sábado, 10 de julio de 2021

(1464) Ocurrió lo que iba a salvar a los cuatro desamparados en su larguísimo viaje: los indios los mitificaron como curanderos (colaborando el efecto placebo), y los españoles estaban convencidos de que Dios los ayudaba.

 

     (1054) Todo salió bien en aquella visita (y, fundamentalmente, por una curiosa razón): "Fuimos siguiendo al indio, y él corrió a dar aviso a los suyos de que nos acercábamos. A la puesta del sol vimos las casas, y, poco antes de llegar, hallamos cuatro indios que nos esperaban, y nos recibieron bien. Nos llevaron a sus casas (las típicas tiendas de campaña indias), a Dorante y al negro los aposentaron en casa de un curandero, y, a mí y a Castillo, en casa de otro. Luego nos ofrecieron muchas tunas, porque ya ellos tenían noticia de nosotros y de que curábamos, y de las maravillas que nuestro Señor con nosotros obraba. Y, ciertamente, aunque no hubiera otras, harto grandes eran librarnos de tantos peligros, no permitir que nos matasen, quitarnos tanta hambre y poner en el corazón de aquellas gentes que nos tratasen bien".

     Puede resultar muy ventajoso tener fama de curandero, pero el riesgo de salir apaleado suele ser alto. Esperemos que tengan suerte: "Aquella misma noche que llegamos vinieron unos indios adonde Castillo, y, tras decirle que estaban muy malos de la cabeza, le rogando que los curase. En cuanto los hubo santiguado y encomendado a Dios, los indios dijeron que todo el mal se les había quitado. Fueron a sus casas y trajeron muchas tunas y un pedazo de carne de venado, y, como esto entre ellos se publicó, vinieron otros muchos enfermos aquella noche a que los sanase. Cada uno traía un pedazo de venado, y tantos eran, que no sabíamos dónde poner la carne. Dimos muchas gracias a Dios porque cada día iba creciendo su misericordia. Cuando se acabaron las curas, comenzaron a bailar, y duró la fiesta tres días por haber venido nosotros".

     El deseo de los cuatro españoles era continuar su camino, pero los indios se lo quitaron de la cabeza porque se iban a encontrar en unas tierras en las que no había gente ni alimentos, y, además, el frío invierno se les echaría encima. Decidieron seguir con los indios, y Cabeza de Vaca va a tener un absurdo percance que pudo resultar fatal: "Luego nuestros indios partieron a buscar otras tunas adonde había otra gente de otras naciones y lenguas, y, andadas cinco jornadas con muy grande hambre, porque en el camino no había tunas, fuimos a buscar un fruto de unos árboles. Yo me detuve demasiado en buscarlo, la gente se volvió, y me quedé solo, y aquella noche me perdí". Los españoles andaban como los indios, casi desnudos, lo que suponía que el cronista podía haber muerto de frío la primera noche, pero tuvo la suerte de encontrar un árbol que estaba ardiendo. Para continuar el camino, preparó una carga de leña, y tenía cuidado de mantener siempre encendidos algunos tizones, lo que le permitió soportar una marcha de cinco días. Por las noches, "hacía en la tierra un hoyo, a su alrededor preparaba cuatro fuegos en cruz, me cubría con unas gavillas de paja, y de esta manera me amparaba del frío de las noches". Pero no tuvo en cuenta el riesgo: "Una de esas noches el fuego cayó en la paja estando yo durmiendo, comenzó a arder muy recio, y, por mucha prisa que yo me di a salir, me quedó señal en los cabellos del peligro en que había estado. En todo este tiempo no comí bocado, y, como traía los pies descalzos, sangraron mucho, pero, al cabo de cinco días, llegué a la ribera de un río, donde hallé a mis indios y a los cristianos, que ya me daban por muerto, pues creían que alguna víbora me había mordido. Todos tuvieron gran placer de verme, principalmente los cristianos".

 

     (Imagen) La fama de curanderos infalibles de los cuatro españoles llegó a todas partes, y siempre eran bien recibidos, de manera que Álvar Núñez Cabeza de Vaca ahora solo nos hablará de las costumbres de aquellos pueblos y también  del hambre que ellos y los indios pasaron en distintos momentos. En principio, los solicitados como milagreros fueron Cabeza de Vaca y Álvaro del Castillo, pero no daban abasto, y, no tardando  mucho, también Andrés Dorantes y el negro Estebanico formaron parte del 'equipo médico'. El mejor remedio debía de ser el efecto placebo, y los españoles, sin conocer ese curioso fenómeno psicológico, atribuían las 'curaciones' a que Dios les estaba echando una manita: "Un día vinieron allí muchos indios y traían cinco enfermos que estaban muy tullidos, le pidieron a Castillo que los curase, y cada uno de los enfermos le ofreció su arco y flechas, y él los santiguó y encomendó a Dios nuestro Señor, y todos le suplicamos con la mejor manera que podíamos les enviase salud, pues Él veía que no había otro remedio para que aquella gente nos ayudase y saliésemos de tan miserable vida. Y lo hizo tan misericordiosamente, que, venida la mañana, todos amanecieron sanos, y se fueron tan recios como si nunca hubieran tenido mal alguno. Esto causó entre ellos muy gran admiración, y en nosotros despertó que diésemos muchas gracias a nuestro Señor, y tuviésemos firme esperanza de que nos había de librar. De mí sé decir que siempre tuve esperanza en que me iba a sacar de aquella cautividad, y así lo hablé siempre a mis compañeros. Cuando los indios marcharon llevando a sus indios sanos, partimos adonde estaban otros que se llaman cutalches, malicones, coayos y susolas, y otros llamados atayos, los cuales tenían guerra con los susolas. Como por toda la tierra no se hablaba sino de los misterios que Dios con nosotros obraba, venían de muchas partes para que los curásemos. Unos indios de los susolas  le rogaron a Castillo que fuese a curar a un herido y varios enfermos, habiendo uno muy grave. Castillo era muy temeroso, principalmente cuando las curas parecían muy peligrosas, y creía que sus pecados habían de impedir que todas las veces resultase bien el curar, por lo que los indios me dijeron que fuese yo a curarlos, pues se acordaban de que les había curado en otra ocasión, de manera que tuve que ir con ellos".




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