(1064) El mando de Nuño de Guzmán se
caracterizó por su violencia contra los indígenas. Terminó de mala manera, tras
ser juzgado, destituido y enviado a España. Murió encarcelado en el castillo de
Torrejón de Velasco (Madrid) el año 1558. Ahora Cabeza de Vaca pone de relieve
la triste realidad de que, pesar de sus
deseos, los españoles siguieron esclavizando a los indios: "Al despedirnos
de los indios, nos dijeron que harían lo que mandábamos, y asentarían sus
pueblos si los cristianos los dejaban. Y yo digo y afirmo por muy cierto que,
si no lo hicieren, será por culpa de los cristianos. Después de que hubimos despedido
a los indios en paz, y agradeciéndoles los trabajos que con nosotros habían pasado,
los cristianos nos enviaron, con la excusa de protegernos, a un tal Cebreros,
alcalde, y con él otros dos, los cuales nos llevaron por los montes y despoblados para que no
viésemos ni entendiésemos lo que de hecho hicieron. Nosotros tratábamos de buscar
libertad para los indios, y, cuando creímos que la habíamos conseguido, sucedió
muy al contrario, pues los españoles tenían acordado ir a dar contra los indios
que habíamos despedido en paz, y, así como lo pensaron, lo hicieron. A nosotros
nos llevaron por aquellos montes dos días, sin agua, perdidos y sin camino, y
todos pensamos perecer de sed, hasta que llegamos a un pueblo de indios de paz,
el alcalde Cebreros nos dejó allí, y él fue a un pueblo que se llamaba Culiacán,
donde estaba Melchor Díaz, alcalde mayor y capitán de aquella provincia".
Se va a producir con Melchor Díaz un
cambio radical en el la forma de recibir a los cuatro peregrinos: "Cuando el alcalde mayor supo lo de
nuestro viaje y legada, partió enseguida, vino adonde nosotros estábamos, y
lloró mucho con nosotros, dando alabanzas a Dios nuestro Señor por haber sido
tan misericordioso con nosotros, y, de parte del gobernador Nuño de Guzmán y
suya, nos ofreció todo lo que podía, lamentando mucho la mala acogida que
Alcaraz y los otros nos habían hecho. El día siguiente, el alcalde mayor nos
rogó mucho que nos detuviésemos allí, diciendo que haríamos muy gran servicio a
Dios y a Vuestra Majestad, si enviásemos mensajeros pidiendo a los indios que andaban
escondidos y huidos por los montes que viniesen a poblar en lo llano y labrar
la tierra".
A los cuatro españoles les parecía complicado hacerlo porque ya habían despedido a los indios amigos: "Pero les confiamos la misión a dos indios de los que los españoles tenían allí cautivos, que eran de los mismos de la tierra. Además, estaban presentes con los cristianos cuando llegamos del viaje, vieron a los indios que nos acompañaban, y supieron por ellos la mucha autoridad y dominio que por todas aquellas tierras habíamos tenido, y las maravillas que habíamos hecho curando enfermos y otras muchas cosas. Con estos dos indios mandamos a otros del pueblo, para que juntamente fuesen y llamasen a los indios que estaban rebelados por las sierras, y a los del rio de Petatlán (era el río de Sinaloa), donde habíamos hallado a los cristianos, y que les dijesen que viniesen adonde nosotros estábamos, porque les queríamos hablar. Para que fuesen seguros y los otros viniesen, les dimos un calabazo de los que nosotros siempre traíamos en las manos (era su distintivo de prestigiosos curanderos, en el cual llevarían sus potingues)".
(Imagen) Cabeza de Vaca, Castillo,
Dorantes y Estebanico, los cuatro infatigables viajeros, enviaron un mensaje a
los indios huidos de los españoles para que volvieran a sus pueblos a vivir con
normalidad. Las intenciones eran positivas, pero otra cosa era que llegasen a
cumplirse: "Los mensajeros trajeron consigo a tres caciques de los que se habían rebelado.
El capitán Melchor Díaz (estaba al mando en Culiacán), por medio de un
intérprete, les dijo que nosotros veníamos de parte de Dios, que está en el
cielo, y que habíamos andado muchos años diciendo a todos los indios que habíamos
encontrado que creyesen en Dios y lo sirviesen, porque era señor de cuantas
cosas había en el mundo, el cual daba premio a los buenos y pena perpetua de
fuego a los malos. Y que, además, si ellos quisiesen ser cristianos y servir a
Dios de la manera que les mandásemos, que los cristianos los tendrían por
hermanos y los tratarían muy bien, y nosotros les mandaríamos que no les
hiciesen ningún enojo ni los sacasen de sus tierras, sino que fuesen grandes
amigos suyos; pero que, si esto no quisiesen hacer, los cristianos los
tratarían muy mal, y se los llevarían como esclavos a otras tierras. A esto
respondieron que ellos serían muy buenos cristianos, y servirían a Dios, porque
ellos adoraban a un hombre que se llamaba Aguar, que estaba en el cielo, el
cual había creado el mundo y las cosas de él. Nosotros les dijimos que a aquel
que ellos decían, nosotros lo llamábamos Dios, y que debían llamarle así, y
servirlo y adorarlo, porque les sería de mucho provecho. Respondieron que todo
lo habían entendido muy bien, y que así lo harían. Les mandamos que bajasen de
las sierras, y, cuando vinieron seguros y en paz, les dijimos que poblasen las
tierras e hiciesen sus casas, y que, entre ellas, preparasen una para Dios, y
pusiesen a la entrada una cruz como la que allí teníamos. Les pedimos que,
cuando viniesen allí los cristianos, los recibiesen con las cruces en las
manos, sin los arcos y sin armas, y les diesen de comer de lo que tenían, porque
de esta manera no les harían mal, sino que serían sus amigos. Ellos dijeron que
lo harían como nosotros lo mandábamos. El capitán Melchor Díaz les dio mantas y
los trató muy bien. Luego los indios marcharon llevando a los dos que estuvieron
cautivos y habían servido de mensajeros. Esto pasó en presencia del escribano
que allí había y de otros muchos testigos". En la imagen vemos la actual
Culiacán.
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