jueves, 22 de julio de 2021

(1474) El encuentro de los cuatro 'peregrinos' y los indios que los acompañaban con los españoles de México creó una situación esquizofrénica. Buenos deseos por parte de los primeros, pero tenían enfrente la dura realidad. El sueño era imposible.

 

     (1064) El mando de Nuño de Guzmán se caracterizó por su violencia contra los indígenas. Terminó de mala manera, tras ser juzgado, destituido y enviado a España. Murió encarcelado en el castillo de Torrejón de Velasco (Madrid) el año 1558. Ahora Cabeza de Vaca pone de relieve la triste realidad de que,  pesar de sus deseos, los españoles siguieron esclavizando a los indios: "Al despedirnos de los indios, nos dijeron que harían lo que mandábamos, y asentarían sus pueblos si los cristianos los dejaban. Y yo digo y afirmo por muy cierto que, si no lo hicieren, será por culpa de los cristianos. Después de que hubimos despedido a los indios en paz, y agradeciéndoles los trabajos que con nosotros habían pasado, los cristianos nos enviaron, con la excusa de protegernos, a un tal Cebreros, alcalde, y con él otros dos, los cuales nos llevaron  por los montes y despoblados para que no viésemos ni entendiésemos lo que de hecho hicieron. Nosotros tratábamos de buscar libertad para los indios, y, cuando creímos que la habíamos conseguido, sucedió muy al contrario, pues los españoles tenían acordado ir a dar contra los indios que habíamos despedido en paz, y, así como lo pensaron, lo hicieron. A nosotros nos llevaron por aquellos montes dos días, sin agua, perdidos y sin camino, y todos pensamos perecer de sed, hasta que llegamos a un pueblo de indios de paz, el alcalde Cebreros nos dejó allí, y él fue a un pueblo que se llamaba Culiacán, donde estaba Melchor Díaz, alcalde mayor y capitán de aquella provincia".

     Se va a producir con Melchor Díaz un cambio radical en el la forma de recibir a los cuatro peregrinos:  "Cuando el alcalde mayor supo lo de nuestro viaje y legada, partió enseguida, vino adonde nosotros estábamos, y lloró mucho con nosotros, dando alabanzas a Dios nuestro Señor por haber sido tan misericordioso con nosotros, y, de parte del gobernador Nuño de Guzmán y suya, nos ofreció todo lo que podía, lamentando mucho la mala acogida que Alcaraz y los otros nos habían hecho. El día siguiente, el alcalde mayor nos rogó mucho que nos detuviésemos allí, diciendo que haríamos muy gran servicio a Dios y a Vuestra Majestad, si enviásemos mensajeros pidiendo a los indios que andaban escondidos y huidos por los montes que viniesen a poblar en lo llano y labrar la tierra".

     A los cuatro españoles les parecía complicado hacerlo porque ya habían despedido a los indios amigos: "Pero les confiamos la misión a dos indios de los que los españoles tenían allí cautivos, que eran de los mismos de la tierra. Además, estaban presentes con los cristianos cuando llegamos del viaje, vieron a los indios que nos acompañaban, y supieron por ellos la mucha autoridad y dominio que por todas aquellas tierras habíamos tenido, y las maravillas que habíamos hecho curando enfermos y otras muchas cosas. Con estos dos indios mandamos a otros del pueblo, para que juntamente fuesen y llamasen a los indios que estaban rebelados por las sierras, y a los del rio de Petatlán (era el río de Sinaloa), donde habíamos hallado a los cristianos, y que les dijesen que viniesen adonde nosotros estábamos, porque les queríamos hablar. Para que fuesen seguros y los otros viniesen, les dimos un calabazo de los que nosotros siempre traíamos en las manos (era su distintivo de prestigiosos curanderos, en el cual llevarían sus potingues)".

 

     (Imagen) Cabeza de Vaca, Castillo, Dorantes y Estebanico, los cuatro infatigables viajeros, enviaron un mensaje a los indios huidos de los españoles para que volvieran a sus pueblos a vivir con normalidad. Las intenciones eran positivas, pero otra cosa era que llegasen a cumplirse: "Los mensajeros trajeron consigo  a tres caciques de los que se habían rebelado. El capitán Melchor Díaz (estaba al mando en Culiacán), por medio de un intérprete, les dijo que nosotros veníamos de parte de Dios, que está en el cielo, y que habíamos andado muchos años diciendo a todos los indios que habíamos encontrado que creyesen en Dios y lo sirviesen, porque era señor de cuantas cosas había en el mundo, el cual daba premio a los buenos y pena perpetua de fuego a los malos. Y que, además, si ellos quisiesen ser cristianos y servir a Dios de la manera que les mandásemos, que los cristianos los tendrían por hermanos y los tratarían muy bien, y nosotros les mandaríamos que no les hiciesen ningún enojo ni los sacasen de sus tierras, sino que fuesen grandes amigos suyos; pero que, si esto no quisiesen hacer, los cristianos los tratarían muy mal, y se los llevarían como esclavos a otras tierras. A esto respondieron que ellos serían muy buenos cristianos, y servirían a Dios, porque ellos adoraban a un hombre que se llamaba Aguar, que estaba en el cielo, el cual había creado el mundo y las cosas de él. Nosotros les dijimos que a aquel que ellos decían, nosotros lo llamábamos Dios, y que debían llamarle así, y servirlo y adorarlo, porque les sería de mucho provecho. Respondieron que todo lo habían entendido muy bien, y que así lo harían. Les mandamos que bajasen de las sierras, y, cuando vinieron seguros y en paz, les dijimos que poblasen las tierras e hiciesen sus casas, y que, entre ellas, preparasen una para Dios, y pusiesen a la entrada una cruz como la que allí teníamos. Les pedimos que, cuando viniesen allí los cristianos, los recibiesen con las cruces en las manos, sin los arcos y sin armas, y les diesen de comer de lo que tenían, porque de esta manera no les harían mal, sino que serían sus amigos. Ellos dijeron que lo harían como nosotros lo mandábamos. El capitán Melchor Díaz les dio mantas y los trató muy bien. Luego los indios marcharon llevando a los dos que estuvieron cautivos y habían servido de mensajeros. Esto pasó en presencia del escribano que allí había y de otros muchos testigos". En la imagen vemos la actual Culiacán.




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