(1060) No quedan ya demasiadas páginas para acabar la narración de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, pero estamos en un punto en el que será necesario seguir abreviando su texto porque lo que les va sucediendo por el camino es demasiado repetitivo, aunque la parte final será muy interesante. Los cuatro viajeros siguen su larguísimo camino, siempre acompañados de gran cantidad de indios. A pesar de que les proporcionaban abundante alimentación, había largos tramos en los que escaseaba, y todos pasaban hambre: "Por aquellos valles, cada indio llevaba un garrote tan largo como tres palmos, y, si saltaban algunas de las muchas liebres que por allí había, las cercaban, y caían tantos garrotes sobre ellas, que, a mi ver, era la más hermosa caza que se podía pensar, y, cuando a la noche parábamos, eran tantas las que nos habían dado, que traíamos cada uno de nosotros hasta diez cargas de ellas. Todo cuanto aquellos indios mataban nos lo ponían delante, sin que osasen tomar ninguna cosa hasta que nosotros lo santiguásemos. Muchas veces traíamos con nosotros unas cuatro mil personas".
Llegaron después adonde otros indios que se
comportaban de manera diferente: "A partir de allí tuvieron otra manera de
recibirnos en cuanto toca a lo de saquearse unos a otros, porque los que salían
de los caminos a traernos alguna cosa no robaban a los que con nosotros venían,
sino que nos llevaban a sus casas, y ellos
mismos nos ofrecían cuanto tenían. Siempre los que quedaban despojados nos
seguían, y fuimos más de cincuenta leguas por despoblado de muy ásperas
sierras, por lo cual pasamos mucha hambre. Llegamos a un río muy grande, y
desde aquí comenzó a enfermar mucha de la gente que traíamos, por el hambre y
trabajo que por aquellas sierras habían pasado. Estos mismos indios nos
llevaron adonde otros que habían venido desde muy lejos para vernos, y nos recibieron
tan bien como los pasados. Dieron tantas provisiones a los que con nosotros
venían, que por no poderlas llevar dejaron la mitad. Les dijimos a los indios
que lo habían dado que tornasen a llevar lo que había sobrado, para que no
quedase allí perdido, y respondieron que de ninguna manera lo harían, porque no
era su costumbre tomar de nuevo lo que habían ofrecido, y así, dejaron que todo
se perdiera".
La idea de los cuatro españoles era
continuar caminando hacia el oeste, con el fin de llegar a tierras mexicanas
del Pacífico, pero tuvieron una discusión con los indios: "Les dijimos que
queríamos ir hacia la puesta del sol, y ellos nos respondieron que por allí
estaba la gente muy lejos. Les pedimos que enviasen a algunos indios para hacer
saber que nosotros íbamos allá, y de esto se excusaron porque ellos eran sus
enemigos, y no querían que nosotros fuésemos adonde ellos. Sin embargo enviaron
a dos mujeres, una, de ellos, y otra que tenían cautiva. Lo hicieron así porque
las mujeres podían negociar aunque hubiera guerra". Como el tiempo pasaba
y las mujeres no volvían, los españoles quisieron tomar rumbo norte, y se
repitieron las excusas de los indios. Entonces los españoles fingieron estar
muy enfadados: "Yo me salí una noche a dormir en el campo, apartado de
ellos, pero enseguida fueron donde yo
estaba y toda la noche estuvieron sin dormir y con mucho miedo, y rogándonos
que no estuviésemos más enojados, y que, aunque ellos muriesen en el camino,
nos llevarían por donde nosotros quisiésemos ir".
(Imagen) La superstición de los indios había considerado real el hipotético poder sobrenatural de los cuatro españoles. Es muy posible que Álvar Núñez Cabeza de Vaca exagere este aspecto en su narración. Toda autobiografía suele pecar de parcialidad, pero en esta aventura hay muchos datos inapelables. El cronista pudo adornar la narración, pero le sería difícil inventarse hechos importantes habiendo estado presentes otros tres protagonistas de la misma historia. Los cuatro vivieron como esclavos de los indios, y luego consiguieron escapar y recorrer miles de kilómetros sin que los mataran, lo que hace suponer que los indios los mitificaron como curanderos infalibles, cuyo Dios cristiano era muy poderoso y temible. Además, no hay duda de que su prestigio milagrero se extendió como un relámpago por aquellas tierras. Recordemos que unos años después los indios del poblado de Casqui, probablemente al corriente de la espectacular fama de estos españoles, le rogaron a Hernando de Soto que le suplicara a su Dios que pusiese fin a una sequía insoportable, y, de inmediato, organizó una ostentosa procesión con una cruz enorme, tras lo cual, comenzó a llover a jarros durante muchos días. Ahora nos dice Cabeza de Vaca que él y sus compañeros exageraron un enfado que tuvieron con los indios: "Nosotros fingíamos estar muy enojados con ellos, y, como su miedo no cesaba, sucedió que ese día enfermaron muchos indios, y luego murieron ocho. Por todas las tierras en las que esto se supo tuvieron tanto miedo de nosotros, que parecía que de temor habían de morir. Nos rogaban que no estuviésemos enojados, pues tenían por muy cierto que nosotros los matábamos con solamente quererlo, cuando, en realidad, sentíamos mucha pena de esto, porque, además de ver los que morían, temíamos que muriesen todos o nos dejasen solos, de miedo, y que todas las otras gentes de ahí adelante hiciesen lo mismo, viendo lo que a estos les había acontecido. Rogamos a Dios Nuestro Señor que lo remediase, y, así, comenzaron a sanar todos aquellos que habían enfermado". Sería imposible que todo les saliera bien, pero, aunque hubiera malos resultados, es lógico que los indios continuaran aferrados a una confianza en ellos inquebrantable, como suele ocurrir con los curanderos, incluso con los farsantes. En este caso, además, también los españoles creían que Dios les ayudaba. La imagen muestra a los cuatro curanderos, llevando Cabeza de Vaca un reverencial bastón cruz.
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