(115) –Tú
creías, secre, que las tierras movedizas
eran fantasías.
-Pues ya no, reverendo: Bernal las padeció. Suspendieron
provisionalmente sus batallitas, “porque estábamos muy cansados y había allí
muchas ciénagas que tiemblan, que no pueden entrar en ellas los caballos ni
ninguna persona sin que se atasquen en ellas, y han de salir arrastrándose a
gatas, y aun así, si salen, es maravilla”. Pero, como diría Bernal, “dejemos de
cosas viejas” y sigamos con otro escenario. Nos va a contar las andanzas de los
procuradores de Cortés por España, que es más tema tuyo, daddy.
-Otra vez, abusón, me vas a meter en un charco fonsequiano: “Quiso
Nuestro Señor que el año 1521 fue elegido en Roma por Sumo Pontífice nuestro
muy santo padre el papa Adriano de Lovaina, que estaba como gobernador de
Castilla y residía entonces en Vitoria”. (Como muy bien explica mi excelso
biógrafo en nuestro libro, fue uno de
los poquísimos papas ejemplares de aquella malhadada época religiosa que yo
también viví. Y le conocí bien, porque
no partí para el Reino de la Risa hasta el 8 de diciembre de ese año). “Y
nuestros procuradores, que fueron a besar sus santos pies, supieron que Su
Santidad tenía noticia de los heroicos hechos y grandes hazañas de Cortés y
todos nosotros”. Viendo el terreno
abonado, se presentaron después nuevamente para lograr sus objetivos,
principalmente el de eliminar el incordio de
mi ‘padrino’, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, muy temible como
enemigo, pero, doy fe, muy generoso como amigo. “Se juntaron en la Corte Diego
de Ordaz, el licenciado Francisco Núñez, primo de Cortés, e Martín Cortés, su
padre, llevando el favor de caballeros y grandes señores”. Soltaron (ante el
Papa Adriano) toda la metralla con la que podían desprestigiar las andanzas de
Fonseca, que no era poca, incidiendo en el obsesivo rencor que le tenía a
Cortés, y en sus maniobras y abusos para favorecer a Velázquez, el gobernador
de Cuba, porque había recibido grandes regalos de él. Pedían, pues (“con gran
osadía”, dice Bernal), que fuera recusado en sus actuaciones. ¿Resultado?:
“Mandó Su Santidad, como gobernador que también era de Castilla, al obispo de
Burgos (Fonseca) que dejase de
entender en los pleitos de Cortés y en cualquier otra cosa de Indias, y declaró
por gobernador de esta Nueva España a Hernán Cortés”. Gran victoria; pero aún
tendría mucho ajetreo. A partir de entonces fue como si los dioses le dijeran a
Cortés: “Ya basta, compañeiro. Has alcanzado el Olimpo; sin embargo lo que te
queda de vida (no te preocupes, porque es mucho) va a ser muy frustrante,
aunque siempre conservarás el resplandor excepcional que te has ganado. Llevas
en tus genes el espíritu emprendedor, pero solo te va a servir para cometer
errores (como el que has tenido al ejecutar a Cristóbal de Olid), y para
enredarte en pleitos y campañas fracasadas, con muy poquitos éxitos. El mayor
será salir bien parado de los ataques judiciales promovidos por gente envidiosa
o ávida de la venganza que sembraron tus abusos. Hay pocos como Bernal, que
siempre te ha admirado y respetado; pero es hombre recto, y se verá obligado a
escribir la ‘Historia verdadera de la conquista de la Nueva España’ para decir
de ti lo que otros cronistas callarán, tus fallos y tus egoísmos,
principalmente en los repartos de los beneficios; aunque lo que más le
interesará corregir será la injusticia de que el mérito entero de aquella
gloriosa campaña te lo den solamente a ti. Tú le conoces bien, y no te
extrañará (ni te ofenderá) que en su libro no diga ‘Cortés esto… Cortes lo
otro…’, sino que repita machaconamente ‘Cortés y todos nosotros… Cortés y nosotros los conquistadores…’. En cualquier
caso, saborea tus logros, y consuélate con la certeza de que todos aquellos que
lleguen a conocerlos, guardarán
reverencialmente tu memoria”.
(Foto: Esa es la imagen más verosímil de Cortés, copiada de un cuadro
que él mismo le envió al historiador italiano Paulo Jovio. Se le ve ya bastante
mayor, y quizá con la expresión decepcionada de aquel al que, sin piedad,
llaman en inglés un ‘has been’, aunque él siempre estuvo seguro de su propia
grandeza; lo malo es que, para que te sigan aplaudiendo, no basta poseerla -la
tenía de sobra-, sino que hace falta demostrarla y que te la reconozcan).
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