(1057) Lo que cuenta a continuación el
cronista Álvar Núñez Cabeza de Vaca va a resultar extenso y repetitivo, ya que
hace referencia a cómo fueron recibidos los cuatro españoles con entusiasmo por
todos los poblados de indios a los que llegaban, acompañados por miles de
nativos que se les iban uniendo por el camino, reverenciando su capacidad
milagrera, y acostumbrados, extrañamente, a saquear por donde pasaban, sin que los
perjudicados se enfadaran. Y, por no ser
'prolijo' ( como decían los cronistas de la época), lo resumiré cuanto pueda:
"Cuando de noche dormíamos a la puerta del rancho donde estábamos, nos
velaban a cada uno de nosotros seis indios con gran cuidado, sin que nadie
osase entrar dentro hasta que el sol era salido. Vinieron después allí unas
mujeres de otros indios que vivían más adelante, y partimos de allí llevándolas
por guías para ir a su poblado, y, antes de que llegásemos, salió toda la gente
que en las tiendas había a recibirnos con tantos gritos de alegría, que era asombroso.
Era tanta la turbación que tenían, que, por adelantarse unos para tocarnos, nos
apretaron mucho, y, sin dejarnos poner los pies en el suelo, nos llevaron a sus
tiendas. Toda aquella noche la pasaron cantando y bailando, y, a la mañana siguiente,
nos trajeron gente de aquel pueblo para que los tocásemos y santiguásemos, como
habíamos hecho a los otros con quienes habíamos estado".
Se repetía una y otra vez la escena cuando
los cuatro caminantes llegaban a otros poblados que estaban en la ruta que iban
siguiendo para alcanzar territorio controlado por los españoles: "Fuimos
después bien recibidos por otros indios, como hicieron los pasados. Nos dieron cosas
que tenían y los venados que habían matado, para que los curásemos, y, curados.
se iban muy contentos". Pero los siguientes indios que iban conociendo se
comportaban de forma extraña: "Partidos de estos poblados, fuimos a otros
muchos, y desde entonces comenzó otra nueva costumbre, y es que, aunque nos
recibían muy bien, los indios que iban con nosotros comenzaron a hacerles tanto
mal, que les tomaban las haciendas y les saqueaban las tiendas. Esto nos pesaba
mucho al ver el daño que hacían a quienes nos recibieron tan bien, y, además,
temíamos que aquello fuera causa de alguna alteración entre unos y otros. Pero
los mismos indios que perdían la hacienda, conociendo nuestra tristeza, nos
consolaron, diciendo que estaban tan contentos de habernos visto, que daban por
bien empleadas sus haciendas, y que más adelante serían pagados por otros que eran
muy ricos (porque, como veremos, ellos les harían lo mismo). Por todo
este camino, teníamos mucho trabajo, por la mucha gente que nos seguía, y en
este lugar nos trajeron a muchos que
estaban tuertos por nubes en los ojos, y parte de ellos eran ciegos. Estos
indios eran muy proporcionados, con rasgos agradables y más blancos que todos
los que hasta entonces habíamos visto. Aquí empezamos a ver montañas, y parecía
que venían seguidas desde el mar del Norte (Golfo de México), que, según
nos dijeron los indios, debía de estar a
unas quince leguas. De aquí partimos con estos indios hacía esas montañas, pero
nos llevaron por donde estaban unos parientes suyos, ya que solo querían ir por
zonas habitadas, y no querían que sus enemigos alcanzasen tanto bien como les
parecía que era vernos".
(Imagen) Sigue hablando Cabeza de Vaca de
las características de los indios: "También quiero contar lo de sus
naciones y lenguas, que desde la isla de Mal Hado hay. En ella hay dos lenguas:
la de los indios caoques y la de los Han. En la tierra continental, frente a la
isla, hay otros que se llaman chorrucos, y toman el nombre de los montes donde
viven. Adelante, en la costa, habitan otros que se llaman doguenes y otros llamados mendicas. Más adelante, están
los quevenes, y, frente a ellos, los mariames. Luego vienen los guaycones, y, frente
a éstos, los iguaces (nombra también a los atayos, los acubadaos, los quitoles,
los avavares, los maliacones, los cutalchiches, los susolas, los comos y los
camoles). Todas estas gentes tienen lenguas diversas. En todas estas tierras
se emborrachan con un humo (algún alucinógeno), y dan cuanto tienen por
él. Beben también otra cosa que sacan de las hojas de unos árboles como encinas,
la tuestan en unos botes, añaden agua, la tienen sobre el fuego, y, cuando está
con mucha espuma, la beben tan caliente
cuanto pueden soportar. Desde que la sacan del bote hasta que la beben están
dando voces, diciendo quién quiere beber. Cuando las mujeres oyen estas voces,
se quedan quietas aunque estén muy cargadas, y, si alguna de ellas se mueve, la
deshonran y la apalean, y, con muy gran enojo, derraman el agua que tienen para
beber, y la que han bebido la vomitan, lo cual ellos hacen muy fácilmente. La
razón de esta costumbre es que, según dicen ellos, si, cuando quieren beber
aquella agua, las mujeres se mueven, con ella se les mete en el cuerpo una cosa
mala que pronto les hace morir. Incluso, todo el tiempo que el agua se está
cociendo ha de permanecer el bote tapado, y, si casualmente está destapado cuando
alguna mujer pasa, no beben más de
aquella agua y la derraman. Es amarilla y están bebiéndola tres días sin comer,
y cada día bebe cada uno arroba y media de ella, y, cuando las mujeres están
con su costumbre (el periodo) solo buscan de comer para sí solas, porque
ninguna otra persona come de lo que ellas traen. En el tiempo que allí estuve,
entre estos vi una diablura, y es que vi un hombre casado con otro, y estos son
unos hombres amarionados (así lo escribe), de los cuales había muchos impotentes,
y andan tapados como mujeres y hacen oficio de mujeres, pero tiran con arco y llevan
cargas muy grandes. Entre los indios vimos muchos de ellos, y son más membrudos
que los otros hombres y más altos, y soportan muy grandes cargas".
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