, gente pobre y miserable. Al cabo ya de estos treinta
días, que la necesidad del agua era en extremo, yendo cerca de la costa, una
noche sentimos venir una canoa, y, al verla, esperamos que llegase, pero ella,
aunque la llamamos, no se acercó, y, por ser de noche, no la seguimos. Cuando
amaneció, vimos una isla pequeña, y fuimos a ella para ver si hallaríamos agua;
mas nuestro trabajo fue en balde, porque no la había".
(Imagen) Durante años, fueron frecuentes
los fracasos de los españoles en La Florida, y el que van a tener ahora Pánfilo
de Narváez y sus hombres será aún peor que el desastre posterior de Hernando de
Soto y los suyos: "Estando en aquella pequeña isla, nos tomó una tormenta
muy grande, por lo que nos detuvimos seis días sin osar salir a la mar. Como
llevábamos cinco días sin beber agua, la sed fue tanta, que nos puso en
necesidad de beber agua salada, y algunos se descontrolaron tanto en ello, que
súbitamente se nos murieron cinco hombres. Como vimos que la sed crecía y el
agua nos mataba, aunque la tormenta no había cesado preferimos correr el
peligro de la mar a esperar la certeza de la muerte que la sed nos daba. Lo
hicimos así, y nos vimos muchas veces tan perdidos, que todos tuvimos por
cierta la muerte, pero quiso Dios que, a la puesta del sol, llegáramos a un lugar en el que hallamos mucha bonanza y
abrigo". Allí encontraron nativos que parecían fiables: "Vimos indios
en muchas canoas, y no llevaban flechas ni arcos. Nosotros les fuimos siguiendo hasta sus
casas, saltamos a tierra y delante de ellas hallamos muchos cántaros de agua y
mucha cantidad de pescado guisado. El cacique de aquellas tierras se lo ofreció
todo al gobernador, y lo llevó a su casa". Pero tanta amabilidad escondía
una retorcida intención: "Mediada la noche, los indios nos atacaron en la
costa, y también fueron a la casa del cacique, y le hirieron al gobernador de
una pedrada en el rostro. Los españoles que allí se hallaron, viéndole herido,
lo metieron en la barca. La mayoría de los nuestros se recogieron en sus barcas, y quedamos
cincuenta en tierra para enfrentarnos a los indios, que nos acometieron tres
veces aquella noche. Ninguno hubo de nosotros que no resultase herido, y yo lo fui en la cara. La última vez se
pusieron en celada los capitanes Dorantes, Peñalosa y Téllez con quince
hombres, y dieron en ellos por las espaldas, haciéndoles huir de tal manera,
que nos dejaron en paz. La mañana siguiente yo les rompí más de treinta canoas,
que nos sirvieron para calentarnos, porque hacía mucho frío y la tormenta nos
impedía entrar en la mar. Esto pasado, nos tornamos a embarcar, y navegamos
tres días, pero, como habíamos cogido poca agua, y los vasos que teníamos para
llevar asimismo eran muy pocos, tornamos a caer en la misma necesidad". (En
la imagen vemos la complicada firma del conquistador y cronista ÁLVAR NÚÑEZ
CABEZA DE VACA).
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