(1055) Temiendo Castillo que sus
curaciones 'milagrosas' fallaran, le sustituyó Cabeza de Vaca. Y el cronista cuenta
lo que ocurrió: "Fueron conmigo Dorantes y Estebanico, y, cuando llegué
cerca de las tiendas que ellos tenían, vi que el enfermo que íbamos a curar
estaba muerto, con mucha gente alrededor llorándole. Tenía el indio los ojos vueltos y carecía de pulso,
con todas las señales de haber muerto, según a mí me pareció, y lo mismo dijo
Dorantes. Yo le quité una estera que tenía encima, y, lo mejor que pude,
supliqué a nuestro Señor que le diese salud, y, después de haberle santiguado y
soplado muchas veces, los indios me llevaron
a curar a otros muchos que estaban malos de modorra, y, hecho esto, nos volvimos
a nuestro aposento. A la noche, volvieron los indios nuestros y dijeron que
aquel que estaba muerto y yo había curado se había levantado bueno y hablado con ellos,
y que todos cuantos había curado estaban sanos y muy alegres. Esto causó una
gran admiración, y en toda la tierra no se hablaba de otra cosa. Todos los que
se enteraron nos venían a buscar para que los curásemos. Nosotros estuvimos con
los indios avavares ocho meses, y esta cuenta la hacíamos por las lunas. En
todo este tiempo nos venían de muchas partes a buscar y decían que verdaderamente
nosotros éramos hijos del Sol y nos daban lo mejor que tenían. Dorantes y el
negro hasta entonces no habían curado, pero, por el mucho trabajo que teníamos,
porque venían de muchas partes a buscarnos, ejercimos todos como médicos,
aunque, en atrevimiento para acometer cualquier cura, era yo el más señalado, y
no hubo jamás ninguno de los que tratamos que no nos dijese que había sanado, y
tenían tanta confianza en nosotros, que creían que, mientras estuviésemos con
ellos, ninguno había de morir".
Pero llegó la hora de partir, porque la
idea fija de los cuatro correcaminos era alcanzar las tierras que estaban
pobladas por españoles: "Pasados ocho meses, ya las tunas comenzaban a
madurar, y, sin ser sentidos de estos indios amigos, nos fuimos adonde otros
que adelante estaban, llamados maliacones., donde yo y el negro llegamos. Tras
venir también Castillo y Dorantes, nos partimos todos juntos con los indios, que
iban a comer una frutilla de unos árboles, con la que se mantienen hasta que
llega el tiempo de las tunas. Allí se juntaron estos con otros indios que se
llaman arbadaos, a los cuales hallamos muy enfermos y flacos e hinchados. Con estos
padecimos más hambre que con los otros, porque en todo el día no comíamos más
de dos puños de aquella fruta, y, como el hambre fuese tanta, les compramos dos
perros, y a cambio les dimos unas redes y otras cosas, y un cuero con el que yo
me cubría. Ya he dicho que por toda esta tierra anduvimos desnudos, y, como no
estábamos acostumbrados a ello, mudábamos la piel dos veces en el año a la manera
de las serpientes, y, con el sol y el aire hacían senos en los pechos, y, en
las espaldas, unos empeines muy grandes, de lo que sufríamos gran pena por las
muy grandes cargas que traíamos, que eran muy pesadas, y, cuando sacábamos leña
de los montes, nos corría por muchas partes sangre de las espinas y matas con
que topábamos, pues nos rompían por donde alcanzaban".
(Imagen) Habrá que dedicar más de una
imagen a recoger lo que Cabeza de Vaca dice sobre las costumbres de aquellos
indios, pero de forma resumida porque se extiende mucho: "Desde la isla de Mal
Hado, todos los indios que hasta esta tierra vimos tienen por costumbre, desde
el día en que sus mujeres se sienten preñadas, no dormir juntos durante los dos
años de la crianza de sus hijos, los cuales maman hasta que son de edad de doce
años. Preguntándoles por qué los criaban así, decían que era para que no muriesen por la mucha hambre que
había en aquellas tierras. Si acontece que un indio enferma, lo dejan morir en
aquellos campos, pero, si se trata de un hijo o un hermano, lo llevan a
cuestas. Los indios acostumbran dejar sus mujeres cuando entre ellos no hay conformidad,
y se tornan a casar con quien quieren, pero solo tratándose de mancebos, porque
los que tienen hijos permanecen con sus mujeres y no las dejan. Cuando riñen unos indios con otros, se golpean
hasta que están cansados, aunque algunas veces los separan las mujeres, cosa
que no hacen los hombres. Los que disputan nunca usan los arcos y las flechas,
sino que, terminada la pelea, toman sus tiendas y mujeres y se alejan del
poblado hasta que se les pasa el enojo. Luego regresan, y, en adelante, son amigos
como si ninguna cosa hubiera pasado entre ellos. Todos son gente de guerra, y, cuando están
donde pueden ser atacados, colocan sus tiendas a la orilla del monte que más
espesura tenga, hacen un foso y en él duermen. Hacen también un camino muy
angosto hasta la mitad del monte, y allí preparan un lugar para que duerman las
mujeres y los niños. Estando yo con estos indios aguenes, vinieron sus enemigos
a media noche, mataron a tres, hirieron a otros muchos y se marcharon. Entonces
recogieron todas las flechas que los otros les habían echado, los siguieron, y,
al amanecer, les acometieron, mataron a cinco, hirieron a otros muchos y les hicieron huir dejando sus tiendas y
arcos, con toda su hacienda: De ahí a poco tiempo, vinieron las mujeres de los otros,
que se llamaban quevenes, y consiguieron que hubiera amistad entre ellos,
aunque algunas veces son ellas la causa de la guerra. Todas estas gentes,
cuando tienen enemistades particulares y no son de una misma familia, se matan
de noche con asechanzas, y usan unos con otros grandes crueldades".
No hay comentarios:
Publicar un comentario