(1066) Así que los piratas franceses
huyeron, y aunque salieron tras ellos cuatro de los navíos portugueses, no
pudieron alcanzarlos: "Los portugueses se hallaron burlados por habérseles
escapado aquel corsario diciendo que éramos franceses, por lo que fueron cuatro
carabelas tras él. Llegado a nosotros un galeón de los portugueses, después de
haberles saludado nos preguntó su capitán, Diego de Sllveira, de dónde veníamos
y qué mercadería traíamos, y le respondimos que veníamos de México,
y que traíamos plata y oro. Preguntó cuánta era la cantidad, y el maestre le
dijo que traía trescientos mil castellanos. Respondió el capitán (el
cronista pone la respuesta en portugués, pero muy trompicada, por lo que la
traduzco): 'A fe mía que venís muy ricos, pero traéis un ruin navío y ruin artillería. Oh, el renegado francés,
hideputa, qué buen bocado ha perdido, voto a Dios. Puesto que habéis escapado,
seguidme y no os apartéis de mí, pues, con ayuda de Dios, yo os pondré en
Castilla'. Tras estar quince días en la isla tercera Tercera (pertenece a
las Azores), partimos con la armada portuguesa y llegamos al puerto de
Lisboa el nueve de agosto, víspera del señor San Lorenzo, en el año de 1537. Y
porque es así la verdad, como arriba en esta Relación digo, firmé el relato con
mi nombre, Cabeza de Vaca".
Álvar Núñez Cabeza de Vaca, tras dar por
finalizada con la última frase de su narración, añade una especie de posdata:
"Puesto que he hecho referencia a todo lo sucedido en el viaje, desde la entrada
hasta la salida de aquellas tierra y vuelta a estos reinos de España, quiero
asimismo contar lo que hicieron los navíos y la gente que en ellos quedó, de lo
cual no he hecho memoria, porque nunca tuvimos noticia de ellos hasta después
de llegados. Hallamos mucha gente de ellos en la Nueva España, y otros acá en
Castilla, de quienes supimos lo ocurrido después de que dejamos los tres navíos
porque el otro se perdió en la costa. También estos se vieron en mucho peligro,
y quedaban en ellos hasta cien personas con pocas provisiones, entre las cuales
estaban diez mujeres casadas. Una de ellas le había dicho al gobernador (Pánfilo
de Narváez) muchas cosas que luego
le sucedieron en el viaje. Cuando iba a entrar tierra adentro, le advirtió que
no entrase, porque creía que ni él ni ninguno de los que con él iban volverían,
y que, si alguno saliese, haría Dios por eso muy grandes milagros". Al
parecer, se refería a los que, supuestamente, hicieron Cabeza de Vaca y sus
tres acompañantes, aspecto en el que el cronista resulta muy exagerado, no por
los hechos, sino por la ausencia total de fracasos terapéuticos. De lo que no
cabe duda es de que los cuatro se convirtieron, para los indios, en un mito
benéfico.
Cuando se perdió toda noticia de los que habían entrado tierra
adentro con Pánfilo de Nárvaez, los tres navíos hicieron todo lo posible por
encontrarlos: "Los tres navíos, más otro que vino de la Habana y un
bergantín, anduvieron buscándonos cerca de un año, y, como no nos hallaron, se
fueron a la Nueva España (México). Dicho lo cual, y para terminar este
relato, estará bien que diga quiénes somos y de qué lugar los que nuestro Señor
fue servido de salvarlos de estos trabajos. El primero es Alonso del Castillo
Maldonado, natural de Salamanca, hijo del doctor Castillo y de doña Aldonza
Maldonado. El segundo es Andrés Dorantes, hijo de Pablo Dorante, natural de
Béjar y vecino de Gibraleón (Huelva). El tercero es Alvar Núñez Cabeza
de Vaca, hijo de Francisco de Vera y nieto de Pedro de Vera, el que ganó Canarias, y su madre se llamaba doña Teresa
Cabeza de Vaca, natural de Jerez de la Frontera. El cuarto se llamaba
Estabanico, y era negro árabe, natural de Azamor (Marruecos). DEO
GRACIAS".
Tiempo atrás, incluí una imagen en la que
Inca Garcilaso de la Vega dejaba claro que el paso de Álvar Núñez Cabeza de
Vaca y sus tres acompañantes hizo que los indios les tuvieran una admiración reverencial,
porque su sola presencia curaba a los enfermos. Algunas serían auténticas, y,
otras, pura sugestión, pero es indudable que su fama quedó para siempre viva en
un amplísimo territorio de indios. Creo que será una buena forma de terminar
este trabajo volver a poner la imagen a la que me refiero.
(Imagen) Inca Garcilaso nos cuenta algo
muy curioso, que fue consecuencia del
peregrinaje heroico de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y sus acompañantes a lo largo
de todo el extensísimo territorio que ahora es
norteamericano y fronterizo con México (aventura que tengo intención de
mostrar, siguiendo la crónica del propio Álvar, cuando terminemos con la
excepcional, pero fracasada, campaña de
La Florida). Para situarnos, diré qué él quedó perdido entre los indios por
aquellas lejanas tierras, pero acompañado por Andrés Dorantes de Carranza,
Alonso del Castillo Maldonado y un esclavo negro al que llamaban Estebanico (al
que siempre trataron, unidos en la desgracia, como un amigo más). Tardaron seis
años en volver a juntarse con españoles en territorio mexicano. Habían sido
tratados como esclavos por muchos indios, pero se ganaron un gran prestigio
como curanderos, y eso los salvó. Además, como indica Inca Garcilaso, su fama
de milagreros se extendió a lejanos poblados de indios. Por eso dice en su
crónica sobre La Florida: "En toda esta provincia (Guancane) había
muchas cruces de palo puestas encima de las casas. La causa fue que estos
indios tuvieron noticia de los beneficios y maravillas que Álvar Núñez Cabeza
de Vaca y sus compañeros, en virtud de Jesucristo Nuestro Señor, habían hecho
por las provincias que anduvieron los años que los indios los tuvieron por
esclavos, como el mismo Álvar Núñez lo dejó escrito. Y, aunque es verdad que
Álvar Núñez y sus compañeros no estuvieron en esta provincia de Guancane, ni en
otras muchas, sin embargo, pasando de boca en boca y de tierra en tierra, llegó
a ella la fama de las hazañas obradas por Dios por medio de aquellos hombres,
y, como estos indios lo supieron, y habían oído decir que todos los beneficios
que, en curar los enfermos, aquellos cristianos habían hecho los conseguían con
solo hacer la señal de la cruz sobre ellos, y que la traían siempre en sus
manos, se animaron a ponerla sobre sus casas, entendiendo que también las
libraría de todo mal y peligro, como había sanado a los enfermos. Lo cual
muestra la facilidad que generalmente los indios tuvieron, y estos tienen, para
recibir la Fe Católica cuando hay quien se la predique, principalmente con buen
ejemplo, pues ellos se fijan en eso más que en cualquier otra cosa".
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