(1048) Ya sabemos que Álvar Núñez Cabeza
de Vaca inició su aventura en esta
expedición con los cargos de tesorero oficial y alguacil mayor, y por eso vemos
que, en muchas circunstancias, actuaba como la máxima autoridad. Naufragada la
otra barca que les acompañaba (se supone que con el resultado de haberse
ahogado los cuarenta y siete que iban a bordo, incluidos quienes estaban al
mando, Peñalosa y Téllez), y tras quedar varada en la costa la de Cabeza de
Vaca (con cuarenta y nueve hombres), lo primero que hizo fue dar orden de que
se inspeccionara el terreno: "Le mandé a Lope de Oviedo, que estaba más fuerte
que los demás, que, subido en un árbol, observase la tierra en la que
estábamos. Lo cumplió así, pensó que estábamos en una isla, y vio que la tierra
la habían cavado como suele hacerse en tierra donde anda ganado, por lo que
creyó que debía de ser tierra de cristianos, y así nos lo dijo". El
cronista quiso confirmar los detalles y le ordenó que volviera al lugar. Como
tardaba en regresar, envió a otros dos soldados en su busca, y, en el momento
de encontrarlo, aparecieron tres indios con arcos y flechas, que les siguieron
hasta llegar donde estaban los españoles, pero quedándose a cierta distancia:
"Al cabo de media hora, acudieron otros cien indios flecheros, a los
cuales, fueran grandes o no, nuestro miedo nos hacía verlos como gigantes, y se
detuvieron junto a los tres primeros nativos. Entre nosotros, imposible era
pensar en defendernos, pues apenas había seis que pudiesen levantarse
del suelo. El veedor y yo les llamamos,
ellos vinieron y, lo mejor que pudimos, procuramos tranquilizarlos, y les dimos
cuentas y cascabeles, y cada uno de ellos me dio una flecha, que es señal de
amistad. Luego nos dijeron por señas que a la mañana volverían y nos traerían comida".
Los indios, cumpliendo su palabra, les
llevaron comida al día siguiente, y, además, llegaron acompañados:
"Trajeron también a sus mujeres e hijos para que nos viesen, y así, se
volvieron ricos de cascabeles y cuentas que les dimos. Como nosotros proveídos
de pescado, de agua y de las otras cosas que les pedimos a los indios, decidimos
embarcarnos y seguir nuestro camino". Pero la desdicha era su eterna compañera: "Desenterramos
la barca de la arena en que estaba metida para partir, y, estando a dos tiros
de ballesta dentro del mar, nos dio tal golpe de agua que nos mojó a todos. Como
íbamos casi desnudos y el frío que hacía era muy grande, soltamos los remos de
las manos, y otro golpe que la mar nos dio volcó la barca. El veedor (Alonso
de Solís, que era, además, el factor) y otros dos se agarraron a ella
para
salvarse, pero sucedió muy al revés, pues la barca los tomó debajo y se
ahogaron. Como la costa es muy brava, el mar, de un tumbo, echó a todos los
otros, envueltos en las olas y medio ahogados, en la costa de la misma isla.
Los que escapamos quedamos desnudos como nacimos y habiendo perdido todo lo que
traíamos. Como era por noviembre, el frío era muy grande, con poca dificultad se
nos podían contar los huesos, y éramos una representación de la muerte. De mí
sé decir que, desde el mes de mayo, no había comido más que maíz tostado".
(Imagen) Los peligros, el sufrimiento y
las tragedias se iban sucediendo sin tregua. El temporal volcó su barca,
ahogando a tres compañeros, y el resto estaban al borde del fallecimiento:
"Además de lo pasado, sobrevino un viento que nos puso cerca de la muerte.
Al anochecer, los indios, creyendo que no nos habíamos ido, nos volvieron a
buscar y traernos de comer, pero, cuando nos vieron en tan mal estado, se
asustaron y se volvieron atrás. Yo los llamé, y vinieron muy asombrados, pero les hice entender por señas que se nos había hundido
una barca y se habían ahogado tres de nosotros, y allí mismo vieron dos de los
muertos. Los indios, al saber el desastre que nos había venido, con tanta
desventura y miseria, comenzaron a llorar recio. Ver que estos hombres primitivos
se dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros compañeros creciese el
sentimiento de nuestra desdicha. Después yo pregunté a los cristianos si a
ellos les parecía oportuno que rogara a aquellos indios que nos llevasen a sus
casas, y algunos que habían estado en la Nueva España (México) respondieron que no se debía
hacer, porque, si nos llevaban a sus casas, nos sacrificarían a sus ídolos (temían
que pertenecieran a alguna tribu mexicana). Pero, visto que con cualquier
otro remedio sería más cierta la muerte, no tuve en cuenta lo que decían, y rogué
a los indios que nos llevasen a sus casas. Los indios mostraron que sería un
gran placer para ellos, y, llevándonos con mucha prisa, fuimos a sus casas. Lo
hicieron de manera que, por el gran frío que hacía, y temiendo que en el camino
alguno muriese, se encargaron de que hubiese unos cinco fuegos muy grandes
puestos a trechos, y en cada uno de ellos nos calentaban. En el poblado tenían
hecha una casa para nosotros, y muchos fuegos en ella. Después de llevarnos,
comenzaron a bailar y hacer gran fiesta, que duró toda la noche, aunque para
nosotros no había placer ni sueño, esperando cuándo nos habían de sacrificar.
Pero, por la mañana, tornaron a darnos pescado y verduras, haciéndonos tan buen
tratamiento, que nos calmamos y perdimos algo el miedo a ser sacrificados".
Estaban ya tan hartos de tragedias, que,
al lugar, situado junto a Galveston, lo llamaron isla de Mal Hado (Mala Suerte).
La imagen muestra su emplazamiento, y también una de las tormentas del Golfo de
México, que, aunque les fueron favorables para llegar desde Cuba a La Florida, les hicieron estar a punto de morir
tantas veces, que Cabeza de Vaca le dio a su crónica el título de 'Naufragios'.
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