(1031) Los españoles continuaron su
navegación: "Quince días después llegaron adonde había unas cinco isletas
no lejos de tierra firme. Hallaron innumerables pájaros marinos que en ellas
criaban y tenían sus nidos en el suelo, y eran tantos y tan juntos que no
hallaban los nuestros dónde poner los pies. Cuando volvieron a los bergantines
fueron cargados de huevos y de pájaros que sabían mucho a marisco. Hallaron también
gran cantidad de planchas de betún negro que llegaría del mar, en lo que los
castellanos vieron el socorro que la buena dicha les ofrecía, porque los bergantines
iban ya haciendo agua, y temían que llegasen a hundirse. Como no sabían lo que
les quedaba por navegar, acordaron repararlos, pues ya tenían con qué y buena
playa donde sacarlos a tierra. Con esta determinación, pasaron ocho días en aquel lugar, y
cada un día descargaban un bergantín y lo sacaban a tierra a fuerza de brazos,
y lo breaban.
Y para que el betún corriese, que era muy seco, le echaron la grosura del poco
tocino que para comer llevaban, teniendo por mejor emplearlo en los navíos que
en comer, porque sabían que estaba en ellos su salvación. En los ocho días que
los nuestros se ocuparon en dar carena a sus navíos vinieron tres veces ocho
indios, y, llegando muy pacíficamente, les dieron mazorcas de maíz. Los
españoles les dieron asimismo de las gamuzas que traían, pero no les
preguntaron qué tierra fuese aquélla porque solo tenían el deseo de llegar a
México".
Pero entonces, el mar los puso a prueba:
"Cincuenta y tres días habían pasado desde que nuestros españoles habían
salido del Río Grande a la mar, treinta navegando por ella y veintitrés ocupándose
en reparar los bergantines y en descansar y pescar, cuando se levantó el viento
norte con ferocidad, el cual los echaba mar adentro, que era lo que siempre
habían temido. Cinco
de las siete carabelas, y entre ellas la del gobernador, habiendo visto venir
la tormenta, se arrimaron a tierra y lograron encontrar abrigo donde meterse.
Las otras dos, que eran la del tesorero Juan Gaytán, que por muerte del buen
Juan de Guzmán había quedado capitán
único de ella, y la de los capitanes Juan de Alvarado y Cristóbal Mosquera iban
algo alejadas de tierra, por lo cual pasaron toda aquella noche en medio de una
bravísima tormenta, y la carabela del tesorero tuvo mayor peligro que la otra
porque el árbol mayor, con un golpe de viento, se desencajó",
En medio de esas zozobras, al ver que las
otras cinco naves habían encontrado refugio, quisieron alcanzarlas, pero el
viento y las corrientes se lo impedían: "Entonces decidieron que sería
menos malo dejarse ir por la costa adelante, donde podría ser que hallasen
algún remedio. Con este acuerdo volvieron las proas al poniente y corrieron a
la bolina sin querérseles aplacar el viento cosa alguna. Estos españoles andaban
desnudos en cueros, sin otra cosa que los pañetes, porque el agua de las olas
que caían en las carabelas era tanta que las traía medio anegadas. Unos acudían
a marear las velas, otros a echar el agua fuera, pues, como los bergantines no
tenían cubierta, se quedaba dentro toda la que las olas echaban, y le llegaba a
los nuestros hasta los muslos".
(Imagen) Cuando dos de los bergantines
llevaban más de veinte horas zarandeados angustiosamente por el vendaval de la
fuerte tormenta, uno de los soldados reconoció, por un viaje anterior, una
parte de la costa que parecía accesible para tomar tierra. Era una apuesta
arriesgada, pero su última esperanza: "Sólo el tesorero (y capitán de
una de las dos embarcaciones) Juan
Gaytán, haciendo oficio de tesorero más que de capitán, se oponía, diciendo que
no estaba bien perder una carabela que valía tanto dinero. A las cuales
palabras saltaron los soldados y le dijeron: '¿Qué más derechos tenéis vos en
ella que cualquiera de nosotros? Tenéis menos, o nada, porque, presumiendo de
tesorero del emperador, no quisisteis ayudar a construirla. Y, además, ¿sería
mejor que se perdiesen los cincuenta hombres que vamos en ella?'. Y no faltó
quien dijese: 'Mal haya quien te dio esa cuchillada en el pescuezo y no lo
cortó de un tajo'. Dichas estas palabras,
y sin darle tiempo al capitán a
replicar, se ocuparon los soldados de enderezar la proa hacia tierra, y, con
mucho peligro, llegaron a la costa poco antes de que el sol se pusiese".
El cronista nos aclara quién hirió en 'el pescuezo' al tesorero-capitán: "Nuestro
Juan Gaytán era sobrino del capitán Juan Gaytán, aquel que, por las
maravillosas hazañas que hizo, mereció el proverbio: 'Espada y capa, las de
Juan Gaytán'. Este su sobrino se halló en la guerra de Túnez cuando el
emperador, año de 1535, se la quitó al turco Barbarroja. Durante el reparto
del botín, Juan Gaytán se acuchilló con
otro soldado español, el cual le dio una gran cuchillada en el pescuezo, de la
que estuvo a punto de morir, y, habiendo sanado, le quedó una señal de dos
dedos de hondura. Uno de los que fueron a poner paz en la pendencia reprendió al que le había
herido, diciéndole que no estaba bien lo que le había hecho al sobrino del
capitán Juan Gaytán, pues debería haberle respetado por el nombre de su tío. A
lo cual el soldado, nada arrepentido, respondió diciendo: 'Lo malo es que no fuera
sobrino del rey de Francia, pues mucho más me habría alegrado de haberlo herido
o muerto, puesto que tanto mayor honra y fama fuera para mí'. Y esto lo solía
contar el mismo tesorero Juan Gaytán como un dicho gracioso del que le había
herido". Curiosamente, al famoso tío, se le suele confundir con el
sobrino, como si este no hubiese existido, error que cometen hasta en el lugar
donde este nació, Talavera de la Reina (Toledo). El que no falla es Garcilaso
de la Vega.
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