(1058) Una vez más se va a ver que
aquellos indios tenían la extraña costumbre de robar a otros que, a su vez, lo
aceptaban filosóficamente: "Cuando
fuimos llegados al nuevo poblado, los que con nosotros iban saquearon a los
otros, los cuales, conociendo la costumbre, antes de que llegásemos escondieron
algunas cosas. Después de habernos recibido con mucha fiesta y alegría, sacaron
lo que habían escondido y nos lo regalaron. Nosotros, según la costumbre, se lo
dimos a los indios que nos acompañaban. Al otro día, cuando íbamos a partir, todos
querían llevarnos adonde otros amigos suyos que estaban en las montañas, pero,
por estar fuera de nuestro camino, decidimos seguir por la parte llana hacia la
costa, que creíamos cercana, y, además, estaba más poblada, con gente que
disponía de más provisiones y nos trataría mejor. También lo hacíamos porque, atravesando
aquella tierra, veríamos muchas particularidades de ella, de manera que, si
Dios nuestro Señor fuese servido de sacar con vida a alguno de nosotros, y
traerlo a tierra de cristianos, pudiese dar noticias e información de ella".
Viendo los nativos que los españoles
insistían en ir por lo llano, enviaron por delante a dos indios para que
buscasen a otros que les pudieran recibir: "Nosotros partimos el día
siguiente, llevando a muchos en nuestra compañía, y las mujeres iban cargadas
de agua, y era tan grande entre ellos nuestra autoridad, que ninguno osaba
beber sin nuestra licencia. A dos leguas de allí, topamos con los indios que
habían ido a buscar gente, dijeron que no la hallaban, y tornaron a rogarnos
que no fuésemos por lo llano. No lo quisimos hacer, y ellos, como vieron
nuestra voluntad, aunque con mucha tristeza, se despidieron de nosotros, y se
volvieron río abajo a sus tiendas, y nosotros caminamos río arriba, y, poco
después topamos con dos mujeres cargadas que, al vernos, pararon y nos dieron de
lo que llevaban, que era harina de maíz. Nos dijeron que, más adelante, en
aquel rio hallaríamos casas y muchas tunas y de aquella harina, y luego nos
despedimos de ellas, porque iban al poblado del que habíamos partido. Anduvimos
hasta la puesta del sol, y llegamos a un pueblo de hasta veinte casas, adonde
nos recibieron llorando y con gran tristeza, porque sabían ya que, donde quiera
que llegábamos, eran todos saqueados y robados por los indios que nos
acompañaban, pero, como nos vieron solos, perdieron el miedo, y nos dieron
solamente unas tunas. Estuvimos allí aquella noche, y, al alba, los indios que
nos habían dejado el día anterior (se habían despedido de ellos, pero
continuaban siguiéndolos) dieron contra sus casas (tiendas), y, como
los pillaron descuidados, les tomaron cuanto tenían, sin que tuviesen lugar
donde esconder ninguna cosa, por lo cual ellos lloraron mucho. Los robadores,
para consolarles, les decían que éramos hijos del sol, y que teníamos poder
para sanar a los enfermos y para matarlos, y otras mentiras aún mayores, como
ellos las saben hacer cuando sienten que les conviene. Les dijeron también que
nos tratasen con mucho acatamiento, y tuviesen cuidado de no enojarnos en
ninguna cosa. También les aconsejaron que nos diesen cuanto tenían, que
procurasen llevarnos donde había mucha gente, y que, donde nosotros llegásemos,
robasen ellos y saqueasen lo que los otros indios tenían, porque esa era la costumbre".
(Imagen) Hablemos de ESTEBANICO, el
esclavo negro que iba junto a Cabeza de Vaca, Castillo y Dorantes en su
larguísimo y muy peligroso recorrido para conseguir llegar a tierras
controladas por los españoles. Era esclavo de Dorantes, y se supone que,
durante el largo peregrinaje, lo trataría más bien como si fuera un criado suyo,
aunque, vueltos a México, siguió siendo esclavo. Estebanico, negro o mulato,
era natural de Azamor (Marruecos), y es probable que Dorantes lo comprara para que
le sirviera en la campaña de Pánfilo de Narváez (año 1527). Durante la gran
aventura, ejerció de curandero entre los indios, como sus tres compañeros.
Cuando regresaron (milagrosamente) a México, el gran virrey Antonio de Mendoza compró
a Estebanico, y, entusiasmado con lo que les oyó contar de sus andanzas, organizó
una expedición (año 1539) para tratar de descubrir una zona en la que, al
parecer, según decían los indios, se encontraban las siete ciudades de Cíbola,
mítico lugar riquísimo en oro (del que ya hablaban las Novelas de Caballería). Le
propuso a Dorantes que tomara el mando, pero no quiso saber nada del asunto,
quizá por estar seguro de que solo eran fantasías de los indios. Entonces el
virrey escogió como jefe al franciscano fray Marcos de Niza, y le indicó
textualmente: "Llevaréis con vos a Esteban de Dorantes (Estebanico)
por guía, al cual mando que obedezca en todo y por todo lo que vos le mandéis,
como a mi misma persona". La expedición fue un fracaso, pero el fraile
aseguró (dicen que para evitar críticas y reproches) que había visto el
fantástico lugar, lo que provocó que
intentara conquistarlo después Francisco Vázquez de Coronado (año 1540),
quien nada consiguió (aunque descubrió el Cañón del Clorado). A pesar de la
orden expresa del virrey, Estebanico se llevaba mal con fray Marcos de Niza, y
le engañaba todo lo que podía. En un momento determinado, Estebanico desapareció
y nunca más se supo de él. Algunos
indios amigos aseguraban que había muerto junto a otros indios que fueron
flechados por los aguerridos nativos de aquellas tierras. Pero también parece
verosímil que Estebanico, crónicamente frustrado por haber permanecido como
esclavo tantos años a pesar de los méritos que figuraban en su hoja de
servicios, se fuera a vivir con los indígenas por ser la única manera de
alcanzar la libertad.
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