(1030) Tras dar el cálculo aproximado de
la distancia que recorrieron los españoles en su escapada de aquellas trágicas
tierras por el Misisipi hasta su desembocadura en el Golfo de México, el
cronista nos cuenta otra complicación que ocurrió después de haber permanecido
tres días reparando los bergantines y descansando para recuperar fuerzas:
"Vieron salir de unos juncales siete canoas que fueron hacia ellos. En la
primera venía un indio grande como un filisteo y negro como un etíope, bien
diferente en color y aspecto de los que habían dejado tierra adentro. Puesto en la proa de su
canoa, con una voz gruesa y soberbia dijo a los castellanos: 'Ladrones, que
andáis por esta ribera inquietando a los naturales de ella, partid de este
lugar si no queréis que os mate a todos y queme vuestros navíos'. Pudieron
entender lo que el indio dijo por los ademanes que hizo, y por muchas palabras
que los indios criados de los españoles tradujeron. Y con esto que dijo, sin
aguardar respuesta, se volvió a los juncales. Los españoles, habiendo considerado las
palabras del indio, y viendo que de cuando en cuando asomaban canoas acechando
por entre los juncos, decidieron darles a entender que no les temían, para que
no se atreviesen a flecharlos y a echar fuego sobre las carabelas. Por lo cual, entraron
cien hombres en cinco canoas, y, llevando por caudillos a Gonzalo Silvestre y
Álvaro Nieto, fueron a buscarlos y los hallaron tras un juncal con más de
sesenta canoas. Los españoles, aunque vieron tanto número de indios y canoas,
no desmayaron, sino que embistieron contra ellos y, del primer encuentro,
volcaron tres canoas, hirieron a muchos indios y mataron a unos doce, porque
llevaban veintidós ballesteros y tres flecheros, siendo uno de ellos un indio que
había sido criado del capitán Juan de Guzmán, quien, cuando entró en la Florida,
lo apresó, pero se había aficionado tanto a su amo y a los españoles, que, como
uno de ellos, había peleado siempre con su arco y flechas contra los de su raza.
Con la maña y
destreza de los tiradores, y con el esfuerzo de toda la cuadrilla, desbarataron
las canoas de los enemigos y los hicieron huir. Mas los nuestros no salieron de
la batalla tan libres que no quedasen heridos los más y entre ellos los dos
capitanes".
Explica Inga Garcilaso que, además de los
arcos y las flechas, los indios utilizaban otra arma muy peligrosa, con cierto
parecido a una ballesta, que también usaban los incas en Perú y era lo que más
temían los soldados por las heridas que producía: "Un español salió herido
de un arma que los castellanos llaman en Indias tiradera, la cual arma no
habían visto los nuestros en todo lo que por la Florida habían andado. En el
Perú la usan mucho los indios. Es un arma de una braza de largo, en las que
ponen flechas con puntas de cuernas de venado y cuatro arpones, y a la que se
ata una correa para que haga efecto de lanzadera. La flecha que hirió a nuestro
español tenía tres arpones en lugar de uno. El arpón de en medio era una cuarta
más largo que los de los lados, y le pasó en el muslo de una banda a otra, quedando
los colaterales clavados, y, para sacarlos, fue menester hacer una gran
carnicería en el muslo del pobre español, porque eran arpones y no puntas
lisas. Y de tal manera fue la carnicería, que, antes de que le curasen, expiró,
no sabiendo el triste de quién quejarse más, si del enemigo que le había herido
o de los amigos que le habían apresurado la muerte".
(Imagen) Llegados a las aguas del Golfo de
México, va a haber un cambio de tercio en lo que se refería a los peligros. No
habrá más amenazas de indios, pero el enemigo será ahora el mar: "Decidieron
hacerse a la vela hacia el poniente para encontrar la costa de México, llevando
siempre a mano derecha la tierra de la Florida, porque no sabían dónde estaban,
ya que no tenían carta de marear ni aguja ni astrolabio. Sólo entendían que,
siguiendo siempre la costa hacia el poniente, habían de llegar a las tierras de
México. Al levantar las anclas, se les quebró una maroma, pues estaba hecha de
remiendos. El ancla quedó perdida, porque no le habían puesto boya, y, como les
era necesaria, no quisieron irse sin ella. Se echaron al agua los mejores
nadadores que había, pero, por mucho que trabajaron para hallarla, no les valió
su diligencia hasta las tres de la tarde, y la encontraron al cabo de nueve
horas que habían estado haciendo de buzos. Navegaron durante dos días, y, en
toda aquella distancia, había agua dulce del Río Grande (Misisipi), de
lo que se admiraron los nuestros". Luego Inca Garcilaso,
respetuoso con lo que escribió en su pequeña crónica Alonso de Carmona, recoge
literalmente un párrafo suyo: "Y así fuimos navegando con la costa casi en
la mano, porque los aderezos de la navegación nos los quemaron los indios o se
quemaron cuando dimos fuego a la población de Mabila. El capitán Juan de Añasco,
que era un hombre muy curioso, tomó el astrolabio y lo guardó, pues, como era
de metal, no se dañó mucho, y, de un pergamino de cuero de venado hizo una
carta de marear, y, de una regla, hizo una ballestilla, y por ella nos íbamos
rigiendo. Y, conociendo los marineros y otros con ellos que no era hombre de la
mar ni en su vida se embarcó salvo para esta jornada, se mofaban de él; y,
sabido que se mofaban de él, lo echó a la mar, excepto el astrolabio. Y los de otro
bergantín que venía atrás lo tomaron, porque la carta y la ballestilla iban
atadas. Y así navegamos ocho días, hasta que por causa de un temporal nos
recogimos en una caleta". No queda clara la intervención de Juan de
Añasco. Es muy probable que tuviera esa reacción airada (ya vimos que era
propio de su carácter), pero parece ser que, finalmente, les vino bien a todos
su 'bricolaje' para poder orientarse mejor, y así se afirma en algunas fuentes,
como mencioné anteriormente. En la imagen vemos la distancia desde Nueva
Orleans (desembocadura del Misisipi) hasta la frontera de México (558 km en
línea recta).
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