(106) –Va a resultar, caro poverello, que
Bernal era un guaperas.
-Pues es cómico, dottore. En el grupo de
soldados que iban con Sandoval había “tres que tenían el renombre de Castillo;
uno de ellos era muy galán y preciábase de ello en aquellos tiempos, que era
yo, y a esta causa me llamaban Castillo el Galán”. Debía de tener las hechuras de su padre, el
regidor de Medina del Campo, porque le conocían por el mismo apodo. Se permite
esta frivolidad, y dice después: “Dejémonos de contar donaires y volvamos a
nuestra relación”. Y lo que nos cuenta a continuación resultó trágico, y muy
negativo para la imagen de Cortés. Tema
delicado: cuéntalo, reve.
-Vamos por partes, joven. Sandoval y sus
soldados establecieron una población, a la que le pusieron el nombre de Villa
del Espíritu Santo (no muy lejos de la actual Veracruz). Se repartieron tierras
de encomiendas de indios, y uno de los beneficiados fue Bernal, en la zona de
Coatzacualcos. Arriba el telón y que empiece el drama: “Le vinieron cartas a
Sandoval diciendo que había entrado en
el puerto del río Ayagualulco, que estaba a 15 leguas, un navío que traía de
Cuba a doña Catalina Juárez, la Marcaida, que así tenía el sobrenombre, y era
la mujer de Cortés. Fuimos por aquella señora y sus acompañantes, y se holgaron
con nosotros. Sandoval se lo hizo saber muy en posta a Cortés, y luego se puso
camino de México con todos. Y se dijo que, desde que Cortés lo supo le había
pesado mucho de su venida, aunque no lo demostró, y mandó que les salieran a
recibir en todos los pueblos del camino, haciéndoles mucha honra. Y en México
hubo regocijo y juego de cañas. Y después de tres meses la hallaron a su mujer
muerta de asma una noche, habiendo tenido un banquete el día anterior y en la
noche una gran fiesta. Y porque no sé más de esto que he dicho, no tocaremos en
esta tecla. Otras personas lo dijeron más claro y abiertamente en un pleito que
sobre ello hubo en la Real Audiencia de México”. Asunto muy turbio, secre, en
el que los muchos enemigos que Cortés fue sembrando, y encabezados por mi
sobrino el oidor de esa audiencia, Juan Ortiz de Matienzo, lo tuvieron contra
las cuerdas. Iremos viendo otros casos en que Cortés fue sospechoso de
asesinato por su tendencia al comportamiento maquiavélico y la abundancia de
indicios, pero siempre se libró porque nada se concretaba en certezas. (Sigo). Desde
su cuartel general en México, Cortés ostentaba su mando supremo (aún no confirmado
por el rey) desbordante de todo tipo de actividad: administrativa, judicial y
militar. No dejaba descansar a sus capitanes, y siempre brillan especialmente
Olid, Sandoval (el preferido de Bernal) y Alvarado. El primero “había
pacificado Colima, y como estaba casado con una portuguesa hermosa, dio la
vuelta para México; pero enseguida se tornaron a levantar. Le mandó Cortés a
Sandoval que fuera allá, y castigó a los caciques de Colima, dejando la tierra
muy en paz, y nunca más se levantó (ya
vimos el relieve que le representa como fundador de la ciudad colonial)”.
Por su parte, Pedro de Alvarado fue cimentando su fama de implacable. En una de
las refriegas, apresó a un cacique. “Algunos españoles de fe y crédito dijeron
que lo hizo para sacarle mucho oro, y sin
hacerle juicio, murió en prisiones. Lo cierto es que el indio le dio más
de 30.000 pesos de oro (unos 120 kg),
luego quedó de cacique su hijo y le sacó mucho más que al padre. Cortés le
escribió que todo el oro lo trajese para enviárselo a Su Majestad por causa que
los franceses habían robado a Alonso de Ávila lo que llevaba a Castilla. E
porque no les daba su parte del oro,
algunos soldados tenían hecha una conjuración para matarle a él y a sus
hermanos, Jorge, Gonzalo y Gómez, todos Alvarado. Pero luego lo supo, y prendió
a los que eran en la conjuración; y con juicio, ahorcaron a dos de ellos, de
manera que con estos dos apaciguó a los demás”.
(Foto 1ª. Es de suponer que la audiencia
de México estaría en ese gran edificio de la plaza del Zócalo, el Palacio
Nacional. Lo empezó a construir Cortés, y en sus dependencias corrió peligro de
que mi sobrino Juan consiguiera que le condenaran por asesinato. Tampoco le
haría ninguna gracia la bandera de Estados Unidos en el mástil: el grabado es de
1847, durante la ocupación gringa, que duró dos años. Foto 2ª.- Cortés, gran
urbanista: tal y como la trazó, sigue en México intacta la espléndida plaza del
Zócalo. A la izquierda se ve una parte de la catedral).
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