(1049) Parece ser que no volverán a saber
nada del gobernador Pánfilo de Narváez, pero se van a encontrar con otros
compañeros. "Este mismo día yo vi a un indio de aquellos un rescate (la
bisutería que solían dar los españoles a los indios a cambio de algo), y supe
que no era de los que nosotros les habíamos dado. Preguntado dónde lo habían obtenido,
me respondieron por señas que se lo habían dado otros hombres como nosotros,
que estaban más atrás. Yo, viendo esto, envié dos cristianos con dos indios que
les mostrasen aquella gente, y muy cerca de allí toparon con ellos, que también
venían a buscarnos, porque los indios que allá quedaban les habían hablado de
nosotros, y estos eran los capitanes Andrés Dorantes y Alonso del Castillo, con
toda la gente de su barca. Llegados a nosotros, se espantaron de vernos de la
manera en que estábamos, y recibieron muy gran pena por no tener nada que
darnos, pues ninguna otra ropa traían sino la que tenían vestida. Estuvieron
allí con nosotros, y nos contaron que días antes su barca había dado al través,
a legua y media, sin que nadie se
ahogase. Todos juntos acordamos adobar
su barca, e irnos en ella los que tuviesen fuerzas para ello, quedándose allí los
demás hasta que convaleciesen, para irse luego como pudiesen por la costa, y nos
esperasen allí hasta que Dios los llevase con nosotros a tierra de cristianos.
Nos pusimos, pues, a ello, y antes de que
echásemos la barca al agua, Tavera, un caballero de nuestro grupo, murió. Pero la barca que pensábamos llevar no servía, y
se hundió enseguida. Como quedamos en aquella situación, con la mayoría
desnudos y el tiempo demasiado recio para caminar y pasar ríos a nado, así como
carentes de provisiones y de la manera de llevarlas, determinamos hacer lo que
la necesidad pedía, que era invernar allí. Acordamos también que cuatro
hombres, los que más recios estaban, fuesen a Pánuco, creyendo que estábamos
cerca de allí; de manera que, si Dios nuestro Señor fuese servido de llevarlos allá,
diesen aviso de cómo quedábamos en aquella isla, y de nuestra necesidad y
trabajo. Estos eran muy grandes nadadores, y se llamaban, el primero Álvaro
Fernández, portugués, carpintero y marinero, el segundo, Méndez, el tercero,
Figueroa, que era natural de Toledo y, el cuarto, Astudillo, natural de Zafra,
con los cuales iría un indio de la isla".
Núñez Cabeza de Vaca, hombre observador,
nos cuenta algunas características de los indios de la isla de Mal Hado:
"Los hombres tienen la una teta horadada y la atraviesan con una caña; traen
también horadado con un pedazo de caña el labio de abajo. Las mujeres trabajan
mucho. Estos indios viven en la isla
desde octubre hasta finales de febrero. Su mantenimiento es de peces y de unas
raíces sacadas del agua. Es la gente del mundo que más ama a sus hijos, y,
cuando muere uno, lo lloran los padres, los parientes, y todo el pueblo durante
un año, al cabo del cual le hacen las honras fúnebres. Lloran a todos los
difuntos, salvo a los viejos, de quienes no hacen caso, porque dicen que ya han
vivido su tiempo y de ellos no obtienen ningún provecho, pues ocupan la tierra
y quitan el mantenimiento a los niños".
(Imagen) A los pocos días de partir para
pedir ayuda los cuatro que iban con el objetivo de llegar a la mexicana zona de
Pánuco (creyendo ingenuamente que estaba relativamente cerca), la bien
bautizada isla de Mal Hado, donde estaba el resto de los desesperados
españoles, fue víctima de otro de los habituales temporales de la zona:
"Hubo tal tiempo de fríos y tempestades, que los indios no podían arrancar
las raíces que comían, y en los canales donde pescaban ya no había provecho alguno.
Como las casas eran tan desabrigadas, comenzó a morir la gente, y cinco
cristianos que estaban buscando provisiones en la costa llegaron a tal extremo
de necesidad, que se comieron los unos a los otros, hasta que quedó uno solo,
que por estar solo no hubo quien lo comiese (tal y como lo cuenta, no aclara
si iban muriendo de muerte natural o se mataron entre ellos). Sus nombres
eran éstos: Sierra, Diego López Coral, Palacios y Gonzalo Ruiz (no menciona
al quinto, que parece ser el superviviente). Al conocer este caso, se
alteraron tanto los indios, que sin duda, si lo hubiesen sabido a tiempo, los habrían
matado ellos mismos, y todos nos habríamos visto en grandes apuros. Por otra
parte, en muy poco tiempo, de ochenta hombres que de ambas partes allí
llegamos, quedamos vivos solo quince. Después de haber muerto los demás, les
entró a los indios de la tierra una enfermedad del estómago de la que murieron
la mitad de ellos, y creyeron que nosotros éramos los culpables. Teniéndolo por
muy cierto, concertaron entre sí matar a los que habíamos quedado. Cuando ya
iban a ponerlo en efecto, un indio que a mí me tenía (se supone que acogido
en su casa) les dijo que no creyesen que éramos nosotros los que los
matábamos, porque si tuviéramos tal poder, no moriríamos tantos como ellos veían
que habían muerto, pues pudríamos remediarlo, por lo que, como ya quedábamos
muy pocos y ninguno hacía daño ni
perjuicio, lo mejor era que nos dejasen en paz. Quiso nuestro Señor que los
otros siguiesen este consejo, y abandonaron su propósito. A esta isla le pusimos
por nombre isla del Mal Hado". De ella habían partido, muy desorientados,
los cuatro españoles que ansiaban llegar a la mexicana población de Pánuco en
busca de ayuda, pero en la imagen se ve la gran distancia que había desde su
emplazamiento, junto a Galveston, hasta su destino: unos 1.100 km.
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