jueves, 10 de junio de 2021

(1443) Varios españoles fueron a investigar en qué zona estaban. Encontraron pruebas irrefutables de que habían llegado a México, y a un indio que era criado de Cristóbal de Brezos. Su alegría fue inmensa, porque se acabaron cuatro años de horror.

 

     (1033)  Hay que dar un pasito atrás para saber lo que hicieron, antes de recibir la visita de los mensajeros Cuadrado y Muñoz,  los españoles de los cinco bergantines que entraron en el río Pánuco. Recordemos que ellos habían previsto que llegaba una fuerte tormenta, y, rápidamente, aunque con apuros, lograron refugiarse en la costa. Después de dormir en las naves bajo la vigilancia de centinelas, por desconocer en qué lugar estaban, salieron tres grupos de soldados en direcciones distintas a reconocer el terreno. Iban al mando Antonio de Porras, Alonso Calvete y Gonzalo Silvestre, y los dos primeros encontraron algo magnífico, pero no por su valor, sino por lo que significaba: " Habiendo cada cual de los tres caminado por más de una legua, se volvieron a los suyos, y uno trajo medio plato de barro blanco, de lo muy fino que se labra en Talavera, y, otro, una escudilla quebrada del barro dorado y pintado que se labra en Malasa (quizá se refiera a Malasia), y dijeron que eran muy buenas señales de estar en tierra de españoles, Con lo cual se regocijaron mucho todos los nuestros e hicieron gran fiesta teniendo las señales por ciertas y dichosas conforme al deseo de ellos".

     El 'hallazgo' de Gonzalo Silvestre fue muy distinto: "Él y su cuadrilla vieron por delante dos indios que estaban cogiendo fruta. Cuando los tuvieron cerca, arremetieron contra ellos, pero uno se echó al agua y escapó nadando. El indio que quedó preso daba grandes voces repitiendo muchas veces esta palabra, 'brezos'. Los españoles, por darse prisa a volver a los suyos antes que acudiesen otros indios a quitarles el preso, lo llevaron consigo bien asido. Le preguntaban qué tierra era aquella, pero, por no entender, seguía repitiendo la palabra 'brezos'. El indio quería decir que era vasallo de un español llamado Cristóbal de Brezos y, como con la turbación no acertase a decir Cristóbal y dijese unas veces brezos y otras bredos, no podían entenderle los castellanos".

     Los españoles también cogieron animales de corral, alimentos y bebidas que hallaron en una choza, y partieron de inmediato para volver a los bergantines: "Gonzalo Silvestre y los veinte compañeros de su cuadrilla, con el indio que habían apresado, caminaron aprisa haciéndole preguntas mal entendidas por el indio y sus respuestas peor interpretadas por los españoles. Y así anduvieron hasta que llegaron a la costa donde los demás compañeros estaban haciendo gran fiesta y regocijo con los pedazos de plato y escudilla que los otros exploradores habían traído. Pero,  como luego viesen el pavo y las gallinas y la fruta y todo lo demás que Gonzalo Silvestre y los suyos llevaban, no se pudieron evitar hacer extremos de alegría dando saltos y brincos como locos. Y, para mayor contento de todos, sucedió que el cirujano que les había curado había estado en México y sabía algo de la lengua mexicana, y en ella habló al indio diciendo: '¿Qué son éstas?', que eran unas tijeras que tenía en la mano. El indio, que habiendo reconocido que eran españoles, estaba ya más en sí, respondió 'tiselas' claramente". Bastó esa palabra mal pronunciada para que los españoles la escucharan como una bendita revelación, porque era la prueba evidente de que ya estaban en tierras mexicanas.

 

     (Imagen) No había manera de hacerse entender  con un indio al que apresaron. Los españoles querían saber si habían salido, por fin, del  mortífero territorio de La Florida. El cirujano de la expedición, que sabía algo del idioma mexicano, tuvo una idea luminosa: le enseñó unas tijeras al indio, y el indio dijo de inmediato 'tiselas', prueba evidente de que había estado en contacto con españoles. Luego se comprobó que era criado del conquistador Cristóbal de Brezos, y siguió facilitando información. Oigamos a Inca Garcilaso: " Con esta palabra, aunque mal pronunciada, acabaron de certificarse los nuestros que estaban en tierra de México, y, con el regocijo de entenderlo así, a porfía abrazaban y daban paz en el rostro a Gonzalo Silvestre y a los de su cuadrilla, y en brazos los levantaban en alto hasta ponerlos sobre sus hombros y traerlos paseando, diciéndoles grandezas y loores sin tiento ni cuenta, como si a cada uno de ellos le hubieran traído el señorío de México y de todo su imperio. Pasada la fiesta solemne de su regocijo, preguntaron con más quietud y más de propósito al indio qué tierra fuese aquélla y cuál el río por el que había entrado el gobernador con las cinco carabelas. El indio dijo: 'Esta tierra es de la ciudad de Pánuco y vuestro capitán general entró en el río de Pánuco, que entra en la mar doce leguas de aquí, y otras doce el río arriba está la ciudad, y por tierra hay de aquí a ella diez leguas. Yo soy vasallo de un vecino de Pánuco llamado Cristóbal de Brezos. A una legua de aquí, está un indio señor de vasallos que sabe leer y escribir, que desde su niñez se crio con el clérigo que nos enseña la doctrina cristiana. Si queréis que vaya a llamarle, yo iré por él, que sé que vendrá luego, el cual os informará de todo lo que más quisiereis saber'. Los españoles holgaron de haber oído la buena razón del indio y le regalaron y dieron dádivas de lo que traían, y luego lo despacharon adonde el cacique y le pidieron que les trajese recado de papel y tinta para escribir. El indio se dio tanta prisa e hizo tan buena diligencia en su viaje, que en menos de cuatro horas volvió con el cacique, el cual, cuando supo que navíos de españoles habían dado al través en su tierra, quiso visitarlos personalmente y llevarles algún regalo, y así trajo ocho indios cargados con gallinas de las de España, y con pan de maíz, y con fruta y pescado, y con tinta y papel, porque él se preciaba de saber leer y escribir y lo estimaba en mucho".




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