(1033) Hay que dar un pasito atrás para saber lo que
hicieron, antes de recibir la visita de los mensajeros Cuadrado y Muñoz, los españoles de los cinco bergantines que
entraron en el río Pánuco. Recordemos que ellos habían previsto que llegaba una
fuerte tormenta, y, rápidamente, aunque con apuros, lograron refugiarse en la
costa. Después de dormir en las naves bajo la vigilancia de centinelas, por
desconocer en qué lugar estaban, salieron tres grupos de soldados en
direcciones distintas a reconocer el terreno. Iban al mando Antonio de Porras,
Alonso Calvete y Gonzalo Silvestre, y los dos primeros encontraron algo
magnífico, pero no por su valor, sino por lo que significaba: " Habiendo cada cual de los
tres caminado por más de una legua, se volvieron a los suyos, y uno trajo medio
plato de barro blanco, de lo muy fino que se labra en Talavera, y, otro, una
escudilla quebrada del barro dorado y pintado que se labra en Malasa (quizá
se refiera a Malasia), y dijeron que eran muy buenas señales de estar en
tierra de españoles, Con lo cual se regocijaron mucho todos los nuestros e
hicieron gran fiesta teniendo las señales por ciertas y dichosas conforme al
deseo de ellos".
El 'hallazgo' de Gonzalo Silvestre fue muy
distinto: "Él y su cuadrilla vieron por delante dos indios que estaban
cogiendo fruta. Cuando los tuvieron cerca, arremetieron contra ellos, pero uno se
echó al agua y escapó nadando. El indio que quedó preso daba grandes voces repitiendo
muchas veces esta palabra, 'brezos'. Los españoles, por darse prisa a volver a
los suyos antes que acudiesen otros indios a quitarles el preso, lo llevaron
consigo bien asido. Le preguntaban qué tierra era aquella, pero, por no
entender, seguía repitiendo la palabra 'brezos'. El indio quería decir que era
vasallo de un español llamado Cristóbal de Brezos y, como con la turbación no
acertase a decir Cristóbal y dijese unas veces brezos y otras bredos, no podían
entenderle los castellanos".
Los españoles también cogieron animales de
corral, alimentos y bebidas que hallaron en una choza, y partieron de inmediato
para volver a los bergantines: "Gonzalo Silvestre y los veinte compañeros
de su cuadrilla, con el indio que habían apresado, caminaron aprisa haciéndole
preguntas mal entendidas por el indio y sus respuestas peor interpretadas por
los españoles. Y así anduvieron hasta que llegaron a la costa donde los demás
compañeros estaban haciendo gran fiesta y regocijo con los pedazos de plato y
escudilla que los otros exploradores habían traído. Pero, como luego viesen el pavo y las gallinas y la
fruta y todo lo demás que Gonzalo Silvestre y los suyos llevaban, no se
pudieron evitar hacer extremos de alegría dando saltos y brincos como locos. Y,
para mayor contento de todos, sucedió que el cirujano que les había curado
había estado en México y sabía algo de la lengua mexicana, y en ella habló al
indio diciendo: '¿Qué son éstas?', que eran unas tijeras que tenía en la mano.
El indio, que
habiendo reconocido que eran españoles, estaba ya más en sí, respondió
'tiselas' claramente". Bastó esa palabra mal pronunciada para que los
españoles la escucharan como una bendita revelación, porque era la prueba
evidente de que ya estaban en tierras mexicanas.
(Imagen) No había manera de hacerse
entender con un indio al que apresaron.
Los españoles querían saber si habían salido, por fin, del mortífero territorio de La Florida. El
cirujano de la expedición, que sabía algo del idioma mexicano, tuvo una idea
luminosa: le enseñó unas tijeras al indio, y el indio dijo de inmediato
'tiselas', prueba evidente de que había estado en contacto con españoles. Luego
se comprobó que era criado del conquistador Cristóbal de Brezos, y siguió
facilitando información. Oigamos a Inca Garcilaso: " Con esta palabra,
aunque mal pronunciada, acabaron de certificarse los nuestros que estaban en
tierra de México, y, con el regocijo de entenderlo así, a porfía abrazaban y
daban paz en el rostro a Gonzalo Silvestre y a los de su cuadrilla, y en brazos
los levantaban en alto hasta ponerlos sobre sus hombros y traerlos paseando,
diciéndoles grandezas y loores sin tiento ni cuenta, como si a cada uno de
ellos le hubieran traído el señorío de México y de todo su imperio. Pasada la
fiesta solemne de su regocijo, preguntaron con más quietud y más de propósito
al indio qué tierra fuese aquélla y cuál el río por el que había entrado el
gobernador con las cinco carabelas. El indio dijo: 'Esta tierra es de la ciudad
de Pánuco y vuestro capitán general entró en el río de Pánuco, que entra en la
mar doce leguas de aquí, y otras doce el río arriba está la ciudad, y por
tierra hay de aquí a ella diez leguas. Yo soy vasallo de un vecino de Pánuco
llamado Cristóbal de Brezos. A una legua de aquí, está un indio señor de
vasallos que sabe leer y escribir, que desde su niñez se crio con el clérigo
que nos enseña la doctrina cristiana. Si queréis que vaya a llamarle, yo iré
por él, que sé que vendrá luego, el cual os
informará de todo lo que más quisiereis saber'. Los españoles holgaron de haber
oído la buena razón del indio y le regalaron y dieron dádivas de lo que traían,
y luego lo despacharon adonde el cacique y le pidieron que les trajese recado
de papel y tinta para escribir. El indio se dio tanta
prisa e hizo tan buena diligencia en su viaje, que en menos de cuatro horas
volvió con el cacique, el cual, cuando supo que navíos de españoles habían dado
al través en su tierra, quiso visitarlos personalmente y llevarles algún
regalo, y así trajo ocho indios cargados con gallinas de las de España, y con
pan de maíz, y con fruta y pescado, y con tinta y papel, porque él se preciaba
de saber leer y escribir y lo estimaba en mucho".
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