martes, 8 de junio de 2021

(1441) Los españoles tuvieron la suerte de encontrar betún para impermeabilizar las embarcaciones, pero la mala suerte de sufrir una tormenta. Juan Gaytán, tercamente, se oponía a buscar refugio en la costa, pero sus hombres le obligaron a hacerlo.

 

     (1031) Los españoles continuaron su navegación: "Quince días después llegaron adonde había unas cinco isletas no lejos de tierra firme. Hallaron innumerables pájaros marinos que en ellas criaban y tenían sus nidos en el suelo, y eran tantos y tan juntos que no hallaban los nuestros dónde poner los pies. Cuando volvieron a los bergantines fueron cargados de huevos y de pájaros que sabían mucho a marisco. Hallaron también gran cantidad de planchas de betún negro que llegaría del mar, en lo que los castellanos vieron el socorro que la buena dicha les ofrecía, porque los bergantines iban ya haciendo agua, y temían que llegasen a hundirse. Como no sabían lo que les quedaba por navegar, acordaron repararlos, pues ya tenían con qué y buena playa donde sacarlos a tierra. Con esta determinación, pasaron ocho días en aquel lugar, y cada un día descargaban un bergantín y lo sacaban a tierra a fuerza de brazos, y lo breaban. Y para que el betún corriese, que era muy seco, le echaron la grosura del poco tocino que para comer llevaban, teniendo por mejor emplearlo en los navíos que en comer, porque sabían que estaba en ellos su salvación. En los ocho días que los nuestros se ocuparon en dar carena a sus navíos vinieron tres veces ocho indios, y, llegando muy pacíficamente, les dieron mazorcas de maíz. Los españoles les dieron asimismo de las gamuzas que traían, pero no les preguntaron qué tierra fuese aquélla porque solo tenían el deseo de llegar a México".

     Pero entonces, el mar los puso a prueba: "Cincuenta y tres días habían pasado desde que nuestros españoles habían salido del Río Grande a la mar, treinta navegando por ella y veintitrés ocupándose en reparar los bergantines y en descansar y pescar, cuando se levantó el viento norte con ferocidad, el cual los echaba mar adentro, que era lo que siempre habían temido. Cinco de las siete carabelas, y entre ellas la del gobernador, habiendo visto venir la tormenta, se arrimaron a tierra y lograron encontrar abrigo donde meterse. Las otras dos, que eran la del tesorero Juan Gaytán, que por muerte del buen Juan de Guzmán había quedado  capitán único de ella, y la de los capitanes Juan de Alvarado y Cristóbal Mosquera iban algo alejadas de tierra, por lo cual pasaron toda aquella noche en medio de una bravísima tormenta, y la carabela del tesorero tuvo mayor peligro que la otra porque el árbol mayor, con un golpe de viento, se desencajó",

     En medio de esas zozobras, al ver que las otras cinco naves habían encontrado refugio, quisieron alcanzarlas, pero el viento y las corrientes se lo impedían: "Entonces decidieron que sería menos malo dejarse ir por la costa adelante, donde podría ser que hallasen algún remedio. Con este acuerdo volvieron las proas al poniente y corrieron a la bolina sin querérseles aplacar el viento cosa alguna. Estos españoles andaban desnudos en cueros, sin otra cosa que los pañetes, porque el agua de las olas que caían en las carabelas era tanta que las traía medio anegadas. Unos acudían a marear las velas, otros a echar el agua fuera, pues, como los bergantines no tenían cubierta, se quedaba dentro toda la que las olas echaban, y le llegaba a los nuestros hasta los muslos".

 

     (Imagen) Cuando dos de los bergantines llevaban más de veinte horas zarandeados angustiosamente por el vendaval de la fuerte tormenta, uno de los soldados reconoció, por un viaje anterior, una parte de la costa que parecía accesible para tomar tierra. Era una apuesta arriesgada, pero su última esperanza: "Sólo el tesorero (y capitán de una de las dos  embarcaciones) Juan Gaytán, haciendo oficio de tesorero más que de capitán, se oponía, diciendo que no estaba bien perder una carabela que valía tanto dinero. A las cuales palabras saltaron los soldados y le dijeron: '¿Qué más derechos tenéis vos en ella que cualquiera de nosotros? Tenéis menos, o nada, porque, presumiendo de tesorero del emperador, no quisisteis ayudar a construirla. Y, además, ¿sería mejor que se perdiesen los cincuenta hombres que vamos en ella?'. Y no faltó quien dijese: 'Mal haya quien te dio esa cuchillada en el pescuezo y no lo cortó de un tajo'. Dichas estas palabras, y  sin darle tiempo al capitán a replicar, se ocuparon los soldados de enderezar la proa hacia tierra, y, con mucho peligro, llegaron a la costa poco antes de que el sol se pusiese". El cronista nos aclara quién hirió en 'el pescuezo' al tesorero-capitán: "Nuestro Juan Gaytán era sobrino del capitán Juan Gaytán, aquel que, por las maravillosas hazañas que hizo, mereció el proverbio: 'Espada y capa, las de Juan Gaytán'. Este su sobrino se halló en la guerra de Túnez cuando el emperador, año de 1535, se la quitó al turco Barbarroja. Durante el reparto del  botín, Juan Gaytán se acuchilló con otro soldado español, el cual le dio una gran cuchillada en el pescuezo, de la que estuvo a punto de morir, y, habiendo sanado, le quedó una señal de dos dedos de hondura. Uno de los que fueron a poner  paz en la pendencia reprendió al que le había herido, diciéndole que no estaba bien lo que le había hecho al sobrino del capitán Juan Gaytán, pues debería haberle respetado por el nombre de su tío. A lo cual el soldado, nada arrepentido, respondió diciendo: 'Lo malo es que no fuera sobrino del rey de Francia, pues mucho más me habría alegrado de haberlo herido o muerto, puesto que tanto mayor honra y fama fuera para mí'. Y esto lo solía contar el mismo tesorero Juan Gaytán como un dicho gracioso del que le había herido". Curiosamente, al famoso tío, se le suele confundir con el sobrino, como si este no hubiese existido, error que cometen hasta en el lugar donde este nació, Talavera de la Reina (Toledo). El que no falla es Garcilaso de la Vega.




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