(1062) El paso de los cuatro 'mágicos´
españoles tenía otro efecto benéfico
para aquellos conflictivos pueblos: "Por todas estas tierras, los que
tenían guerras con los otros se hacían luego amigos para venirnos a visitar y
traernos todo cuanto tenían, y de esta manera dejamos toda la tierra en paz, y les
dijimos que en el cielo había un hombre que llamábamos Dios, el cual había
criado el cielo y la tierra, al que adorábamos nosotros y teníamos por Señor, y
que hacíamos lo que nos mandaba, y que de su mano venían todas las cosas
buenas, y que, si así lo hiciesen, les iría todo muy bien. Era tan grande la
conformidad que hallábamos en ellos, que, si hubiera un intérprete con el que nos
entendiéramos perfectamente, los dejaríamos a todos hechos cristianos".
Parece que al cronista le viene a la mente
algo que había ocurrido poco antes, sin haber hecho mención al especto: "Donde
los indios regalaron las esmeraldas a Dorantes, nos dieron más de seiscientos
corazones de venados, de los que ellos tienen siempre mucha abundancia para su
mantenimiento, y, por esto, le pusimos al lugar el nombre de pueblo de los
Corazones, y por él se llega a muchas provincias de la Mar del Sur (el
Pacífico), aunque son tierras de pocas provisiones. Las mujeres cubren sus
vergüenzas con yerba y paja, y es gente muy apocada y triste. En este tiempo,
Castillo vio al cuello de un indio una hebilla de talabarte (cinturón)
de espada. Se la tomó y les preguntamos a los indios dónde la habían encontrado,
y nos dijeron que era de unos hombres que traían barbas como nosotros, que tenían
caballos, lanzas y espadas, y habían
alanceado a dos indios. Nos dijeron también que aquellos hombres se habían ido
a la mar, y les vieron marchar hacia la puesta del sol. Nosotros dimos muchas
gracias a Dios nuestro Señor por aquello que oímos (por la proximidad del
final de su viaje), y cuando tuvimos aquella noticia de ellos, nos dimos
más prisa a nuestro camino. Seguíamos hallando más noticias de cristianos, y
nosotros les decíamos a los indios que los íbamos a buscar para pedirles que no
los matasen ni tomasen por esclavos, ni les hiciesen otro mal, de lo cual de esto ellos se alegraban mucho.
Anduvimos mucha tierra, y toda la hallamos despoblada, porque los moradores de
ella andaban huyendo por las sierras por miedo de los cristianos. Fue cosa de la
que tuvimos mucha lástima, viendo que, siendo la tierra muy fértil, y muy
hermosa, los lugares estaban despoblados y quemados, y la gente muy flaca y
enferma. Los indios nos contaron que algunas
veces los cristianos habían destruido y quemado los pueblos, y llevado la mitad
de los hombres y todas las mujeres y muchachos, y que los que de sus manos se
habían podido escapar andaban huyendo. Los veíamos tan atemorizados, que ni
querían sembrar la tierra, pues preferían dejarse morir a ser tratados con
tanta crueldad como hasta entonces, y, aunque mostraban grandísimo placer con
nosotros, temimos que, llegados adonde los indios que tenían la frontera con
los cristianos y guerra con ellos, nos habían de maltratar y hacer que
pagásemos lo que los cristianos contra ellos hacían. Mas Dios nuestro Señor fue
servido de que, cuando llegamos hasta ellos, comenzaron a temernos y acatarnos como los indios pasados, de lo que
nos maravillamos. Por donde claramente se ve que todas estas gentes, para ser
atraídas a ser cristianas y a la obediencia de la imperial majestad, han de ser
conducidas con buen tratamiento, y que este es el camino acertado, y no otro.
(Imagen) Por fin, los cuatro españoles que
anduvieron perdidos ocho años entre los indios, aunque siguiendo la ruta
correcta para 'volver a casa', empezaron a ver rastros de conquistadores. Y
pronto encontraron algunos de carne y hueso, lo que va a producir un roce entre
dos mentalidades, la de los rudos soldados y la de los cuatro curanderos que
desarrollaron una fuerte empatía con los indios, como los que acababan de
encontrar: "Estos nos llevaron a un pueblo en el que hallamos mucha gente
que estaba junta, recogidos por miedo de los cristianos. Nos recibieron muy
bien, convocamos a más gente, como solíamos hacer, y partimos con todos ellos.
Por el camino, siempre hallábamos rastro y señales donde habían dormido
cristianos. Unos indios que nos servían de mensajeros nos dijeron que toda la gente
de los poblados huía por los montes para que los cristianos no los matasen o
los hiciesen esclavos. También habían visto que los españoles llevaban a muchos
indios en cadenas, de lo cual se alteraron los que con nosotros iban. El
siguiente día nos guiaron adonde habían visto los cristianos, y vimos
claramente que habían dicho la verdad. Por
toda estas tierras encontramos grandes muestras de oro, hierro, cobre y otros
metales". Es probable que más que encontrar, oyeran esa versión de boca de
los indios, lo cual, como comentamos anteriormente, dio origen a las sucesivas
y desastrosas expediciones de fray Marcos de Niza y Francisco Vázquez de Coronado.
Los cuatro héroes estaban ya muy cerca de una avanzadilla de españoles que se
dedicaban a esclavizar indios para llevarlos a la zona mexicana de Nueva
Galicia, contralada por el cruel gobernador Nuño (Beltrán) de Guzmán. Por estar
muy cansados Castillo y Dorantes, no quisieron ir a su encuentro: "Aunque
cada uno de ellos lo pudiera hacer mejor que yo, por ser más recios y más mozos,
tomé conmigo al negro y once indios, siguiendo el rastro de los cristianos, y al
otro día, de mañana, alcancé a cuatro de ellos que iban a caballo, los cuales
recibieron gran alteración por verme tan extrañamente vestido y en compañía de
indios. Estaban tan atónitos, que no acertaban a preguntarme nada. Yo les dije
que me llevasen adonde estaba su capitán,
y así caminamos media legua hasta llegar donde él, que era Diego de Alcaraz".
Vemos en la imagen las tierras mexicanas de Sonora, con cuyos indios caminaban
los cuatro protagonistas, y Sinaloa,
lugar del encuentro con Alcaraz.
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