martes, 13 de julio de 2021

(1466) Es evidente que los cuatro españoles ya no eran esclavos, pero sufrían los rigores climáticos y la misma pobreza que los indios. El cronista explica sus tácticas de guerra como aviso para otros españoles.

 

     (1056) Sigamos con los padecimientos que tuvo el cronista (y sus tres compañeros): "A veces me aconteció hacer leña donde, después de haberme costado mucha sangre por la espinas de la maleza, no la podía sacar ni a cuestas ni arrastrando. No tenía, cuando en estos trabajos me veía, otro remedio ni consuelo sino pensar en la pasión de nuestro redentor Jesucristo y en la sangre que por mí derramó, y considerar cuánto más sería el tormento que de las espinas Él padeció que aquel que yo entonces sufría. Contrataba con estos indios haciéndoles peines, y con arcos, flechas y redes. Hacíamos esteras, que les son muy necesarias, y, aunque lo saben hacer, no quieren ocuparse en nada, sino en buscar qué comer. Otras veces me mandaban traer cueros y ablandarlos, y era lo que más me aprovechaba, porque yo lo raía mucho, comía de aquellas raeduras y aquello me bastaba para dos o tres días. También nos sucedía, con éstos y con otros indios, darnos un pedazo de carne y comérnoslo crudo, porque si lo asábamos, el primer indio que llegaba se lo llevaba y lo comía. Esta es la vida que allí tuvimos, y aquel poco sustento lo ganábamos con las cosas que por nuestras manos hicimos y les entregábamos a cambio".

     Los cuatro 'peregrinos' recuperaron algo la forma para poder seguir su viaje: "Después que haber comido los dos perros que les compramos, nos pareció que teníamos bastante fuerza para poder ir adelante, y, encomendándonos a Dios nuestro Señor, nos despedimos de aquellos indios, y caminamos hacia otros de su lengua que estaban cerca de allí. Todo aquel día anduvimos con agua, y, pasado un monte, hallamos a unos indios, los llamamos y se acercaron con mucho temor, pero nos dijeron que nos llevarían a su poblado. Llegamos a él de noche, donde había unas cincuenta tiendas, y los indios mostraron mucho temor, pero, cuando se sosegaron, nos tocaban con las manos  el rostro (sin duda, barbado), y, después, se pasaban ellos las manos por sus caras y sus cuerpos, y así estuvimos aquella noche".

     Pero su fama de curanderos llegaba a todas partes: "Por la mañana, nos trajeron los enfermos que tenían, rogándonos que los santiguásemos, y nos dieron de lo que tenían para comer, que eran hojas de tunas verdes asadas. Por el buen tratamiento que nos hacían, y porque aquello que tenían nos lo daban de buena gana y voluntad, y holgaban de quedar sin comer por dárnoslo, estuvimos con ellos algunos días. Estando allí, vinieron otros de más adelante. Cuando se quisieron partir dijimos a los primeros que nos queríamos ir con aquéllos. A ellos les pesó mucho, y rogáronnos muy ahincadamente que no nos fuésemos y al fin nos despedimos de ellos, y los dejamos llorando por nuestra partida, porque les pesaba mucho en gran manera. Después que nos partimos de los que dejamos llorando, fuimos con los otros a sus tiendas, y los que en ellas estaban nos recibieron muy bien y trajeron sus hijos para que les tocásemos las manos. y daban mucha harina de mezquiquez. Este mezquiquez (sigue llamándose así) es una fruta que cuando está en el árbol tiene sabor muy amargo, se parece a las algarrobas, y se come con tierra, y con ella está dulce y bueno de comer.

 

     (Imagen)  El cronista sigue hablando de las costumbres de los indios, y tiene un motivo añadido para hacerlo: "Quiero contarlo, no solo porque todos deseamos saber cómo son los demás, sino también para que, quienes vinieren a estas tierras, estén advertidos de su manera de ser de los nativos y de sus hábiles astucias. Estos indios son la gente más alerta para la batalla de cuantas yo he visto, porque temen a sus enemigos, y toda la noche están despiertos con sus arcos cerca de sí. Salen muchas veces fuera de las tiendas agachados por el suelo, y vigilan. Si perciben algo, en un instante están todos en el campo con sus arcos y flechas, y así siguen hasta el amanecer. Cuando viene el día, tornan a aflojar sus arcos hasta que salen de caza. Las cuerdas de los arcos son nervios de venados. La manera que tienen de pelear es echados en el suelo, y, mientras se flechan, andan siempre de un lado a otro, guardándose tanto de las flechas de sus enemigos, que ni siquiera podrían recibir mucho daño de ballestas y arcabuces, de los cuales se burlan, porque estas armas no sirven en campos llanos, sino solamente en lugares estrechos o de agua. En todo lo demás, son los caballos los que han de derrotarlos y lo que todos más temen. Quien contra ellos hubiere de pelear, ha de tener mucho cuidado de que los indios no lo vean temeroso ni codicioso de  lo que ellos tienen, y, mientras durare la guerra,  han de tratarlos muy mal,  porque estos indios saben conocer el momento apropiado para vengarse,  y sacan valentía y ánimos del temor de los contrarios. Cuando, en sus enfrentamientos, han flechado y gastado su munición, se vuelve cada uno por su camino, sin que los unos sigan a los otros, aunque los unos sean muchos y los otros pocos. Muchas veces se pasan de parte a parte con las flechas y no mueren de las heridas si no toca en las tripas o en el corazón, y luego sanan presto. Ven y oyen más y tienen más agudos sentidos que cuantos hombres hay en el mundo. Son grandes sufridores de hambre, de sed y de frío, porque están muy acostumbrados y hechos a ello". Álvar Núñez Cabeza de Vaca apreciaba a aquellos indios. Es fiable lo que cuenta porque el orgullo, la bravura, la habilidad y el agudo desarrollo de los cinco sentidos de aquellos indios se parecía mucho a lo que que hemos visto tantas veces en películas del Oeste.




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